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¿Después de siglos de celebrar la fiesta de La Inmaculada, cuál sería para nosotros hoy, cristianos del siglo XX, el sentido de esta fiesta? Pues en ésta, como en otras verdades del Cristianismo , se han ido dando diversas explicaciones.
Respeto a la Inmaculada, ¿Qué sabemos?
(Recomiendo para esta interpretación, el artículo de Fray Marcos, ?En María descubrimos la perla??).
Se nos enseñó dos cosas fundamentales: Primera, que el relato bíblico de Adán y Eva , según el cual cometen un pecado , es histórico, no mitológico. Segunda, que ese pecado, llamado original, se transmite a todos los humanos por generación carnal y que quedamos libres o purificados de él por el bautismo. De modo que quien muere sin bautizar iría al infierno.
Ahora, esto planteaba una pregunta inmediata: ¿Y los niños que mueren sin bautizar, a dónde van? Respuesta: no van al cielo, pero tampoco al infierno, van al limbo pues no han cometido pecado alguno.
Hacia el siglo XII, los teólogos comienzan a enseñar que la Virgen María nació libre del pecado original. Se dividen: los dominicos decían que no y los franciscanos y jesuitas que sí. La cuestión quedó zanjada en él año 1854 por el Papa Pio XI, que definió: ?La Virgen María fue preservada de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción?? Y de ahí el nombre y la fiesta La Inmaculada.
Está claro que esta definición necesita hoy ser debidamente reinterpretada. La interpretación tradicional, al estar basada en un hecho no histórico, no es científicamente sostenible.
Una explicación bien fundada pudiera ser hoy la siguiente: María de Nazaret, según narran los Evangelios, fue una mujer absolutamente normal, en eso consistiría su grandeza. El evangelista Lucas dice que María estaba llena de gracia: kejaritomene.
Este estar llena de gracia, los cristianos lo hemos venido interpretando, según he indicado, como un estar sin pecado, contraponiéndolo al hecho de que todos los demás humanos nacemos en pecado.
Sin embargo, la cosa no es así. Fue por influencia del maniqueísmo que llegamos a admitir que Dios, creador, fundamento de nuestro ser, nos creó mal, deshumanizados, poseídos por el pecado.
El apóstol Pablo , por el contrario, afirma ?El nos eligió , en la persona de Cristo para que fuésemos santos e inmaculados ante él por el amor??. No hay texto alguno en todo el Nuevo Testamento donde a María se le llame Inmaculada.
Fuimos hechos todos, buenos, no empecatados. Si fue Dios quien nos hizo, nos hizo sin pecado. Y en este nacer sin pecado, está también María de Nazaret, en ella brilla esta belleza sublime, es santa, inmaculada. En María, y en todo ser humano, hay un núcleo intocable, que nadie puede manchar. Ese núcleo es lo que hay en nosotros de divino, desde el origen mismo de nuestro ser. Y ese núcleo es inmaculado.
En este sentido, en María descubrimos lo que hay también en nosotros, somos idénticamente humanos, tenemos un mismo punto de partida. Y es, desde ese núcleo divino, que estamos llamados a realizar nuestra vida.
Desde esta perspectiva, aparece sobrante y un tanto ficticia , la figura que sobre María hemos montado, ella no necesita de adornos ni de capisayos, su grandeza es la sencillez y la simplicidad humana. ¿Qué hay de Dios en María y qué hay de Dios en nosotros? Lo que hay de Dios en ella y en nosotros, es purísimo, inmaculado. Por tanto, nuestra realidad original conlleva esa donación divina, que es la que tenemos que desarrollar. De ella proviene ?es la causa- todo lo bueno que podemos realizar.
Esta presencia divina se da también en Jesús y acaso por eso llegamos a creer que esa presencia divina es meramente masculina. No, la figura de María nos manifiesta también una idea y presencia femenina de Dios, su modo de ser comporta riquísimos contenidos que nos pueden ayudar a tomar conciencia de lo que Dios es como madre para nosotros.
Quizás, esté aquí la clave de por qué el pueblo creyente ha proyectado en María una grandeza enormemente divina, al comprobar que la teología oficial, obviamente masculina, excluía esta proyección.
Sin duda, ésta es una valoración distinta a la que tantas veces se nos ha dado, una valoración que nos hace ver que la verdadera grandeza de María reside en que llevó una vida normal, supo cumplir a maravilla sus obligaciones de madre y esposa.
Lo expresa muy bien Fray Marcos con estas palabras:
Mira a María como si fuera un espejo,
Que te está recordando lo que eres.
Si esa visión te asusta,
es que no has descubierto tu interior.
Eres la perla y tienes que tallarte.
Pero tienes un modelo en quién fijarte.
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