Estuve en el Fórum de Pastoral con Jóvenes. Siempre he vibrado con una iglesia unida, de comunión. Con la alegría y sencillez de los jóvenes que se reúnen y se encuentran. Por encima de mis expectativas pastorales me ha dejado profunda huella la comunión vivida. El viernes comencé rodeado de los míos, como siempre suele hacerse. Dispuesto a escuchar “lo que más nos agrada”, lo que es semejante. El domingo, terminé sentado por “cosas que ocurren” junto al obispo delegado de Juventud. Creo que es un signo de lo que allí ocurrió, no sé cómo contarlo con palabras.
¿De qué sirve que unos y otros mantengan sus posturas? ¿Creer que lo mío es lo mejor? Ni siquiera es lo mejor, y lo sé, cómo me lo voy a creer. Sí tengo un tesoro, sí he recibido una enorme gracia en los Escolapios, pero ayer, éramos iglesia.
Es como las “MARCAS” de vinos que se unen para una “DENOMINACIÓN DE ORIGEN COMÚN”. Es Cristo, es la Palabra, es la Iglesia donde está la vida. No es mis proyectos, no en mis planes. Y esto sí se vivo con fuerza. Cuando tocaba cantar a este ritmo, se cantaba. Si era escuchar, se escuchaba. Estábamos dispuestos a afrontar, a salir al encuentro. ¡Qué maravilla!