Una vez, otro verano, Galicia se ha quemado un poco más. Mi dura y radiante Galicia donde viví de 1957 a 1965 (y después los años 1970-1973). Fueron años de cambio social que iluminan y explican un poco este incendio que ha pasado, llamas de bosque marchito y de economía poco humana.
1. Viví en las faldas del Castrove, monte ahora quemado, en el Concejo de Poio. Cada semana, salíamos dos tardes a la playa o al monte, por las pequeñas aldeas, hacia el otro lado, en el Concejo de Meis: pequeñas tierras de labranza y pastoreo, campos comunales donde las mujeres llevaban y cuidaban dos vacas, cuatro ovejas, donde los hombres rozaban el tojo, en austerísima economía de subsistencia, en equilibrio diario con el monte. Salíamos y hablábamos con aquellos hombres y mujeres sobre todos los temas de la vida, aprendiendo más con ellos que en las clases de filosofía griega.
2. Vino entonces la repoblación forestal, dirigida por el Estado. Fue un bien común inmenso, un dinero nuevo para los ayuntamientos (que pudieron hacer obras) y para las compañías de madera. Pero nosotros, estudiantes de playa y de monte, no pudimos recorrer ya todos los caminos; las mujeres no pudieron mantener más sus tres vaquitas o sus cuatro ovejas, ni los hombres cortaron más el tojo. Murió el monte gallego milenario, en simbiosis con la aldea viva de los pequeños agricultores. Murió una cultura sabia. Nacieron los pinares y los bosques de eucaliptos para la Forestal. Quedaron tristes colinas y montes, mientras crecían los árboles nuevos y la gente de aldea empobrecía aún más o tenía que buscar otros sustentos.
3. Una víspera de Navidad, tres compañeros (el año 1963) subimos al monte a la caída de la tarde, con un hacha y, escondidos, cortamos el pino más grande y lo bajamos con cuidado, por caminos ocultos, hacia el patio del convento. A pesar de ello, una señora anciana muy sabia no vio y salió a nuestro encuentro y nos diga: “Filhiños, no tengáis miedo. Podéis cortar todos los pinos de la Forestal y quemarlo. Allí era donde pacía mi vaca, pero tuve que venderla y no tengo ya leche, pues han puesto pino. Pero que no os vean los de la Forestal, id por ese camino”.
4. Lució el pino en el patio aquellas navidades y lo quemamos después, con cuidado. Y dos de nosotros se fueron a confesar, porque (a pesar del permiso de la sabia) tenían remordimientos. Un confesor, de origen vasco, le impuso al primero la penitencia de “devolver al Estado” el equivalente de una tercera parte de pino. Otro confesor, de origen andaluz, le dijo al segundo, tras oír la acusación: “Si no tienes otra cosa que contarme, vete. Que robar un pino a la Forestal no es pecado, sino gracia muy grande de Dios, a favor de esta pobre gente que no tiene ya sitio donde paste su vaca”. Y así fue, sin absolución, y así lo contaron los dos y fue la cosa sonada y se discutió por semanas si era pecado o virtud cortar los pinos de la Foresta. Pero a nadie se nos ocurrió quemar el monte, que para esa teníamos aún remordimientos.
5. Han pasado los años y la herida de los pinos y los eucaliptos sigue sangrando… Ciertamente, la repoblación trajo riquezas y prosperidad, una nueva visión del orden social y el Estado, pero rompió otro orden social (y ecológico) quizá más hondo. Posiblemente, algunos de estos incendios tienen algo que ver con aquellas cosas que vivimos y sufrimos los estudiantes y vecinos de Poio, bajo el Castrove, hace cincuenta años.
6. No puedo defender a los pirómanos de bosque, pero pienso que todos “debemos pensar” y ver la forma de que el monte sea para todos. No podrá volver la economía de la señora sabia que cuidaba su vaquiña en el campo donde cortamos el pino discutido, nosotros, quizá precursores de algunos de estos incendiarios. Pero tendrá que volver una experiencia nueva de “tierra para todos”, conforme a la justicia sabia de los cultísimos gallegos. Tendrá que volver un bosque más ecológico, que no arda al primer cigarrillo caído o arrojado al suelo, en un verano caliente con éste del 2006.
7. No tiene sentido que se culpen los partidos, el insensato partidismo… Aquí hay algo más hondo, anterior a los partidos: lo que está en juego es la tierra como don de Dios, que es para todos y, en primer lugar, para sus habitantes, una tierra que no se pone sólo al servicio de la economía de algunos, sino de la belleza y del bien común de todos, en especial de sus habitantes. Hoy, día de San Roque (San Roquiño, 17 de Agosto), patrono de media Galicia, he pedido al santo para que nos ayude a curar la “peste” de una tierra dividida, parcelada, sembrada de pinos “ajenos” a los intereses de muchos, quemada por otros que piensan que con la locura del fuego puede arreglarse algo. Que políticos y vecinos dialoguen, que busquen la forma en que la tierra, mi tierra del Castrove, pueda ser un bien de Dios, que miró y que dijo: «Todo esto es muy bueno» (Gen 1).
8. No sé lo que dirá Dios hoy, sobre su tierra quemada. Me gustaría saber lo que diría aquella anciana sabia,me gustaría que dijera: “No queméis más pinos, no cortéis así más árboles; que la tierra es de todos, para bien de todos…”, una tierra que es casi cielo en Galicia.