Esta es una experiencia surgida dentro de una comunidad cristiana de laicos de Madrid llamada Shekinah (que en hebreo significa la presencia, la morada de Dios). Somos una veintena personas que rondamos los cincuenta años que llevamos algo más de la mitad de nuestra vida tratando de seguir juntos a Jesús, compartiendo nuestra fe, nuestra vida y nuestro compromiso. Provenientes de un entorno social y cultural medio-alto, en las búsquedas de nuestra época de juventud coincidimos en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de Madrid, y allí encontramos a Jesús, encuentro que cambió nuestras expectativas de la vida.
Desde entonces hemos ido tratando de crecer en cercanía con el Señor, fraternidad entre nosotros e implicación en las realidades de sufrimiento de nuestro mundo, mientras nos adaptábamos a los cambios progresivos de nuestras vidas (incorporación al mundo laboral, elección de estados de vida, llegada de los niños, la crisis de la mitad de la vida…). Así poco a poco, la mayoría de nosotros acabamos viviendo en el mismo edificio, moviéndonos a un barrio de la periferia de Madrid donde hemos animado la actividad pastoral de la parroquia y nos hemos implicado en el tejido social, acompañando a otras personas adultas que quieren renovar o descubrir su fe, entrelazándonos en la red de ONGs de Madrid…
La experiencia
En este contexto, en el año 2000 un grupo de personas de la comunidad, animados por el deseo de crecer en la justicia que nace de la fe e inquietos por encontrar un modo que nos ayudara a vivir nuestra relación con los bienes de otra manera, pusimos en marcha una iniciativa modesta pero radicalmente alternativa para tratar de vivir con mayor solidaridad entre nosotros y con los demás: decidimos compartir nuestros salarios y repartirlos entre nosotros equitativamente, reservando una cantidad para compartir con otros. La experiencia es muy sencilla: todos nuestros salarios van a una cuenta común que es propiedad de una comunidad de bienes que hemos constituido. Desde allí mensualmente salen las asignaciones para cada familia que se calculan exclusivamente en función del número de sus miembros.
Adicionalmente una cantidad equivalente al sueldo de una familia unipersonal lo destinamos a apoyar proyectos sociales y pastorales, junto con el resto de la comunidad. Además el ahorro que se va generando en la cuenta común, lo utilizamos para financiar los gastos extraordinarios que de vez en cuando tenemos cada uno (compra de un coche, arreglos en la casa…) y para apoyar algunas iniciativas solidarias. Por ejemplo, este ahorro nos ha permitido poner en marcha un fondo rotatorio de créditos que usamos, en colaboración con asociaciones del barrio, y que ha servido para dar pequeños prestamos por valor de casi 50.000 euros.
Cada familia utiliza su asignación de la forma que considera más adecuada y el esquema no obliga a dar explicaciones ni justificación de sus gastos a los demás, pues hemos ido dándonos cuenta que cada uno necesitamos un espacio de libertad y autonomía en el uso del dinero y que el objetivo no es que todos tengamos una forma de gastar única. Sin embargo, tratamos de cuidar los espacios de encuentro para compartir las dudas, alegrías y dificultades que vamos descubriendo en el uso del dinero.
Lo que vamos descubriendo
A lo largo de estos más de diez años, hemos constatado que esta experiencia es sobre todo una ocasión de crecer en hondura espiritual. Lo que aparentemente es solo una forma de compartir bienes materiales, en realidad es una experiencia que nos ayuda a un mayor conocimiento interior de nosotros mismos y una constatación real en nuestra vida de la verdad del Evangelio.
“Por eso os digo no andéis preocupados con vuestra vida, qué comeréis, ni con vuestro cuerpo con qué os vestiréis” (Lc 12, 22). Frente a la cultura moderna que nos invita a la acumulación, el consumo y la posesión como fuentes de seguridad, Fondosol nos ayuda a vivir liberados de la preocupación por el dinero y el poder y experimentar, aunque sea muy parcialmente, que el que gana su vida la pierde.
“Si el señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 126,1-2).
Frente a la lógica dominante que predica el esfuerzo individual como única fuente de éxito, para nosotros el Fondosol es un regalo acogido, una gracia que va más allá de nuestras fuerzas cada vez más limitadas. Vamos aprendiendo que solo una actitud agradecida nos permitirá conservar la lucidez necesaria para no apropiarnos de nada y reconocer que lo que tenemos es también consecuencia de capacidades, oportunidades, posibilidades que se nos han dado gratis.
“Necio, esta misma noche perderás la vida, y lo que tienes guardado, ¿para quién será?” (Lc 12,20). Frente a la tentación agobiante de la autosuficiencia, vamos descubriendo que interdepender, enredar la vida con la de los otros y entretejer redes de solidaridad es gratificante e incluso más seguro que confiar en las propias fuerza.
“Entonces les mandó que se acomodaran por grupos. Y levantando los ojos al cielo, y pronunciando la bendición, partió los panes y se los iba dando a los discípulos para que los repartieran. Después de comer recogieron las sobras y llenaron…” (Mc 6, 40-42). Frente al individualismo ciego que proclama nuestra cultura postmoderna, en estos años hemos experimentado la verdad de este relato evangélico: cuando se comparten las cosas se multiplican y aunque aparentemente no haya suficiente para todos al final acaba sobrando.
“Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, pero los tuyos comen y beben. Jesús les dijo ¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras está el novio con ellos? (Lc 5, 33-34). Frente a la aspereza de estos tiempos y la aridez con la que otras veces hemos vivido la austeridad, con el Fondosol lo pasamos bien y es motivo para la risa, la fiesta y la celebración.
“Entre ellos ninguno pasaba necesidad… llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.” (Hechos 4, 34). Frente al desaliento actual, estos años juntos, con sus lógicas dificultades, nos confirman en la necesidad de perseverar y resistir, animados por las utopías que alguna vez soñamos y que si contemplamos lúcidamente, reconocemos cómo se van haciendo vida.
Es, finalmente, una experiencia contracultural que nos abre a la confianza hacia el otro, a la interdependencia, a la solidaridad, a la perseverancia. En esta dinámica hemos vivido y recibido tanto… y damos cada día GRACIAS, con la conciencia abierta a nuevas puertas que se abran, nuevos vientos que lleguen, nuevas iniciativas que nos vuelvan a descolocar.