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Fracaso de la política y la justicia -- Jaime Richart

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Dame señor paciencia para soportar las cosas que no puedo cambiar, fuerzas para cambiar las que puedo y entendimiento para distinguirlo, dice Confucio. Pues bien, tan crónicas son, que ya no espero que cambien las cosas de este país, ni me quedan fuerzas para ayudar a cambiarlas. Los impedimentos no están en la piel sino en la médula. Siga un tumor muy agresivo en las capas altas de esta sociedad, que impide cualquier cambio en favor de las inferiores.

La lucha de clases, lejos de haber desaparecido como afirman los que las niegan, se recrudece por momentos. Y las clases sometidas, más numerosas pero débiles al limitarse a invocar la legalidad incumplida esperando que la Justicia repare los estragos causados por los poderosos, no tienen nada qué hacer. Y Europa, que podría compensar de algún modo el desigual enfrentamiento, sólo está atenta a satisfacer los intereses de los acreedores sin calcular el peligro, y atiza la opresión. Término éste, opresión, que vuelve al primer plano de la dialéctica marxista acerca de la ambición y voracidad de los dueños de la tierra y de este país que nos impide olvidarlo.

Estos pasados 20 años, dedicados por ellos a explotar en su provecho el filón de los fondos llegados de Europa, fueron una mera tregua. Porque, vuelta a la «normalidad» y sin haber avanzado en infraestructuras económicas sólidas, la posición fija de las clases sociales se restablece, y la Justicia, en los asuntos más escandalosos que tienen que ver con atentados gravísimos contra lo público, poco a poco o directamente, se hace cómplice de las más altas…

Clausewitz dice que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Y para Foucault, invirtiendo la frase de Clausewitz, la política es la continuación de la guerra por otros medios. Pero en España, la política ni siquiera es la continuación de la guerra. En España la política es en sí misma la guerra. Pero no la guerra por la causa de la justicia distributiva, sino para apoderarse de las claves de la Justicia en un sistema injusto de raíz. Y así, la justicia -la de fiscales y tribunales, no la de los instructores- es continuación de la política. Y si no, para eso está el indulto: más política…

Este es un país en muchas cosas absurdo, y más que una nación estable un aglomerado a fuerza de bayonetas o una piel hecha a costurones. Por eso, los procesos penales con contenido político que se sustancian sin pausa pero sin ninguna prisa, parecen incontables. Pues, ¿quiénes, de los políticos, de los partidos, de los medios, de los sindicatos, de entre la misma judicatura no tratan de dirimir sus justas a través de una sentencia que acaba con la de un tribunal asimismo político?

Así, España, la España de arriba por unas razones y la de abajo por otras, bulle convulsa y desquiciada. Convulsos y desquiciados los que, arramplando lo público ahora se sienten acorralados. Convulsos y desquiciados los otros. porque no atisban ningún futuro. Así pues, esta sociedad sigue como siempre, con lucha de clases y predominio y dominio de los descendientes de los que ganaron la guerra civil. Por eso la política y la justicia social son pornográficas, obscenas e insultantes: el espíritu de los ganadores sigue vigente. Ellos son los que hacen de la política no ya el dudoso arte de mentir y la continuación de la guerra por acaparar también la justicia, sino la mentira en sí misma, falsía sin tapujos arro­jada cínicamente a la cara de la ciudadanía en desprecio de la inteligencia común.

Pero, al final, ¿cuántos políticos, banqueros o empresarios, es decir, el soporte de este tipo de sociedad, no tienen uno o más cadáveres en el armario? ¿cuántos de ellos no son corruptos? El que se excusa sin que nadie se lo pida, se acusa. Pero estos, por si fueran pocas las pruebas fehacientes de su indecencia, se delatan constantemente al acudir a la magistratura para que la justicia les dé la razón que no han logrado en los parlamentos y menos en la plaza pública. Se delatan, pero les da igual: tienen la sartén por el mango…

No le demos más vueltas. Las convulsiones constantes en España, como los movimientos sísmicos en ciertas zonas geográficas, obedecen siempre a las mismas causas: lucha de clases atizada por los politicastros y por los tiburones de las finanzas que detentan el poder contra el pueblo, por un lado, y las heridas sin cicatrizar dejadas por la guerra civil que, lejos de aliviarlas aquellos, cada día que pasa las infectan más, por otro.

Así es que si este país en conjunto (o las partes de sus confines por separado, desean avanzar), y puesto que no hay espacio para el socialismo real por la hipnosis del señuelo de las libertades formales aunque sólo sirvan para lamentos, no queda otro remedio que expulsar de la política, de la empresa, de la banca y de nuestras vidas a todos estos malhechores y falsarios. Y luego organizarnos de nuevo, como hordas que han de convivir desde el principio de la historia…

25 Noviembre 2013

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