Desde San Salvador. Viernes 19 de marzo, 5 de la mañana. Algunos miembros de la comunidad San Romero de América subimos al autobús que nos llevará hasta El Salvador a rendir homenaje a nuestro santo y mártir. Esta pequeña comunidad se ha ido creando a partir de las eucaristías que celebra el padre Fernando Cardenal, sj en la Universidad Centroamericana (UCA) de Nicaragua. La mayoría de miembros son personas que participaron activamente en el proceso revolucionario nicaragüense de los años 80 y que ahora siguen comprometidos con la lucha por la justicia desde diferentes ámbitos, y a ellos nos hemos unido dos jóvenes catalanes que aterrizamos en Nicaragua hace dos meses y que estaremos un año por aquí trabajando en la UCA y en “Fe y Alegría”.
En San Salvador nos esperaban varios actos para conmemorar el 30º aniversario de la muerte de Monseñor Romero. Además de la marcha por la ciudad, la misa en la Catedral y los distintos actos organizados para jóvenes, la UCA del Salvador (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas) había programado para esos días un Congreso de Teología con el título “A los 30 años del martirio de Monseñor Romero: conversión y esperanza”.
Todas estas actividades, junto con las visitas al Hospitalito (donde asesinaron a Romero mientras estaba celebrando una misa) y al jardín de las rosas (donde mataron a Ellacuría y los otros mártires de la UCA), nos han ayudado a acercarnos a la historia reciente de este país y a la gran influencia que tuvieron estas personas en el pueblo salvadoreño.
Uno de los momentos más emotivos fue la marcha, con varios miles de personas, desde la Plaza del Salvador del Mundo hasta la Catedral Metropolitana. Estaba lleno de jóvenes y de gente humilde, de salvadoreños y extranjeros, y por primera vez estas celebraciones estuvieron promovidas por el gobierno del país y su presidente Mauricio Funes, quien aseguró que la figura de Monseñor Romero sería su referente durante los años que esté en el poder. “Se ve, se siente, Romero está presente”, “Queremos obispos al lado de los pobres” y “Romero vive, la lucha sigue” fueron algunos de los cantos más repetidos durante las dos horas de marcha.
A continuación, ya de noche, nos esperaban dos horas más de misa con toda la plaza llena de gente en pie delante de la Catedral. Muchos obispos y sacerdotes concelebraban la eucaristía, pero fue sobre todo una celebración del pueblo, que aplaudía cuando había referencias a Monseñor Romero y abucheaba al alcalde de la ciudad (del partido que mandó asesinar al arzobispo). También Pedro Casaldáliga quiso participar de la celebración a través de una carta que leyó Jon Sobrino, sj y que emocionó a los presentes.
Son muchas las enseñanzas que me llevo de estos días en El Salvador y sobre todo de la figura de Monseñor Romero. Su proceso de conversión es un ejemplo para todos aquellos que, poco a poco, vamos entendiendo que seguir a Jesús significa estar al lado de los más pobres de la sociedad. Su confrontación con el poder político nos muestra que no hay que tener miedo a ir a contracorriente si eso es lo que exige nuestra fidelidad al evangelio. Su entereza a la hora de afrontar la muerte es un espejo en el que mirarnos para convencernos de que “quien pierda la vida en mi nombre, la ganará”… algo parecido al “gastar la vida” que nos decía Luis Espinal, asesinado en Bolivia cuatro días antes que Romero.
¿Canonizarán algún día a Monseñor Romero? Eso dependerá del politiqueo en la curia vaticana, pero lo que está claro es que, desde el mismo 24 de marzo de 1980, Óscar Arnulfo se convirtió en San Romero de América.
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