Enviado a la página web de Redes Cristianas
El mundo giraba pasado de vueltas y ha tenido que venir un microbio a frenarlo para ofrecernos la posibilidad de reflexionar. La ocasión es única para repensar nuestro modo de vida y supervivencia en un mundo en el que parece que todo lo podemos, pero que, en realidad, solo es el espejismo en el que los humanos acostumbramos a vivir.
Hay quien dice que el coronavirus nos hará cambiar y que ya nada será igual; otros aseguran que pronto lo olvidaremos y que volveremos a cometer las mismas torpezas de siempre. Yo soy de los segundos, y creo firmemente que estamos condenados a sufrir las consecuencias de nuestra supina necedad, convirtiéndonos, seguramente, en la especie más trágica y penosa sobre faz de la tierra.
Hay que ser positivos, dirán los vendedores de felicidad. Allá ellos, pero no estaré yo en la lista de sus compradores. Yo, como Epicuro, no pretendo conquistar las más altas cumbres de la felicidad, sino que me conformo con aspirar al más sencillo, pero, tal vez, el más grande y auténtico de los placeres, y que no es otro que el no padecer dolor físico ni mental.
/ Antoñán del Valle (León)