La vicepresidenta primera del Gobierno, Maria Teresa Fernández de la Vega, asistió en Roma a la ceremonia de entrega por el Papa del capelo cardenalicio y el anillo de príncipes de la paz a 23 cardenales, entre los que figuraban 3 españoles. Inmediatamente después tuvo una entrevista de 40 minutos con el secreatario de Estado del Vaticano, cardenal Tarsicio Bertone, que la ministra ha calificado como cordial. En ella examinaron las relaciones bilaterales entre España y la Santa Sede y comprobaron que son buenas y no existe contencioso alguno en este momento entre ambas. Se nota la influencia del embajador Francisco Vazquez, que dirige la política española en el Vaticano con su buen hacer gallego.
A la ministra, que participó en la cena homenaje ofrecida a los tres puapurados por la embajada, se la veía muy satisfecha. Posiblemente esa satisfacción se apoyaba en la libertad e indepencencia de Iglesia y Estado, de la que hablaría poco después. Hoy se puede hablar así gracias a que el Concilio Vaticano II abolió el régimen de cristiandad, es decir, la unidad Iglesia-Estado y declaró la independencia de cada uno de ellos. El teólogo Yves Congar, a quien Juan XXIII puso al frente de los teólogos que participaron en el Concilio, explica dicha independencia de esta manera: Con la noción de mundo y la nueva apreciación del orden temporal, que aporta el Vaticano II, desaparece el antiguo régimen de cristiandad que mantenía al mundo en estado infantil, porque lo absorbía la Iglesia. La tutela que ella ejercía sobre el mundo contravenía, en cierta manera, la voluntad de Dios expresada en Gén 1, 28.
En consecuencia ha desaparecido el «peligro de agustinismo político, que consiste en hacer depender la validez de las estructuras y las actividades temporales de su conformidad con la fe y el orden sobrenatural». (Yves Congar). Del mismo modo el teólogo holandés E. Schillebeeckx, que participó en la redacción del esquema XIII (Gaudium et spes), defiende la misma tesis diciendo: «Dios ha entregado el mundo al hombre para que lo humanice y haga de él una digna morada al servicio de todos los homres, en lugar de considerarlo un mero trampolín para el otro mundo». En definitiva, la Iglesia salida del Concilio quiere estar al servicio del mundo y no aspira a dominarle como en tiempos pasados.
Seguramente en esa misma cena se abordaría el tema de la polémica asignatura Educación para la ciudadanía, que también tiene el respaldo del citado Concilio, como saben muy bien los expertos. Esto es lo que dice Gaudium et spes al respecto unas décadas antes de que se hablara de esta asignatura: «Hay que prestar gran atención a la educación cívica y política, que hoy es particularmente necesaria para el pueblo, y sobre todo para la juventud, a fin de que todos los ciudadanos puedan cumplir su misión en la vida de la comunidad política» (GS 75, 6).
Y la nueva teología surgida de esta constitución conciliar dice que el lenguaje teológico se vincula hoy «a una educación para la ciudadanía política, puesto que los cristianos tenemos que vivir nuestra fe en la vida cotidiana». Sobre estos temas y sobre la secularidad y laicidad, con las que el Concilio se ha propuesto dialogar con el hombre secularizado o laico de hoy, reflexiono positivamente porque se consideran dentro del dinamismo encarnatorio del cristianismo en el mundo, en Cristianismo y Secularidad. Manual de Nueva Teeología Política Europea, Tirant lo Balanch (Valencia 2007). Las citas en pág. 126ss, 52ss.