Nadie discutirá que, para un cristiano, las víctimas de cualquier clase son algo sagrado y quizás el lugar más seguro de una presencia de Dios. Vaya esto por delante de todas las reflexiones que quisiera sugerir.
Pero dada la condición dialéctica de todo lo humano, lo dicho no impide que también ese carácter sagrado de las víctimas tenga sus peligros y reclame una forma determinada de comportarse.
Esos peligros estarían en que las víctimas hagan de su sacralidad una especie de propiedad privada absoluta, sacralizándose ellas a sí mismas y convirtiendo su condición de víctimas en una especie de autodivinización que les da derecho a todo.
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