Iglesia y laicidad -- Joxe Arregi

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joxearregi.jpeg1. ¿A qué llamamos laicidad?

1) «Laicidad» no significa una sociedad sin religión, sino una sociedad en la que las instituciones religiosas dejan de regular la vida social. Durante siglos, las instituciones religiosas han sido la garantía y la instancia reguladora fundamental de muchos campos de la vida humana y de la sociedad: el sentido de la vida, la cohesión social, el mundo de los valores, la ética o la moralidad, el arte… Lo que se podía ver y no ver, leer y no leer, hacer y no hacer…
La «laicidad» no significa que se prohíba la religión Significan únicamente esto: que las instituciones religiosas dejan de ser las instancias estructurantes, reguladoras y normativas de la vida social.

2) «Laicidad» significa aceptar el radical pluralismo social, cultura, ético de nuestra sociedad, y renunciar a la pretensión de poseer la verdad y de imponerla. También la Iglesia renuncia a esa pretensión. Ella no es la única mediación, y no sabemos ni siquiera si es la mediación por antonomasia. En cualquier caso, no existe ninguna mediación absoluta.

3) La laicidad conlleva una reinterpretación de la «autonomía de las realidades seculares» proclamada por el Conc. Vat. II. Esta expresión parece operar con la distinción entre lo religioso y lo profano, y esta distinción ha quedado obsoleta. Toda realidad es profana, y toda realidad es sagrada. Se está recuperando justamente el sentido de sacralidad del mundo y de todos los seres y de todas las tareas. Pero, eso sí, se trata de una sacralidad que no está definida ni delimitada por las instituciones religiosas, ni está subordinada a ellas. El Espíritu actúa en todo y en todos los ámbitos inscribe los signos de su presencia, y la Iglesia no posee el monopolio del Espíritu.

4) «Laicidad» no significa, claro está, que el Estado detente ahora el monopolio de verdad y de la justicia. No deja de ser una tentación eso que se llama «laicismo»: «un comportamiento de los intransigentes defensores de los pretendidos valores laicos contrapuestos a las religiones y de intolerancia contra las fes y las instituciones religiosas. El laicismo que necesita armarse y organizarse corre el riesgo de convertirse en una Iglesia contrapuesta a otra Iglesia» (Bobbio, pensador agnóstico). Bobbio concluye: ‘¡Para Iglesia, nos basta con una!’

2. El consenso democrático como regla

1) Una sociedad plural y democrática tiene que ser necesariamente «laica» a la hora de regular los diferentes ámbitos de la convivencia (educación, trabajo, medios de comunicación, familia, economía, política…). La referencia inmediata de las instituciones democráticas no son el bien y la verdad en sí, sino la convivencia y el bien común. Sólo puede regirse por aquellos valores y principios básicos aceptados por la mayoría de los ciudadanos.
Eso significa que el gobierno de esa sociedad renuncia a aplicar el bien absoluto, la justicia absoluta, y se sitúa en el registro del respeto mutuo, de la aceptación de la pluralidad ineludible, de la búsqueda compartida, de la búsqueda del mayor consenso posible y del mayor bien común posible en cada circunstancia.

2) Eso no significa de ningún modo que la verdad y el bien coincidan con el objeto del consenso o sean simplemente fruto del consenso. No. Pero el diálogo y la búsqueda del mayor consenso posible y de una mayoría razonable son la mejor garantía de practicar la justicia en nuestra historia siempre provisional y fragmentaria. Los votos no deciden qué es la justicia y qué es la verdad, pero el diálogo y los consensos amplios son la mejor salvaguardia contra los abusos, e incluso el mejor camino para aplicar la máxima justicia posible.

3) La Iglesia no renuncia al testimonio público de su fe, al Evangelio de Jesús, pero sí a la pretensión de representar plenamente y en exclusiva a Dios, las promesas y exigencias del Evangelio de Jesús. La Iglesia, también ella, se apunta al juego de la búsqueda plural y dialogal de los caminos del Espíritu. Reconoce a todos los actores e indaga en ellos la llamada del Espíritu a la Iglesia.

4) Unos ejemplos: la Iglesia -desde su lectura de la Biblia- puede pensar (¡ojalá pensara!) que han de desaparecer todas las fronteras estatales, y que se deben admitir a todos los inmigrantes que vengan. Pero no por ello puede pretender que la sociedad concreta aplique ese principio de modo absoluto. Lo mismo pasa, y con mucha más razón en otras cuestiones de infinita menor transcendencia e infinitamente menos «seguras» desde del punto de vista del Evangelio: el matrimonio de homosexuales, el uso de anticonceptivos, la pastilla «del día después», investigaciones genéticas o de ingeniería genética, clonación de embriones con fines terapéuticos, regulación del aborto y de la eutanasia, control demográfico a nivel mundial… Sobre estas cuestiones, la Iglesia no puede tener, en nombre de su fe, tanta seguridad como a menudo declara. Y aun en el caso de que pudiera tenerla (como en el caso de la emigración), no puede pretender que toda la sociedad se rija por los principios éticos del cristiano.

5) En casos extremos, la Iglesia puede (o debe) apelar al derecho de desobediencia civil. Efectivamente, «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 4,19). La inmigración podría ser, a mi modo de ver, uno de los casos más claros en los que la Iglesia pudiese promover una desobediencia civil… El problema es que la Iglesia apela a la desobediencia en cuestiones que parecen éticamente muy inseguras y discutibles: matrimonio de homosexuales… (¿cómo está segura la institución eclesial de que Dios no quiere que los homosexuales puedan ser también «matrimonio» y sacramento de su amor?). Hace pocos años, el arzobispo de Pamplona Fernando Sebastián enseñó tajante y reiteradamente que la desobediencia civil era contraria a la «doctrina de la Iglesia» (entonces se trataba de la insumisión al servicio militar obligatorio).

6) El mundo moderno es una lección de humildad para la iglesia. En particular en su historia de los dos últimos siglos, la Iglesia tiene sobrados motivos para ser humilde y dialogante con el mundo moderno. Logros que hoy nos parecen irrenunciables para la humanidad (la democracia, la libertad religiosa, los derechos humanos en general, las reivindicaciones de los trabajadores, la liberación de la mujer, el acceso de los pueblos colonizados a la independencia…) han sido objeto de condena por parte de la Iglesia. Lejos de empujar por su consecución, la Iglesia la ha entorpecido. En lo que respecta al derecho de «desobediencia eclesial», la Iglesia no ha sido precisamente un modelo a la hora de reconocer a otros.
«La tolerancia ante las opciones de los otros no nace de la debilidad de la fe, sino de su seguridad. Dios no falla. La fe de Abrahán sigue siendo el ejemplo perfecto de la noche en que se pone en juego la fe y se anuncia la esperanza» (Ch. Duquoc, Cristianismo: memoria para el futuro, p. 133).

3. Unos criterios básicos

1) La religión (con sus creencias, ritos y normas de conducta que afectan a los propios miembros de la comunidad religiosa) es un derecho que la sociedad ha de respetar mientras ello no afecte negativamente a la convivencia social y a los derechos individuales y colectivos de los demás. Pero en ningún caso la religión (entendida como experiencia religiosa y como conjunto de mediaciones: creencias, ritos, normas) puede ser una obligación que se pueda imponer a nadie.

2) Pero este principio no se basa en la separación entre espacio público y espacio privado. Esa delimitación no es tan clara, y sí es claro que la religión no puede vivirse únicamente «de puertas adentro», en las iglesias. Ahora bien, el criterio no es tanto esa separación discutible entre espacios, sino el consenso democrático en una sociedad plural. La religión no puede pretender imponer como leyes aquellos valores que considere fundamentales, mientras la mayoría de la sociedad no lo acepte. La Iglesia debe saber diferenciar aquello que aprueba y aquello que tolera. Debe tolerar muchas cosas, aunque no las apruebe (D. Innerarity). Esto mismo pasa a cualquier otro colectivo, religioso o no. Y ello es así porque no puede identificarse lo ético con lo legal. Una sociedad tiene que tolerar conductas que tal vez no sean éticas, cuando una mayoría así lo requiere. Debe haber un margen para tolerar aun lo que no se aprueba, en aras a la convivencia y en base al consenso mayoritario. Sin esto, no podría haber nunca una convivencia serena de ciudadanos de diferente sensibilidad ética.

3) En todo aquello que afecta a un colectivo plural, la Iglesia ha de ser una organización libre regulada por los mismos criterios y normas básicas que cualquier otra organización, con los mismos derechos y deberes de cualquier otra organización.

4) Es deseable que el Estado -en cuanto institución que administra las cuestiones que afectan a la convivencia social- y la institución religiosa estén separados y eviten al máximo las interferencias mutuas. Y no porque el Estado se encargue del espacio público y la religión del espacio privado. Hoy se está dando un claro proceso de disolución de esos límites espaciales en una doble dirección: «privatización de lo político» y «politización de lo privado» (D. Innerarity). Es un hecho la incidencia creciente de la vida privada (identidad, género, religión) en la vida política (cf. Sarkozy y la campaña americana).

5) Se dan inevitablemente situaciones complejas, ligadas por ejemplo a una realidad demográfica en la que una inmensa mayoría comparten una identidad y una pertenencia confesional determinada. Infinidad de casos difíciles de resolver: el mantenimiento de los monumentos religiosos, la financiación de la educación privada religiosa, el reconocimiento público de determinadas instituciones religiosas con un arraigo histórico y cultural fuerte…

4. La religión y el código civil

Las religiones han de ser inspiradoras de valores y conductas sociales (veracidad, altruismo, tolerancia, veneración de la vida, atención a los marginados, convivencia planetaria…). Pero

1) Darán muestras de sabiduría si renuncian a traducir todos los valores humanos y espirituales en normas rígidas e inmutables, si renuncian a absolutizar toda formulación de normas y leyes. Y ello tanto hacia dentro como hacia fuera.

2) Ninguna religión puede pretender que los valores humanos que propugna sean amparados por el Código Civil de una sociedad plural; Las leyes han de ser justas, pero las leyes no tienen por qué procurar asegurar toda la justicia.

3) Algunas conductas que las religiones prohíben o consideran malas o «pecados» no tienen por qué ser delitos en el Derecho Civil; anticonceptivos, se beneficien de transfusiones de sangre, tengan relaciones homosexuales, recurran al matrimonio homosexual, obtengan el divorcio y se vuelvan a casar, practiquen la eutanasia o el aborto…, pero no puede exigir que la ley penalice esas conductas.

4) Por el contrario, ninguna religión debería aprobar ?¡cuánto menos exigir a sus miembros!? una conducta que constituya un delito según el derecho (azotes a la esposa, ablación del clítoris, lapidación de homosexuales activos…), por la simple razón de que unos «textos sagrados» (en este caso el Corán) lo ordenen. Son las religiones las que deben acomodarse a las leyes justas de la sociedad, y no las leyes las que deben acomodarse a las religiones.

5. Un balance en el Estado español

Creo que se dan todavía situaciones anómalas de excesiva simbiosis entre Estado y religión cristiana, y que convendría desligar mejor los ámbitos: la Iglesia católica tiene aún un trato de privilegio en muchos países, la Iglesia protestante en Alemania y otros países, la Iglesia anglicana en Gran Bretaña, la Iglesia ortodoxa en diversos países europeos del Este.

Si nos atenemos al caso del Estado español y a esta legislatura, se podrían hacer las siguientes observaciones:
1) El Gobierno socialista ha promovido iniciativas positivas en orden a superar la desigualdad de trato del Estado hacia las confesiones religiosas minoritarias: a) Creación de la Fundación Pluralismo y Convivencia para la cooperación con las confesiones de notorio arraigo (judía, protestante, ortodoxa y musulmana) en lo que se refiere a actividades de índole cultural, educativa y de integración social; b) Publicación del primer libro de enseñanza de religión musulmana en Europa; c) Empuje dado por Zapatero al Multiculturalismo y Diálogo de Civilizaciones.

2) El Gobierno socialista ha llegado a acuerdos particulares con la Iglesia católica, no siempre en una línea de una estricta laicidad: a) el acuerdo con la Fere sobre la Ley de Educación (inclusión de la escuela concertada en el conjunto de una educación sostenida por fondos públicos); b) el acuerdo con la enseñanza religiosa católica ?también con diferentes ONG? respecto al currículo de Educación para la Ciudadanía; c) el acuerdo respecto a los profesores de Religión, con su participación y la de los sindicatos, que ha mejorado notablemente sus derechos laborales, en una fórmula que ha obtenido la conformidad de la Santa Sede; d) la subida del índice asignado a la Iglesia al 0,7% del IRPF.

3) El Gobierno ha dado igualmente pasos en una buena línea de laicidad en lo que se refiere a bastantes cuestiones concretas: la no discriminación por sexo y religión (matrimonio de homosexuales…), la investigación genética, la igualdad de género o la educación de niños y adolescentes para una ciudadanía democrática, más allá del desacuerdo con determinadas sensibilidades de determinados sectores religiosos.

6. Un caso concreto: La religión y la escuela

He aquí unos criterios fundamentales:

1) Me parece que la enseñanza del hecho religioso en la escuela y en la universidad es necesaria. Lo es en todas partes y lo es en nuestra cultura. La escuela no ha de catequizar (hacer creer, sintonizar vivencialmente, hacer cristianos, musulmanes o budistas), pero sí ofrecer el conocimiento de los grandes personajes religiosos, de los grandes mitos, creencias, ritos, códigos… Ofrecer también las claves para su interpretación y su significado humano profundo.

2) Pero eso sí, en una sociedad democrática y pluralista, la escuela y la Universidad han de ser laicas. Es decir, no confesionales. «La escuela no ha de ser ni capilla, ni tribuna, ni teatro» (Jules Ferry). Una religión no ha de tener ningún privilegio respecto de otras. Por lo demás, la experiencia de los últimos 100 años muestra que la enseñanza obligatoria de la religión católica no ha hecho a la sociedad más religiosa (la generación que ha desertado de la Iglesia estudió religión), ni más ética y más feliz…

3) Puede caber que se dé espacio a la enseñanza confesional (sucede en buena parte de los estados europeos), pero no como asignatura obligatoria ni con valor académico en el curriculum.

4) Considero absolutamente necesaria la creación de un departamento de ciencias de las religiones en las Universidades públicas, no regido por las instituciones religiosas en lo que se refiere a programas y designación de profesores. Es el caso de la práctica totalidad de los estados europeos, Francia incluida. No es normal que no exista aún en España, ni en la UPV (Universidad del País Vasco).

Por meras razones culturales (y por otras razones antropológicas que tienen que ver con una necesaria «espiritualidad» no confesional), es imprescindible conocer quién fue Zaratustra, Moisés, Buda, Confucio, Buda, Lao Zi, Mahavira, Jesús, Mahoma… Y los grandes textos: Biblia, Dao, Analektas, Gita, Corán, Upanishads. Y los grandes mitos bíblicos (entre otros): Adán-Eva, Caín-Abel, Diluvio, Babel, Job… Y los personajes bíblicos: Abrahán y Moisés, Elías y David, Salmos, Isaías y Jeremías, Pablo… Sin todo ello, no se puede entender nuestra historia y cultura, ni tampoco simplemente el espíritu humano.

7. Una oportunidad para la verdadera mística

«La mística es esa seguridad previa que te permite vivir dudando…. la mística es la otra faz del pluralismo… que le permite a uno mantenerse en la provisionalidad, el relativismo, la incertidumbre y la increencia» (S. Panikkar, Cuaderno amarillo, p. 134-135).

«El Dios que se ha revelado como comunión trinitaria asume la incertidumbre de nuestra historia» (Ch. Duquoc, Cristianismo: memoria para el futuro, 135). ¡Cuánto más la Iglesia! La iglesia ha de promover la creación de un futuro distinto, pero renunciar a controla el devenir del mundo. Nadie, tampoco el creyente posee el saber y la llave del futuro.

«Las exigencias de la fe bíblica son del orden de la interrogación, de la relativización y de la no-programación» (Ch. Duquoc, Cristianismo: memoria para el futuro, 135).

«La negativa a controlar el devenir del mundo» (Ch. Duquoc, Cristianismo: memoria para el futuro, 110) es una condición indispensable para la presencia de la Iglesia en la sociedad actual.

«La fe que rompe con las componendas deja suficiente apertura e indeterminación para que el intercambio con la cultura presente se vea afectado por una constante improvisación» (Ch. Duquoc, Cristianismo: memoria para el futuro, 134). La flexibilidad y la fluidez son los signos del Espíritu de la vida.

Iruñea-Pamplona, 28-02-2008