Decía Jean Ziegler: ?El orden mundial es asesino, puesto que el hambre ya no es una fatalidad??.
Observamos con perplejidad como ese hibrido llamado ?comunidad internacional??(con minúscula), se apresura a travestirse con sus mejores galas de ternura para ofrecer al mundo una imagen, de la que precisamente, no puede presumir.
La componen unos líderes, que continuamente cierran sus ojos a esos mil millones de hambrientos y a los 17000 niños, que diariamente mueren por la misma causa, haciendo oídos sordos al clamor desgarrado de otros muchos Haitises, como Etiopia, El Congo, Burkina Faso, Angola, El Sahara??Y tantos campos de refugiados como existen en el mundo, sobreviviendo su gente, en inhumanas y desesperantes condiciones.
Esa ?comunidad??, que ni siquiera es capaz de cumplir el compromiso contraído ante las Naciones Unidas, de ofrecer el 0,7% de su PIB, a los países pobres, para alimentación, salud y educación y si, en cambio, continua extrayéndole la sangre de su presente y su futuro, cobrándoles una estafadora deuda externa, y sustrayéndole, además, y por si fuera poco, su patrimonio en recursos naturales, a través de abusivos tratados.
Ahora, con este socorro de emergencia y aprovechadamente fundidos, además, con la verdadera Comunidad Internacional, se apremian a esconder bajo la alfombra de la confusión y el olvido, las vergüenzas de una situación de extrema pobreza, que no solo han permitido, sino que incluso han provocado.
Hoy, en Haití, cerca del 60% de su población pervive con menos de setenta céntimos de euro, diario. Y ello, qué duda cabe, responde a unas causas. Claro que esa ?comunidad internacional?? y sus voceros infiltrados en los medios de comunicación, y, auxiliados por la tele basura, con sus hipócritas maratones solidarios, huyen como cuerno quemado por la cuenta que les traen, de investigar las raíces del problema. Y todos sabemos, que mientras no se hurgue en una sintomatología, nunca podrá solucionarse el mal que la produce.
Haití, a principios del siglo XIX, gozaba, gracias al nativo Alejandro Petion, de una gran prosperidad económica, así como de una envidiable posición social y política. Posteriores y sucesivos gobernantes, con sus ineficacias, indolencias y despotismos, fueron golpeando y menoscabando su bienestar y convivencia. Pero, es a partir de los años veinte del siglo pasado, con la invasión y ocupación de Norteamérica, cuando esta bella y estratégica semiisla, comienza su humillante periplo de descomposición social y deterioro económico, hasta arribar a la alarmante situación actual.
El ex sacerdote salesiano Arístides, elegido presidente por el 75% del electorado, en el año 1990, condensaba su programa en una de sus realistas frases: ?Tenemos que pasar de la miseria absoluta a la pobreza digna??. Pero, a este Petion del siglo XXI, tampoco le dejaron sacar a su pueblo de la miseria más ignominiosa. Una vez más, la interesada injerencia de EE.UU mando al traste las justas aspiraciones de Arístides, orquestando desde la manifiesta tramoya, un segundo derrocamiento en el año 2004, para así colocar al títere de turno, que costó miles de muertos y un país enfrentado, resentido y hundido en la total desdicha, al que ahora la desgracia, termina de machacar.
Desde 1994, fecha del primer derrocamiento, la ONU ha mantenido en el país un importante despliegue militar, pero cada vez que ha pretendido que esta ayuda traspase las fronteras de esa extensión puramente militar, con la intención de desviar parte de esas inversiones militarenses, hacia programas para la reducción de la pobreza y mejoras de los sectores de la salud y la educación, e incluso en infraestructuras ( que tanto hubiesen significado en estos momentos para la eficaz distribución de la ayuda humanitaria, y por supuesto, para el desarrollo del país), todas han sido bloqueadas, una y otra vez, por la llamada ?comunidad internacional??.
Con cuanta facilidad se destinan desorbitadas cantidades presupuestarias para despliegue militar y aprovisionamiento armamentístico, y cuanta dificultad, y excusa, para paliar el hambre en el mundo. Dinero para matar, pero no para comer.
La perversidad de la situación es que, encima, los medios están ofreciendo la imagen de un pueblo violento y machetero, ¿Cómo actuaria una persona desesperada, hambrienta y sedienta?, de forma que ante los ojos del mundo queda, obviamente, justificada la intervención del ejército norteamericano para ?pacificar la situación. Todos hemos podido contemplar con cuanta tristeza se expresaban nuestros bomberos, aludiendo al entorpecimiento por el continuo deambular de los helicópteros estadounidenses, hacia las operaciones de rescate.
Tienen muy claro cuál es su primer objetivo. Estados Unidos está a punto de conseguir su ambicioso deseo de tomar el liderazgo de la ocupación, desplazando a la ONU de la forma más sibilina, y también más vil, al intentar justificar su invasión con el pretexto de tener que ?pacificar?? a la muchedumbre. Desprestigiando a un pueblo, de cultura francesa, finos y delicados en el trato, unidos por la solidaridad y la alegría dl Caribe y con una enorme capacidad de sufrir con entereza, que aprendieron de su historia.
Pero claro, esas imágenes de confraternidad en la miseria, no nos la ofrecen. Sin embargo, estamos hasta la saciedad de ver a los dos marines con las cajas de agua y a los otros dos, con el saco de lo que sea, pero con la andera norteamericana marcada en el. Este mundo nunca cambiara a mejor con un fusil delante de un hombre.
La Comunidad Internacional, la verdadera, compuesta por; unos, quizás los más generosos, movidos o no por cuestiones de fe, que entregan su tiempo, sus sueños y su vida ( a veces se la quitan los intereses de la otra ?comunidad??)en acompañar solidariamente, codo con codo, a todas aquellas personas o pueblos, que padecen procesos y causas de injusticias; otros, dispersados por autenticas oeneges, se vuelcan, como ahora o como habitualmente, en mitigar los sufrimientos y llevar la vida y la esperanza a los más desprotegidos; y otros muchos, sencillos y silenciosos corazones, ocultos en la cotidianidad de sus vidas, emergen en momentos como los actuales, dando respuesta, que no tranquilidad, a sus honestas conciencias, para compartir lo mucho o lo poco.
Si verdaderamente se pretende ayudar a Haití, así como a tantas otras situaciones de pobreza, ocultadas por los medios, y solo visibles cuando un desastre la convierte en noticia ( el hambre, la pobreza y la miseria ya no lo son), tras la vital ayuda de emergencia y de quietud y sosiego (?pacificación??), se debería dejar de controlar al gobierno haitiano, favoreciendo su autodeterminación, apoyándoles además, a relanzar su economía y, por supuesto, condonarle la injusta, gravosa y eterna deuda externa, así como tampoco repercutirle los costes de reconstrucción. Solo así, creeremos en la honesta solidaridad de la ?comunidad internacional??.
Y por último, pedirles perdón, pedirles perdón por tanto daño como le hemos causado. Y démosle gracias a Dios, de que no nos exijan la deuda
ecológica.