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La noche del 24 de junio se entregaron los Premios Fundación Social Universal de este año a Luis Pernía, presidente de la Asociación Andaluza por la Solidaridad y la Paz, y al agricultor ecológico Alfonso Molina.
La décimo quinta edición de los Premios contó como inmejorable telón de fondo con el patio central de la Casa de las Aguas de Montilla
Como antesala a la entrega de los galardones dos intervenciones extraordinarias. Un breve pero emocionante concierto de violín y piano de la mano de Jesús Casas y José María Luque con piezas de música clásica de Schubert o Shostakóvich y bandas sonoras de películas míticas como La vida es bella o La misión.
Seguidamente, bajo el sugerente título ?El hambre como tragedia, como vergüenza y como amenaza??, el profesor José Esquinas, responsable durante más de 30 años de importantes programas de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), desgranó las claves y las cifras para comprender las repercusiones globales del hambre y la pobreza.
El premio a la Defensa de los Valores Humanos, fue entregado por el alcalde de Montilla, Rafael Llamas, a Luis Pernía Ibáñez, ?por su destacado compromiso social por causas tan justas como la lucha contra la pobreza y la guerra y su solidaridad con la población inmigrante y refugiada??. Luis Pernía es en la actualidad presidente de la Asociación Andaluza por la Solidaridad y la Paz (ASPA), primera ONGD constituida en Andalucía, y de la Plataforma de Solidaridad con los Inmigrantes de Málaga. Además es un activista asiduo en las movilizaciones contra la guerra, en las marchas en favor de la solidaridad internacional y en apoyo al pueblo palestino o saharaui, entre otras causas. La filosofía de Luis es la filosofía de las pequeñas cosas, de la gente sencilla, de los hambrientos, empobrecidos y perseguidos. Para Luis Pernía, la solidaridad es la ternura de los pueblos, entendida como compasión, generosidad y búsqueda y aprendizaje permanente de valores de hospitalidad, cuidados a las personas y al medio ambiente.
Su emotivo y aleccionador discurso concluyó con un grito de esperanza en el futuro: las causas pérdidas son causas difíciles, pero como son causas justas serán ganadas algún día para toda la humanidad.
A continuación compartimos el emotivo discurso de nuestro compañero: ?Vaya por delante mi agradecimiento a la Fundación Social Universal por este premio, que yo quiero hacer extensivo a mis compañeros y compañeras de ASPA, en realidad a todos y todas que me acompañáis, nos acompañáis, esta noche entrañable.
En la onda de mi agradecimiento quisiera trasladar algunas palabras sobre el motivo profundo, que ha dado sentido y da sentido a mi vida: la solidaridad. Y entre las múltiples definiciones que se dan de la solidaridad yo destaco la de Gioconda Belli ?la solidaridad como ternura entre los pueblos??. Esa ternura, que es empatía, que es compasión, la he entendido, desde siempre, como un aprendizaje. La solidaridad como escuela, como aprendizaje.
Y es que el mundo es una gran paradoja, que gira en el universo. Un mundo al revés, como dice Galeano, de tal modo que a este paso, de aquí a poco, los propietarios del planeta prohibirán el hambre y la sed, para que no falte el pan y el agua. O pondrán las fronteras europeas en Namibia o Botsuana para que los refugiados no lleguen. O darán una vuelta más de tuerca a su macabro juego de descartes y descartados.
Por eso es ineludible abrir los ojos, tener conciencia crítica, aprender. Entender la solidaridad como un permanente aprendizaje.
Y así en es este camino de la solidaridad aprendí lecciones de la hospitalidad. En África la gente te da un vaso de agua, y luego, pregunta quién eres. O el cuidado de las personas mayores. Recuerdo a François, aquel niño de Kalalé, en Benin, el más listo de la familia, a quien su padre encomendó el cuidado de su abuelo, un veterano de la guerra de Indochina, que día y noche le cuidaba con una atención exquisita.
En el camino solidario aprendí que es más importante enseñar a pescar que dar el pescado. Recuerdo aquella tarde inefable en la colina de Niarusanye, una de las mil colinas que conforman la geografía de Ruanda y aquel maestro me decía que no querían libros, que no querían medinas, que no querían dinero y yo, sorprendido, le pregunté entonces qué quieres que hagamos y él me respondió: Cuando vuelvas a tu país, di que existimos, abre los ojos allí, que nuestra pobreza de aquí viene de vuestra abundancia y hartura.
En el camino conocí la solidaridad sumergida, esa que no usa siglas ni aparece en los periódicos. La que llevan a cabo miles de personas en todos los rincones del mundo que a veces ni son conscientes de ella. Una pincelada y un ejemplo son las mujeres africanas que he conocido en los diversos viajes, que en su papel oculto vertebran, alimentan y dan sentido a las comunidades rurales y que hacen que no se derrumbe ese frágil ensamblaje que llamamos África. Ellas cuidan de los niños, cuidan de las semillas y sirven de soporte a cualquier proyecto social.
En el camino aprendí el valor de las pequeñas cosas. Cosas chiquitas. Dice un refrán africano que cosas pequeñas, hechas por gente pequeña, en pequeñas acciones, hacen cosas grandes. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción, ni expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.
En la solidaridad también aprendí el valor del cuidado del medio ambiente. En los Andes peruanos y bolivianos me sorprendía que el primer sorbo de la bebida, de la chicha, se derramaba sobre la Tierra, porque ella es la Pacha Mama, nuestra Madre, nuestro hogar. Y sentía el dolor de las comunidades indígenas de Sarayaku en su defensa de la selva ecuatoriana frente a las buldoces petroleras, y dolor de las comunidades del Ucayali y Marañón donde más de 50 factorías, mineras y petroleras desguazan la selva virgen amenazando el propio parque de Pacaya Samiria.
En la solidaridad con las personas inmigrantes y refugiados aprendí que no son un número, ni el experimento para una manguada acogida y así justificar nuestra mala conciencia. El día 20, el lunes, día del refugiado, mirando ese mar azul que es el Mediterráneo y que fue siempre autopista de culturas y civilizaciones, no podía contener las lágrimas, al ver aquellos neumáticos y salvavidas naranjas, que poníamos sobre la Plaza la Marina, porque correspondían a personas con nombre, con biografía, a personas que amaban y soñaban, que reían y cantaban, pero que la muerte les arrebató a las profundidades de ese mar, que ya no es el Mare Nostrum, sino el gran cementerio de los tiempos modernos.
En la solidaridad aprendí, de modo especial, que la voz cantante la deben llevar los empobrecidos. Y esta es la gran utopía, para mí, para la gestación de un mundo nuevo: hacer que un día la voz de las víctimas y de los empobrecidos sea la más autorizada, la más importante. Dice también Galeano que hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, en los nadies (??) Esos que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
?No hay causas perdidas, hay causas difíciles, pero como son tan justas, algún día las ganaremos?? decía mi recordado amigo el cura Diamantino.
Dos actitudes son para mi, modestamente, fundamentales en este nomadeo solidario, en este aprendizaje. Por un lado es abajarse, abajarse, ponerse en lugar de las víctimas y los descartados. Y por otro una actitud de permanente búsqueda, buscar, siempre buscar. Sin despreciar el pasado, mirando al futuro. Y es que hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan. Ese lugar es mañana.
Y todo lo aprendí o empecé aprender de una mujer humilde, en la dura postguerra, en un pueblo de Castilla, de una mujer sencilla y enormemente sabia, que nos enseñó a mis hermanas y a mí a abrir la casa, a compartir la mesa, a amar a fondo perdido ??Ella pocas veces hablaba, pero muchas veces lo decía desde su silencio.
Esa mujer, que va a cumplir 94 años, es mi madre. Por ella. Por vosotros. Para ella y para vosotros este premio. Gracias??
http://aspa-andalucia.org/homenaje-a-luis-pernia-en-montilla 06/07/2016/