1ª ¿Te identificas (te sientes a gusto) con las posturas que está tomando actualmente la iglesia jerárquica española (hacia dentro y hacia fuera de sí misma) o, por el contrario, tienes dificultades? Si fuera esto último, ¿por qué?
La Iglesia en España está perdiendo el apoyo y la legitimidad ideológica de una sociedad cambiante y en permanente evolución, ya que no es fácil identificarse con una institución cuyos postulados y posturas no se adaptan a la realidad social de hoy (celibato, diversidad sexual…) ni tampoco con su discurso celebrativo demasiado lejano, abstracto, mágico, difícil de descifrar y de aplicar al mundo actual, a las personas y a sus vidas. La Jerarquía de la Iglesia sigue siendo masculina, ya que los puestos de responsabilidad siguen ocupados por hombres. Además, se ha perdido el sentido original de las tradiciones y los actos religiosos, convirtiéndolos en folclore y apoyo al turismo.
Percibimos una censura de otros modelos de Iglesia; además, se impone una serie de dogmas y se daña la democracia, pues no nos preguntan qué queremos o qué pensamos; también hay un fanatismo religioso, así como una idea de que la laicidad es algo malo, primando el rechazo a la diferencia sobre la integración. Es evidente que se tiene miedo a la libertad y a asumir que la Iglesia NO es la jerarquía.
2ª ¿Cómo crees que podría ser y te gustaría que de hecho fuera la Iglesia en España?
La Iglesia debería poner a la persona en el centro y debería situarse donde están los jóvenes, los pobres… No tiene por qué buscar las masas, sino hacer todo más pequeño, dedicar menos dinero a montajes y buscar decididamente la esencia del cristianismo. El patrimonio de la Iglesia aumenta cada año, así como sus privilegios. Tendría que movilizarse por aspectos morales de calado y en contra de las injusticias humanas, y moverse menos por propaganda. Es necesario que exista una aceptación clara de la diversidad y de la individualidad en todos los sentidos: sexual, político, de pensamiento…
Para acercar la Iglesia a la gente, ésta debería explicar tanto la figura de Jesús como la Biblia de forma menos mágica, dejando de lado una interpretación a menudo literalista de los textos y explicando el verdadero mensaje de Jesús, de modo que se pueda producir más fácilmente una identificación de las personas con las palabras, con los ideales, con la forma de pensar y de vivir de Jesús, todo ello muchas veces eclipsado por la oscuridad del mensaje que nos quieren transmitir. La imposición de una visión desfigurada del mensaje de Jesús no ayuda en absoluto ni a entenderlo ni a identificarnos con él. Según esta perspectiva, la Iglesia podría mirar hacia atrás en el tiempo y fijarse en la Ekklesía, como reunión de los primeros cristianos, como celebración de iguales deseosos de compartir el mensaje de Jesús, y dejar aparte los intentos de injerencia y de influencia en los asuntos políticos de la sociedad, aún reminiscencias nostálgicas medievales.
En definitiva, la Iglesia debería adquirir un poco de sentido común para afrontar los problemas de la gente.