Al recibir la noticia no pude menos de pensar que nos deja uno más de nuestros padres y hermanos en la fe y el compromiso. De aquellos que intervinieron en el Concilio para buscar espacios de permeabilidad entre fe e Iglesia y mundo; de los que se acercaron con compasión a las mayorías pobres de América Latina y ayudaron a entender el evangelio como Buena Nueva de Liberación; de los que iniciaron el diálogo con otras confesiones; de los que abrieron caminos para comprender desde la fe el reto de la conservación de la naturaleza; de los que crearon lazos de entendimiento con las culturas indígenas etc.
Giulio fue uno de ellos. Pagó un enorme precio personal por su fidelidad a estos principios. Nunca será suficiente nuestro reconocimiento a estos atrevidos intelectuales que abrieron caminos que después otros podemos seguir con mayor comodidad.
Pero sobre todo a Giulio habrá que agradecerle su fidelidad al evangelio. De esta fuente nacían sus otras fidelidades, su humildad, su constancia en el trabajo, su esperanza.
En marzo de 1999 le hice una larga entrevista que en abril se publicó en Iglesia Viva. En este momento es especialmente oportuno recordar las últimas palabras:
“No quiero analizar aquí las razones de mi fe, pero si tuviera que describirla me fijaría en este sentimiento de serenidad ante la vida y ante la muerte que me confiere la convicción que Dios me ama desde siempre y hasta siempre, que Jesús es mi amigo entrañable. Creo que esta confianza ha sido, y sigue siendo el hilo conductor de mi vida, de mi búsqueda y de mi pensamiento. Esta opción se ha concretado para mí en la opción por los oprimidos, como signo de fidelidad al Amor. El lema de mi primera misa (1955) fue «hemos creído en el Amor». Era ya el signo de una orientación que empezaba a tomar mi formación sacerdotal. Es el sentimiento de que Dios me ama y quiere que yo sea testigo de su amor en el compromiso para que el amor llegue a ser históricamente eficaz, para que llegue a ser el alma de un mundo nuevo.
Algunos me preguntan, «¿tu nunca hablas de la muerte? no pareces preocupado». Yo tengo 73 años, y por lo tanto mi muerte está bastante cercana, pero no me preocupa. Si es cierto que Dios me ama, la muerte va a ser un encuentro formidable con Él y con la luz, voy a entender mucho más lo que significa ser hijo de Dios, ser identificado con Dios. Creo que esta dimensión, de la identificación con Dios en Jesús no la hemos subrayado suficientemente.
Para mí, han sido las religiones orientales las que me han ayudado a redescubrirla por medio de la meditación: ellas pues siempre insisten en profundizar esta experiencia de identificación con Dios «yo soy tu, y tu eres yo». Esto me ha llevado también a releer con más atención los textos del Evangelio donde Jesús habla de su identificación con el Padre y con nosotros. Esta identificación, que es el centro de mi experiencia de fe, es una fuente inagotable de fuerza, de luz y de esperanza.”