Acaba de estrenarse José María Gil Tamayo como secretario y portavoz de la CEE (Conferencia Episcopal Española), y ya ha estallado una polémica con el secretario de comunicación del PSOE, ?scar López. Lo de que este nuevo secretario-portavoz, con relaciones no explicitadas con el OPUS, signifique una verdadera y auténtica novedad no lo ve claro mucha gente. Una de mis parroquianas más cultas, conspicua y preparada, en lo profesional, y en los conocimientos teológicos y bíblicos, no lo acaba de asumir.
Tuvo un gran compañero, catedrático de instituto, a quien yo también conocí, miembro del Opus, del máximo nivel, al que sus superiores tanto marearon con su tentativa de control de amistades, de salidas y entradas, (era soltero, y le daban la vara de si había ido al cine, o al teatro, o a cenar, con algún joven, chico o chica, igual daba, todos ellos antiguos alumnos de su reconocida y competente maestría), que, a pesar de su máxima integración, tuvo que dejar la Obra antes de morir. La verdad es que murió en paz, libre y feliz.
Cuento esto para explicar el por qué de que mi parroquiana se haya asustado, e inquietado, por el hecho de que Gil Tamayo haya sido presentado como miembro del Opus. Y no se tranquilizó del todo cuando le informé de que, según periodistas por encima de cualquier sospecha, constituye una ?rara avis??.
Y, desde luego, a mí tampoco me ha ayudado mucho a superar la perplejidad de su elección, como secretario y portavoz como la primera decisión de gran alcance de la nueva CEE en tiempos del papa Francisco, su andanada contra el PSOE, cuando éste no gobierna. Pienso que, generalmente, nuestro talante profético debería ser dirigido contra los que, de hecho, gobiernan, en presente. No resulta ni lógico ni pedagógico obstaculizar la tarea de la oposición. Digo, normalmente, y en general, algo que admite excepciones. Pero no sé si en este caso cabrían.
El flamante secretario de la CEE afirmó, por ejemplo, que el PSOE usa a la Iglesia «como bandera para distraer de asuntos que son graves e importantes» y se ha referido a la intención de los socialistas de modificar los acuerdos del Estado con la Santa Sede defendiendo que «los experimentos se hagan con gaseosa y no con las cosas que van bien». Conozco muchos eclesiásticos, entre los que me incluyo, que no están de acuerdo con esta ingenua proclamación de que la relación Estado español-Santa Sede, es decir, Estado Vaticano, vayan bien.
Ya he escrito abundantemente sobre la poco conciliar (me refiero, sí, al Concilio Vaticano II) relación de España con el Vaticano. Cualquier ciudadano español q ue no se sienta, o no quiera ser católico, tiene perfecto derecho a reclamar la influencia de un estado extranjero, el Vaticano, con el Gobierno español. Porque no tiene ninguna obligación de conocer la especiales relaciones de las comunidades católicas de todo el mundo con su matriz romana. O si las conoce, no tiene por qué aceptarlas.
Porque lo que se contesta no son los acuerdos con la Santa Sede, que tienen muchos países, sino su contenido. Así como el cumplimiento por parte de los representantes del Vaticano en cada nación, que son los obispos. Aquí, en España, y a tenor, sin ir más lejos, del discurso del todavía presidente de la CEE en la asamblea plenaria de la misma para elegir el nuevo secretario, los obispos se consideran con autoridad para inmiscuirse en los problemas políticos concretos, y en los procesos legislativos del Estado español, que, como sabemos, pero parecen ignorar los obispos, no les competen a ellos, sino al pueblo español, representado en el Parlamento. ¿Estamos, o no, en una democracia? No es de recibo que los prelados españoles lo recuerden cuando opinan que ese carácter democrático les interesa, y lo nieguen de hecho cuando no.
Si esas posibilidades de inmiscuirse en la escena política española están contempladas en los acuerdos con la Santa Sede, me parece bien que un partido político español las quiere cambiar. Si no lo están, pero los obispos se quieren comportar como antes del Concilio Vaticano II, y a contra corriente de las ideas del actual papa Francisco, entonces tendrá que ser denunciado ese comportamiento, que no solo molesta a los cientos de miles, o millones, de ciudadanos que no son católicos, y sí de otra religión, sino también a muchos católicos que queremos ser conciliares, y nos molesta ese afán continuo, sin nunca desfallecer, que de manera pertinaz han exhibido nuestros pastores durante los últimos años. Así que no es de extrañar que el secretario de organización del PSOE haya respondido al portavoz de la CEE que ?la Iglesia tiene que asumir ya su «papel» en una democracia y dejar de intentar legislar, porque es el Parlamento el que lo hace??. Normal, ¿no?