Grave responsabilidad de la jerarquía católica -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Hoy es la memoria litúrgica de San Jerónimo, la fiesta, diríamos popularmente. El santo Doctor de los estudios bíblicos hizo la proeza intelectual, y casi física, tremenda, de traducir, él solito, por encargo del papa español San Dámaso, de los originales hebreo y griego, toda la Biblia al latín, en la traducción bíblica conocida como vulgata, que ha sido, y sigue siendo, el texto oficial litúrgico cuando se usa el latín. Como he afirmado, una obra colosal, que significa, exactamente, propia de un coloso.

Pocos santos tienen lectura(s) propia(s) en la misa. Pues Jerónimo merece esa distinción, que no es honorífica, sino llena de contenido pastoral-litúrgico. Y así la 1´º lectura es propia de la memoria del santo traductor. Y así como otras veces no entendemos bien la elección de la lectura, esta vez está clarísima la razón y el sentido de la misma. Es la siguiente, de la 2ª carta de San Pablo a Timoteo:

?Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia, así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena. Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina??. (2ª Tim 3,14-17, 4, 1-2).

Todo el texto es luminoso y pedagógico, pero insistiré, para mejor concordar con el ´titulo de este artículo, en la siguiente frase: ?(que desde niño conoces las Sagradas Letras), que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia, así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena.??

Pues bien, este maravilloso instrumento que el apóstol indica a su discípulo, y que Jerónimo ayudó a la Iglesia a usar y entender, ¡hasta que en el mundo eclesial se entendió el latín!, cuando sucedió este evento, luctuoso para las lenguas clásicas, pero no para las nuevas lenguas románicas, la jerarquía de la Iglesia se encargó, con su cerrazón, cortedad de miras, desconocimiento, suspicacia, miedo al escándalo, o maquiavélica previsión, -cada uno escoja el mejor de los modo de explicar ese impedimento oficial al conocimiento de la Sagrada Escritura-, no solo de obstaculizar, sino de prohibir, la lectura de los libros bíblicos. Y para eso nada mejor que impedir la traducción a las lenguas vernáculas. Y, ¡ojo!, del cumplimiento de esa prohibición se encargó la Santa Inquisición. DE esto son testigos, en nuestra tierra, Fray Luis de León, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, por solo hablar de gente por encima de cualquier sospecha.

Nos quejamos mucho de la ignorancia supina, y monumental, que nuestro pueblo fiel tiene de la Biblia. Pero yo, cuando lo comento, como hoy en la misa, que tocaba de lleno, en el día de San Jerónimo, nunca me olvido de entonar el ?mea culpa??, en nombre del clero, recordando cómo en nuestra Iglesia en España la primera vez que se dio permiso para traducir la Biblia al español fue en 1943, con la Biblia de Nacar-Colunga, y poco después apareció la de Bover-Cantera.

Ahora es una gloria contemplar la galería hermosísima de traducciones, algunas de ellas buenísimas, desde los originales, hebreo y griego. Pero los hechos y la evidencia de la pastoral actual prueban que esta riqueza y facilidad han llegado demasiado tarde. Nuestro pueblo, y en general, en los países más católicos, no adquirió el hábito, como en otras iglesias de hermanos separados, o en comunidades católicas influenciadas por ellas, de familiarizarse con la Biblia desde pequeños. Porque la síntesis que se ofrecía en catequesis y escuelas de la Historia Sagrada no era suficiente, ya la elección de textos adolecía del mismo vicio del miedo, o prevención, más que prudencia, al conocimiento del total de los textos bíblicos.

Es para mí un misterio inextricable cómo jerarcas de la Iglesia pudieron tener tato miedo a que el conjunto de los creyentes, el Pueblo de Dios, sobre todo, en España, que es lo que nos interesa, tuviera acceso a la lectura de la Biblia, y así conociera, estudiara, meditara, e intentara vivir lo que, como dice Pablo a Timoteo, se aprende fácilmente de ella. Tal vez la causa fuera el profundo desconocimiento del mundo bíblico de que adolecía el clero español. Pero de esto, y de que la Biblia no pudiera llegar al pueblo, tiene, por igual, grave responsabilidad, la jerarquía de la Iglesia en España. Y en ellos la ignorancia no solo no sería causa eximente, sino agravante, porque podía, perfectamente, ser catalogada de ?ignorantia afectata??.