Tras el escándalo que produjo la imagen del ex obispo Fernando Bargalló, en la playa con una amiga de toda la vida, nuevamente surgió el debate sobre el celibato en los miembros de la Iglesia. Aquí opinan curas en actividad, curas y monjas mendocinos que «colgaron» los hábitos y un experto en derecho. Las opiniones, a fondo. Opiná vos.
Querido monseñor. Cecilia Anastasi, ex monja
Cecilia Anastasi fue monja. Abandonó los hábitos y hoy le escribe, vía MDZ, una carta a monseñor Bargalló, el ex obispo pillado in fraganti.
Busco en el diccionario qué significa célibe y dice, palabras más palabras menos, que es aquél que se mantiene soltero.
Busco en nuestro cotidiano qué quiere decir célibe y se complica…Hay mucha gente célibe en este mundo y por distintas razones. En estas semanas el Celibato nuevamente es tema de opinión entre nosotros a raíz de lo publicado en relación con Monseñor Fernando María Bargalló. Y entonces el tema se me vuelve más interesante.
La Iglesia tiene derecho a decidir a quién quiere y a quién no en su “seno”, aunque ya nomás esta palabra quizás los ponga incómodos; a quién pone en penitencia y a quién lo envía a Roma a algún curso especial; a quién premia y a quién castiga. Y cada miembro de la Iglesia puede ir tomando más conciencia de dónde está, dónde lo han puesto y cómo quiere estar. La libertad es libre…
Hace como treinta años, en una de tantas de las visitas de Les Luthiers un periodista le preguntó a uno de ellos ¿qué opinan del sexo? Y él les contestó ¿del sexo de quién?….. En mi época de convento (estuve varios años como religiosa en un convento) disfruté de compartir con gente muy diversa, en situaciones de riqueza y de pobreza extremas; vi cómo las historias de amor entre los religiosos y gente “del pueblo” se tejieron y se destejieron una y otra vez; pude ser testigo de cómo curas y religiosas caminaban con su corazón a cuestas, a veces, y otras veces intentando alinearlo con lo que comúnmente pensamos que es la “consagración a Dios”.
Entonces de nuevo considero: el celibato para algunos es una opción que hacen claramente de mantenerse “solteros” y absteniéndose de ejercer su sexualidad y una relación de pareja. Y lo viven con paz y plenitud de verdad. Para otros es sólo un intento, que los tortura porque por ahora dentro de la Iglesia siguen diciendo que está reñido el compromiso de un cura con su comunidad y el hecho de tener una pareja, hetero u homosexual. Hay religiosos que aman serlo y que se enamoran no sólo del conjunto de la humanidad a la que quieren servir sino de Uno o Una, de carne y hueso.
Ese enamoramiento no los aleja de su consagración sino que la enriquece, la hace más cierta. Les abre la puerta para conocer el amor en todas sus facetas, hasta conocer el Amor. ¿Alguien puede afirmar que ha visto a Dios y claramente conversó acerca de cómo se relaciona el celibato con El? Más bien dicen que él dice en su libro sagrado: Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. ¿Alguien sabe a ciencia cierta qué significa amar? ¿Y no es amar o aprender a amar el más importante o único legado de Jesús y de su iglesia? Es sólo un par de preguntas. Quizás permanecer con preguntas tiene mucho más que ver con Dios que andar ajustados, o aterrados, por las certezas.
En mis tiempos de convento, del que estoy profundamente agradecida, conocí al Padre Fernando Bargalló. Era sólo un cura. Atento, paciente, generoso, con tiempo para el que se lo pidiera, sereno, inteligente a la hora de leer los sufrimientos de su gente. Por supuesto que hoy me gustaría preguntarle acerca de algunas cosas relacionadas con Cáritas, por ejemplo, pero cuando vi las fotos que publicaron de él y la señora que aparece con él varias cosas se me vinieron a la cabeza, a saber:
Parece nomás que los curas que tienen una sensibilidad especial para tratar y acompañar a la gente tienen algún amor humano que los acompaña, los humaniza, y lo jodido es que parece que tienen que hacer un entrenamiento especial para ocultarlos.
Quizás con este criterio de celibato la Iglesia se pierde la oportunidad de tener en cargos en los que se toman decisiones importantes para la gente a muchos curas (y monjas, que son mujeres un tanto postergadas en la Iglesia…) que tienen sencillas y valiosas cualidades humanas, y verdaderamente dispuestos a estar presente frente a la realidad, sabedores de humanidad.
Dicho sea de paso, siento que es tan intensa la experiencia de estar al lado de la gente que sufre que el amor de una pareja no es sólo un soporte sino el Gran Curso de Formación que nos permite caminar con el otro sin decir pavadas. La relación con el otro en el día a día, administrando nuestros afectos y nuestra sexualidad como nos ha tocado en esta vida, esa es la Gran Maestría.
En otro libro sagrado, la Antología de Rabindranath Tagore, dice: El tesoro de la castidad proviene de la abundancia del amor. Este libro sagrado no habla de la abstención y nos deja, de nuevo, con preguntas. Lo que nos dejaría en mejor situación de diálogo con Dios…
Y para terminar el comentario:
Querido Monseñor: le mando un abrazo sincero. En cuanto pueda haré un listado con un par de cosas que me gustaría preguntarle para que me aclare en su condición de administrador de algunos bienes, porque lo que recuerdo de usted de verdad es lo que aquí dije y confío en su calidad humana. Y le envío una frase de mi amigo de Rumi, que desde el 1200 ya supo acompañar a los verdaderos amantes y buscadores del Amor:
Ven, ven, quienquiera que seas, viajero, devoto, desertor, en verdad no importa. La nuestra no es una caravana de desesperados. Ven aunque hayas roto tus votos cientos de veces.
Disciplina celibataria en la iglesia católica
Vicente S. Reale, sacerdote católico
Reale es un sacerdote siempre activo. Cuando no a nivel religioso, lo es a nivel social. Su hermano fue el reconocido obispo Paulino Reale y él mismo trabaja en los sacerdotes «en opción por los pobres».
Han sucedido varios hechos, anteriores y recientes -en nuestra provincia, en el país y en el mundo- cuyos protagonistas han sido obispos y sacerdotes que se vieron obligados a renunciar al ministerio sacerdotal por haber optado constituir pareja con mujeres de las que se enamoraron o que han puesto a muchos y muchas en el dilema de abandonar congregaciones o monasterios por el mismo motivo. Esto pone -una vez más- en el tapete, eclesiástico y público, lo referido a la disciplina de la iglesia católica sobre el celibato obligatorio de las personas consagradas al servicio de la comunidad.
Lo que sigue es mi opinión, y la de muchas y muchos, dentro de la Iglesia Católica.
Premisas
* Cuando me refiero a la sexualidad humana, la entiendo como la totalidad existencial de una determinada persona, que es mujer o varón no solo en su cuerpo (genitalidad) sino, sobre todo, en su interioridad, en su espíritu. Ser varón o mujer no es un agregado o accidente sino que hace a la identidad de la persona: se siente, se piensa y se actúa como mujer o como varón.
* Desde la Biblia, pasando por toda la tradición judeo-cristiana, el hecho de que en la humanidad -también en la mayoría de los animales y de los vegetales- se den dos sexos diferenciados conlleva la intencionalidad del Creador de mostrar y lograr la totalidad de la vida no en la unicidad o uniformidad, sino a través de la mutua complementariedad; complementariedad que, en casos, es portadora de un nuevo ciclo de vida.
* La resultante de lo señalado es recordar que es ínsito a la naturaleza de la vida el formar pareja (temporal o extendida) entre los seres vivos. Y, en el caso de los humanos, esta pareja es bendecida por el Creador como símbolo de unidad en la diversidad, destinataria del cuidado del mundo en el que viven y, en casos, responsable de la perpetuación de la especie.
Tradición cristiana
* Jesús, los apóstoles y las primeras comunidades no se apartaron de este designio de vida. Por el contrario, lo señalaron y lo vivieron como la mejor opción para honrar la vida.
* Cierto es que Jesús -a propósito de una conversación sobre el matrimonio- aporta una nueva luz sobre el mismo: si nuestra estadía histórica en este mundo es transitoria y no es la realidad definitiva (que será coronada al final de los tiempos), es posible vivir “aquella unidad de vida” no solo formando pareja entre varones y mujeres sino también entre quienes dediquen y entreguen sus vidas y tantos prójimos necesitados, espiritual o materialmente, intentando, así, sembrar la semilla de la nueva humanidad, de la nueva unidad, que será la culminación de la actual etapa evolutiva del ser humano.
En aquella misma conversación, Jesús aclara perfectamente que lo que él está proponiendo “no es para todos” sino “para aquellos que lleven en su interior ese don y carisma y lo deseen poner por obra en bien del Reino de los cielos”.
En pocas palabras: “optar por amor” a “hacer familia con la humanidad herida” es una opción de vida para quienes lo sientan así en su corazón. De ningún modo es obligación para nadie ni para todos.
* También el apóstol Pablo tiene el mismo razonamiento. Dice que él mismo eligió este camino y lo “aconseja” para quienes deseen ponerse al servicio de la comunidad. Y aclara: “yo no tengo mandato del Señor, pero es mi consejo”.
* Durante los cuatro primeros siglos de la naciente comunidad cristiana se observó diligentemente lo expresado por Jesús y por Pablo. Algunos responsables de comunidades eran casados y otros eran célibes, según lo que habían sentido en su corazón.
* A partir del siglo IV, algunas diócesis comienzan a poner como requisito obligatorio el celibato para quienes desempeñen el ministerio sacerdotal a favor de las comunidades.
* Poco a poco, esta práctica se va extendiendo a otras diócesis y naciones hasta que, recién en el siglo XII, se establece como norma obligatoria para todos los sacerdotes católicos “de rito latino u occidental”, no así para los sacerdotes católicos de “rito oriental” (por ejemplo, los maronitas) a quienes, antes de ser ordenados, se les da la opción de casarse o de mantenerse célibes. Esta normativa disciplinaria se encuentra vigente en la actualidad.
Nuestro hoy
Es verdad que -en la iglesia latina- a quienes deciden ingresar a los seminarios movidos por su vocación al sacerdocio, se los examina y se los forma a fin de que puedan ejercer su ministerio sacerdotal siendo célibes. Pero también es cierto que muchos, con la recta intención de servir a las comunidades cristianas, aceptan la disciplina celibataria como “condición necesaria” para ejercer el ministerio presbiteral. Si así no fuese, no se habrían producido tantas “colgadas de hábitos” entre nosotros y en todas partes del mundo. Se habla, al menos, de 150.000 salidas del sacerdocio en todo el mundo en los últimos cincuenta años.
Nadie entiende las razones por las que la Iglesia Romana mantiene a rajatabla esta disciplina que no concuerda con lo que fue el designio del Creador para la pareja humana, ni con lo que Jesús y Pablo señalaron como opción libre para el ministerio sacerdotal y para las y los consagrados al servicio de las comunidades.
El tema del celibato sacerdotal se viene discutiendo en la iglesia católica desde hace muchos años. Gran cantidad de obispos, de teólogos y de moralistas están bregando para que se vuelva a la “tradición originaria” de Jesús y de las primeras comunidades. Por lo demás, no es fácil cometido explicar por qué, dentro de la misma iglesia, existen dos normativas distintas respecto del celibato.
También hay que decir, a fuer de ser sinceros, que muchos obispos “miran para el costado” a la hora de saber que algunos de sus sacerdotes, en forma clandestina (y a veces pública), viven en pareja. Y esta mirada sesgada lleva a una doble lectura: por un lado, muchos obispos no toman tan en serio la legislación sobre el celibato y por otro, pasan por alto la normativa con tal de que las comunidades no queden sin sacerdotes.
Hay que decir, además y aunque nos duela, que muchos de los sacerdotes en ejercicio se ven “embretados” con el tema del celibato y para sobrevivir toman caminos tangenciales que no dejan de hacerlos sentir frustrados, a la vez que esos caminos no dignifican a quienes los toman y a quienes se los permiten.
Aferrados a la verdad y a Jesús, ¿no sería más humano y más cristiano blanquear la situación, evitando así males mayores para los involucrados y para las comunidades?
Dejando libre la elección celibataria, ¿no ganaría en significado la ofrenda total de la vida de quienes optaran celibatariamente por amor a los más débiles de la humanidad?
El celibato
Por Oscar Miremont, poeta, profesor de historia y ex cura
El poeta que escribe libros y, además, da clases de historia, fue cura y tiene hijos. Aquí opina sobre el celibato que rompió alguna vez en su vida.
Hace treinta años hice voto de celibato para toda la vida, era abril de 1982. Por aquellos días los argentinos entrábamos en guerra con los ingleses, fue una derrota anunciada. Así también fueron mis intentos por mantenerme célibe, casto y puro.
La Iglesia católica califica en sus encíclicas al celibato como una perla preciosa, un don del cielo, un regalo privilegiado de Dios, un divino carisma. Sin embargo, la Iglesia no siempre pensó así, fue recién en el Concilio de Letrán, en 1123, que se prohibió que los sacerdotes y monjes se pudieran casar.
Antes había sido muy distinto, la Iglesia nació y creció con curas casados, al igual que los obispos. De hecho, la recomendación de San Pablo en la Biblia es que los obispos tengan una sola mujer y sepan gobernar a sus hijos (1 Timoteo 3,2-5). Durante más de mil años, la Iglesia tuvo entre sus pastores a sacerdotes célibes y a otros que vivían con su señora y sus hijos.
A partir del Concilio de Letrán, la obligación será celibato o nada.
Y así andamos. Hoy nada, o mejor dicho un celibato permanentemente jaqueado por los casos de curas que son fotografiados o acusados de pedofilia, un tema que vuelve y revuelve entre los fieles y los paganos.
¿Y la Iglesia? Se mantiene fiel a su postura jerárquica de que el matrimonio en realidad es bueno pero no tanto y mejor ser soltero como lo fue Jesús, o como creemos que fue Jesús, ya que los datos históricos no son muy confiables y los Evangelios están escritos muchos años después del Jesús histórico y son, mal que le pese a muchos, una construcción teológica que reafirma muertos que vuelven a la vida, vírgenes que dan a luz, ángeles que anotician mejores que OCA, demonios que dominan a pecadores, aguas que se vuelven camino real, por no hablar del Apocalipsis y sus dragones de fuego, sus querubines alados y la bestia de siete cabezas.
La cuestión es que la perla se ha vuelto un peso y a muchos sacerdotes el don se les ha vuelto castigo. Es muy duro y hasta inhumano elegir algo que no se ha elegido. La Iglesia obliga a sus ministros al voto de celibato para toda su vida. Es eso o nada.
Y así muchos sacerdotes que llegan alegres y emprendedores a su ordenación terminan amargados y resentidos por no haber podido realizar algo que llevaban muy adentro.
Es cierto que el matrimonio no es para todos y que a algunas personas si las casás las matás, pero no son todos y la mayoría vive el celibato como una carga de la cual nunca se pueden liberar.
Lo más lógico es conseguirse una mujer a escondida, y son muchos los que logran. Los obispos lo saben, lo saben los provinciales, los nuncios, el Papa, los fieles, pero la vista gorda ayuda a mantener esta grey. Cuando fui joven me escandalicé mucho al conocer a más de un sacerdote, y más de cuatro, y más de veinte que tenían “su mujercita”, con los años los entendí. Miedosos, cagones, nunca se animaron a blanquear la situación, y lo que es más duro a veces tampoco a dar su paternidad a sus hijos (vease ex presidente de Paraguay).
Sin embargo, el tener otra mujer es lo más sano que le puede pasar a un sacerdote. Cuando no la hay y la mente se enferma vienen las perversiones: la pedofilia es la peor de todas y sus casos son muchos más de los conocidos. Pero, no es la única y surgen otras formas en donde “poner la líbido” (en esto de poner y sacar y no poner hay mucho de lo que se niega permanentemente).
El dinero es una desviación que muchos sacerdotes buscan desesperadamente para calmar lo que falta. Y así, por las dudas, por el terremoto o por lo que puta fuere, muchos tienen sus cuentas (no todos por supuesto), sus plazos fijos, sus campitos, por si la providencia falla.
El alcohol y no la sangre de Cristo se vuelve también un calmante de algo que nunca se puede calmar, así, más de un cura termina siendo un triste espectáculo de una fiesta que nunca quiso dar.
El poder, con todo lo diabólico y maquiavélico que es el poder por el poder mismo, es otra de las desviaciones de una castidad mal entendida. Dentro de la Iglesia hay hombres que ascienden constantemente de monaguillo a sacristán, sacristán a cura, de cura a canónigo, de canónigo a obispo, de obispo a cardenal y así… hasta que la Santa Curia los premia o la muerte los reclama, enfermos de poder y de cargos.
Tal vez si los dejaran opinar a los curas o elegir o hacer democrática a la iglesia, quizás otros cantos se escucharían. Creo que algún día volverá lo optativo, y ahí las mujeres, que ahora les dan sólo la lectura del primer salmo, nuevas palabras y luces pondrían.
A mí, que un día descubrí que me era imposible la castidad, me parece que la gracia de Dios no era tan grande para conmigo, me casé, fue en 1988, estaba por caer el Muro en Berlín y a mí se me caían otros muros.
Por supuesto que fui condenado, crucificado y enterrado como me merecía por mi condición de apóstata y de pecador. Amigos que se criaron conmigo dejaron de saludarme, sacerdotes que se creían iluminados por Dios nunca más quisieron sentarse a mi mesa. Yo que creí en ellos me arrodillé llorando en sus sacristías, pero me olvidé después (como dice maría Elena) que no era la única vez y volví cantando, y hoy ando cantando y saltando de gozo sabiendo que me liberé de ese monstruo y que mis hijos, nacidos del amor, andan felices por el mundo agradeciendo que mi celibato fuera tan pobre, tan débil, tan lleno de manchas.
Tenía un celibato tan zaparrastroso que un día, como zapato viejo, me lo saqué para siempre.
De polleras, sotanas y católicas denigraciones
Por Carlos Lombardi, docente de la UNCuyo
El abogado Lombardi es experto en derecho constitucional y docente. pero desde hace tiempo analiza en forma crítica las decisiones de la iglesia católica.
“La mujer es indigna del sacerdocio y de ser esposa o compañera de sacerdotes. Si no hay otro remedio, concubina; si lo hay, sólo aliviadero ocasional o meretriz; a ser posible, ni una cosa ni la otra. Una sufrida, sumisa, mansa y paciente Carnera de Panurgo” (1).
Un nuevo caso de transgresión de la norma canónica sobre el celibato por parte de un obispo “cool”, que gana un sueldo pagado por todos los argentinos gracias a un decreto ley firmado por el genocida Videla. Viaje a México, hotel cinco estrellas, playas paradisíacas y… una mujer! Una cuestión de adultos tratada infantilmente por una institución convertida hace tiempo en una guardería para adultos o que presumen de serlo.
De inmediato aparecieron opiniones de todos los matices: los mojigatos y reprimidos condenaron al obispo por dejarse “tentar”; los ortodoxos porque transgredió normas canónicas; sus pares correntinos, cual buenos alumnos, lo criticaron por imprudente; y el propio interesado, luego de contradecirse, declaró que la “tentadora” era una amiga de toda la vida. También aparecieron los que viven en su eterna clausura mental y movidos por el pánico que les causa pensar críticamente “recordaron” que los curas son hombres, por lo tanto, pecadores y débiles. En todos los casos salió a la luz el fariseísmo católico en todo su esplendor.
Pero la “picardía” no es nueva, lleva siglos de existencia, desde que la Iglesia Católica dispuso normativamente el celibato obligatorio para el clero, sin basamento bíblico y borrando de un plumazo la práctica que imperó históricamente en la institución donde existieron, incluso, numerosos papas casados con hijos.
Tuvimos la oportunidad de abordar la cuestión del celibato desde el punto de vista jurídico en otro artículo publicado en este medio. En esa oportunidad sostuvimos que los argumentos que se esgrimen a favor y en contra del mismo y de la continencia de los sacerdotes católicos son varios. Entre los primeros, se destaca uno que hace referencia a lo normativo y a la libertad en aceptar aquel estado. El integrismo católico suele formularlo así: “La Iglesia Católica tiene derecho a fijar sus normas jurídicas. Quien no pueda cumplirlas, debe ser honesto e irse de la institución. A ningún candidato al sacerdocio se lo obliga a aceptar el celibato y continencia; lo hacen libremente” (2).
Norma y libertad en la decisión son cuestiones claves y entre ambas premisas, la segunda parece ser la de más peso y la que cerraría el debate a favor del celibato: este se acepta libremente. E ahí el equívoco.
Dijimos que es una obviedad que los candidatos al sacerdocio aceptan libremente la regla canónica, aunque el grado de libertad también es relativo según el mayor o menor nivel de madurez psicológica con que se asume el ministerio. De manera que se da por supuesta la libertad en la decisión, a nadie se lo obliga.
Agregamos que el cuestionamiento del celibato no pasa por el consentimiento libre del individuo, sino por la norma jurídica que lo impone, por su razonabilidad o arbitrariedad, por ser justa o no, por constituir un caso de abuso de poder o de respeto a la dignidad de las personas, por violar derechos fundamentales o no, y concluimos que las normas internas que imponen ese estado de vida a sus integrantes, privándolos de la libertad de elección y decisión sobre su propio proyecto de vida, son ilegales y violatorias de derechos humanos básicos. El celibato debe ser una opción libre del candidato al sacerdocio.
De modo que también se cae el repetitivo argumento del “club”: si eres socio de un club debes adaptarte a sus normas, sino retirarte. Sin embargo, ningún club del mundo puede tener normas que contraríen derechos humanos fundamentales so pretexto de tener la facultad de dictarlas. No sólo refleja el autoritarismo de quienes lo sostienen sino el carácter antievangélico del mismo. No hay una pizca de cristianismo en él. El catolicismo romano en muchas de sus acciones institucionales puede que se parezca más a un club que a un credo; el cristianismo es otra cosa, de eso no hay dudas. Que se sepa, Jesús nunca fundó un club (tampoco iglesia alguna).
Ahora bien, la “picardía” del obispo católico tiene otra arista sobre la que pesa una descomunal carga de hipocresía y trato inhumano de parte de la oligarquía que gobierna la institución: el daño que se ocasiona a las mujeres (sean novias o parejas de sacerdotes), manteniéndolas en la clandestinidad, ocultas como parias con la finalidad de retener al cura dentro de la institución y de no escandalizar al rebaño, que bien pudo tolerar que miles de curas delincuentes hayan abusado sexualmente de niños y niñas durante años en todo el mundo, o que se le hubiere suministrado la comunión a genocidas como Pinochet o Videla, pero que se “horroriza” al ver un cura con una mujer.
El fenómeno es histórico y se ha manifestado en incontables casos. En 2010, 39 mujeres italianas llamadas “las amantes de los sacerdotes”, enviaban una carta abierta a Benedicto XVI donde exponían el daño que les producía vivir en la clandestinidad, solicitando el fin del celibato obligatorio: “Estamos acostumbradas a vivir en el anonimato esos pocos momentos que el sacerdote logra otorgarnos y vivimos diariamente las dudas, los temores y las inseguridades de nuestros hombres, supliendo sus carencias afectivas y sufriendo las consecuencias de la obligación al celibato.” (3). En línea con la tradicional conducta inhumana de la institución, la carta nunca fue contestada.
En Argentina, el fenómeno tampoco es nuevo. Los últimos en hacer público el problema fueron un grupo de sacerdotes de Córdoba. Uno de ellos relató cómo el cardenal Primatesta le manifestó “que podía seguir ejerciendo el ministerio en otro lugar pastoral, en Argentina o fuera del país, pero con la condición de no verlos más [se refería a la mujer y al bebé que esperaban]. La Curia se haría cargo de pagar la cuota alimentaria que exige la ley” (4).
La valentía y honestidad del sacerdote obtuvo como respuesta un “arreglo comercial” de parte del jerarca que, obviamente, le importó un pito la vida del niño, la de su madre y la nueva familia que se constituía. Bien humano; igual a Jesús.
La institución vuelve a quedar mal parada desde lo jurídico ante el “problema de polleras” de sus sacerdotes: los que piden la secularización son tratados como traidores y el proceso que se impetra no resiste el menor análisis desde el derecho procesal por cómo se ven afectadas las garantías del debido proceso legal.
La realidad indica que se abren tres escenarios para los curas enamorados: los honestos y coherentes con su vida, se retiran de la institución; los que luego de sus aventuras “normalizan” su situación dejando a la mujer y vuelven a la institución; y los que con el aval de su obispo tienen doble vida. De ese modo no se pierde un sacerdote. La situación depende también de las culturas. En África es usual que los obispos tengan esposas e hijos porque culturalmente está aceptado.
“… existe una minoría grande de clérigos y obispos que viven el celibato a su manera, con encuentros afectivos puntuales (de tipo homo o hétero-sexual) o con relaciones estables de pareja, aceptadas (e incluso bendecidas) por sus obispos, siempre que no haya escándalo (cámaras secretas, conflictos de poder…), como en el caso de los tres obispos argentinos” (5).
En cualquier caso “la novia de un sacerdote debe callar, esperar y transigir con todo lo que sea preciso. No tiene derechos sino obligaciones; debe permanecer apartada de las actividades y logros públicos de su amado, pero está obligada a soportar sus frustraciones y fracasos en privado… tiene que callar y bajar la cabeza ante quienes, desde sus sotanas, murmuran de ella, que no de él…” (6)
Nuestro enamorado en cuestión no tuvo más remedio que decir la verdad: mantenía una relación amorosa con la empresaria con quien se encontró en México y presentó la renuncia ante las autoridades y el “estupor” de sus semejantes y sacerdotes del clero menor. Tal vez ahora tendrá autoridad moral para hablar del amor, de la pareja, de la familia y los hijos a diferencia de sus pares “expertos”.
El último monarca absoluto de Europa aceptó la renuncia. La novela se repetirá año tras año. Será un obispo o un sacerdote en cualquier parte del mundo. Mientras, sus compañeras (e hijos si los hubiere), deberán permanecer en la clandestinidad. El único beneficio que tienen es que la Iglesia Católica ya no ordena azotarlas ni esclavizar sus hijos como en la edad media.
La gran deuda de la oligarquía clerical para con las mujeres, colectivo mayoritario en la institución, se extiende también a sus bautizadas, amantes y novias de sacerdotes. La deuda no es sólo desde lo normativo, desde los derechos, sino fundamentalmente desde las relaciones humanas precisamente eso de lo que presumen ser expertos pero que no entienden ni viven porque desde el siglo IV dC abandonaron el cristianismo para convertirse en una máquina de picar afectos humanos.
En definitiva, y como sostiene Karlheinz Deschner “En todo caso, no fue la virginidad lo que se promovió por medio del celibato, sino un enorme menosprecio de la mujer” (7).
Notas
(1) NAVARRO ESTEBAN, Joaquín, La justicia y el honor de Dios, prólogo “Desde la Justicia” de la obra de Pepe Rodríguez “La vida sexual del clero”, Ediciones B, Buenos Aires, 2002, p. XX.
(2) LOMBARDI, Carlos, El celibato sacerdotal: abuso de poder, en http://www.mdzol.com/mdz/nota/138057
(3) Las sotanas y sus amantes secretas, en http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/sociedad/3-146876-2010-06-03.html
(4) ALBERIONE, Elvio et. alt., Cinco curas, confesiones silenciadas, 1° reimpresión, Córdoba, Raíz de Dos, 2011, p. 34.
(5) PIKAZA, Xavier, Argentina: Tres obispos y un problema sexual, en www.redescristianas.net
(6) RODRIGUEZ, Pepe, op. cit., p. 429.
(7) DESCHNER, Karlheinz, Historia Sexual del Cristianismo, www.bibliodelsur.unlugar.com/ebooks/karlheinz__hist_sex_crist.pdf, p. 174.