Enviado a la página web de Redes Cristianas
Nuestro principal objetivo en la vida debería consistir en ser buenas personas. Ser buena persona causa grandes benéficos físicos y mentales y es el mejor recuerdo que podemos dejar cuando abandonemos este extravagante mundo. Sin embargo, hay gente que se pasa la vida haciendo justo lo contrario. Y lo contrario de lo recto y ejemplar es lo que está haciendo la legión de corruptos agarrados como garrapatas a las debilidades del sistema para chuparnos a todos la sangre.
Cuando veo el rostro de cemento de los corruptos en grabaciones audiovisuales dando clases de ética y moralidad, me siento doblemente ofendido. Cuando veo a estos saqueadores de lo público mintiendo como bellacos, me pregunto si podrán salir a la calle y tener el valor de caminar erguidos sin sentir al menos un átomo de vergüenza. Cuando veo la desfachatez y el desdoro de los corruptos, me pregunto qué pensaran de ellos sus parejas, sus hijos, sus padres o sus abuelos. ¿Estarán en profundo desacuerdo con su comportamiento o les aplaudirán cuando llegan a sus casas? Claro que, también podría ocurrir que tengan una doble vida y sean a la vez ejemplares en sus familias y unos truhanes fuera de ellas.
Como quiera que sea, lo que me preocupa profundamente es la indecencia y el deshonor que se ha instalado en nuestra sociedad. Nuestros corruptos no solo no se avergüenzan de sus delitos, sino que algunos, en una especie de delirio de grandeza y dignidad, sacan pecho y abroncan a los demás. En otras culturas, un corrupto cazado en un delito dimite ipso facto y, a continuación, pide disculpas públicamente o se pega un tiro. Sin embargo, en nuestro país no piden perdón, no tienen sentido del honor y no dimiten ni estando borrachos o en chirona. . Valladolid