Me invitaron a dar unas predicaciones en una parroquia y una conferencia que se celebra en un salón municipal cercano a Ginebra. Hay mucha gente.
La actualidad se impone. Las declaraciones de Roma siguen sembrando confusión y consternación. Tras la excomunión lanzada por el arzobispo de Recife y aprobada por un cardenal romano, la copa rebosa. Los cristianos están furiosos y expresan su indignación.
Después de haber enfurecido a los musulmanes en Ratisbona, a los indios en Aparecida, a los judíos en varias ocasiones (plegaria del viernes santo, concierto de alabanzas sobre Pío XII), ahora toca escandalizar a los cristianos. Para ellos, la decisión de levantar la excomunión de los 4 obispos ordenados por Mons. Lefèvre fue desafortunada. En su opinión, la misericordia del Papa será creíble el día en que se haga extensiva a los teólogos a los que se prohíbe la docencia, a los pastores a los que se prohíbe ejercer su ministerio, a los divorciados vueltos a casar a quienes se prohíbe la comunión…
Y no por ello tienen intención estos cristianos de dejar la Iglesia. Es su familia. Continúan amándola.
Valoro la madurez de los cristianos que saben expresar su desacuerdo y su preocupación ante la autoridad, permaneciendo fieles a la Iglesia al mismo tiempo. El sacerdote que está entre ellos es un pastor que hace posibles todas esas cosas y sabe infundirles a todos el gusto por la palabra libre.
La Iglesia del terreno da muestras de buena salud. Yo fui testigo maravillado de todo ello.