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Tercer artículo del tema «Sobre el foro de curas de Madrid·)
II) La evangelización
En este apartado hay mucha tela que cortar, como dicen los castizos. En primer lugar, es preciso tener en cucnta la monumental, porque es un verdadero monumento de horrores, la gigantesca ignorancia de nuestros fieles, no ya en cuestiones de Biblia o Teología, sino también en temas culturales que bordean, o estrictamente forman parte, de asuntos que atañen directamente a algo que debería ser del interés, y hasta del provecho, de nuestra gente. Pero recordado esto, es preciso reconocer, como me gusta hacer a mí cada vez que aparece esta lastimosa situación, que la culpa principal de esta ignorancia la tenemos nosotros, los curas, los obispos todavía más, que es los que más han mandado; es decir, la culpa la tiene, fundamentalmente, el clero.
Lo hemos hecho tan mal que ahora tendremos que estrujar nuestras cabezas para poder salir del atolladero, si no queremos que lo que hoy llamamos Iglesia en España se vaya al tacho. Ya ha pasado en otras latitudes y otras épocas, o sea que no apliquemos aquí y ahora, (hic et nunc, que queda más fino) aquello de ?portae inferi non prevalebunt adversus eam??. Señalaré los que me parecen mayores errores en la transmisión de la fe a nuestros fieles.
Ausencia casi completa de catequesis y formación en la Palabra. Es evidente de que en nuestra Iglesia hay muy poca tradición de liturgia de la Palabra, de celebraciones de la misma, y, menos todavía, de preparaciones serias y documentadas. Y lo que es verdaderamente penoso, tanta reunión, tantísimas reuniones, en las que se pierde el tiempo comentando la reunión anterior y preparando la siguiente. Olvidando olímpicamente la enorme riqueza de la Palabra, no solo para alimentar la oración, que está bien, sino también para plantear profundas, e interesantes, que no tienen por qué ser aburridas, cuestiones vitales, esenciales para nuestra vida no solo de creyentes, sino también de seglares y ciudadanos comprometidos. La palabra es siempre el guión más práctico y eficiente que podemos tener entre manos.
Tratar a los fieles, durante siglos, como menores de edad, o discapacitados. No exagero nada. Los pastores de la Iglesia Católica, para defender la pura ingenuidad de los fieles, les prohibió leer las Sagradas Escrituras. La cosa era más o menos comprensible antes de la invención de la imprenta, pero cuando ésta aparece se ve la diferencia tremenda de trato entre la Reforma luterana, por ejemplo, y la Contra Reforma, con la Biblia prohibida como libro peligroso y apestado. Ello provocó que el clero, y ahora hablo específicamente de España, mantuvo, conscientemente, en la ignorancia, a sus fieles; ya que sería peor el remedio que la enfermedad, con solo producirse la sospecha de que no se daba cuenta de la terrible situación en que quedaban sus fieles. Esto provocó que los curas camparan a gusto en las no siempre plácidas y tranquilas aguas de la enseñanza bíblica.
Hablando en román paladino, la ignorancia supina de los fieles propiciaba que los curas pontificasen a gusto, sin ninguna posibilidad de crítica o rechazo argumentado, y, lo peor del caso, para trasmitir, a su vez, en el mejor de los casos, banalidades, y, en el normal y peor, verdaderas barbaridades. Estos fallos son atribuibles a la Iglesia católica en España, pero de esa situación no se libraba nuestra diócesis. Ni se libra, a tenor de los resultados actuales. Y de las serias lagunas que he constatado en el campo de la exégesis y la catequesis bíblica por parte de nuestro clero, y también de los pastores.
Y aunque este tema parece ser más propio de la ?pastoral de Santificación?? me atrevo a traerlo en este punto. Hace tiempo que junto con otro compañero he pensado que en nuestras comunidades se necesitan más celebraciones y clases y estudios de la Palabra que misas. Y me he atrevido a afirmar que sin el dinero que proporciona a los curas su celebración hace tiempo que se hubieran acabado las misas diarias. Sé que este tema, por su amplitud y peligros que insinúa, que no debería ser así, pero lo parece, no es de la competencia exclusiva de una diócesis y, por tanto, de su obispo. Pero ya dije, en la introducción de estas entregas, que no presentaba propuestas, sino ofrecía ideas para el debate. Y las ideas, por esencia y definición, tienen que ir, necesariamente, muy por delante de su ejecución o puesta en práctica.
Y mi idea revolucionaria, llegando a este punto, para intentar conseguir una verdadera, seria, y auténtica evangelización, es la siguiente: tomando ejemplo de la práctica luterana de la liturgia dominical de la Palabra, durante un tiempo sustituyéramos, en todos los domingos, menos uno al mes, reservado para la celebración de la Eucaristía, la misa por una seria catequesis de la Palabra, de tal manera que al domingo siguiente se celebrara litúrgicamente la Palabra, con las lecturas que sirvieron el Domingo anterior para la catequesis. Y así, dos tandas de domingos. Y al quinto, celebración ferviente y sentida de la Eucaristía.
Y así conseguiríamos que la eucaristía, celebrada solo en una de las cinco reuniones dominicales de la Comunidad, provocara la tensión necesaria para su celebración como una fiesta. Lo que resulta evidente es que para la Eucaristía diaria, y aun semanal, no hay suficiente tensión celebrativa. La supresión de las misas diarias, y la sustitución por programas bien pensados de catequesis evangelizadoras no es tanta novedad. La Iglesia primitiva, excepto en Pascua, con las famosas catequesis mistagógicas, sólo celebraba la Eucaristía los domingos, o los Sábados por la noche, al estilo de la cuenta de los días de los judíos.
(Nota: ayer no me entró en todo el día Internet, y no pude publicar esta entrega. Pido disculpas por ello).