Víktor Frank afirma que «la espiritualidad es la verdadera dimensión del ser humano».
La dimensión espiritual es un constitutivo integral del ser humano, emancipada de la religión, aunque no en contraposición con ella. Se trata simplemente de una dimensión desligada de lo que solemos llamar religiosidad y que fundamenta una espiritualidad religiosa con características muy definidas
El ser humano puede vivir por encima de algunas de sus limitaciones corporales y sobrevivir porque es capaz de romper con la inmediatez y vivir las situaciones desde una perspectiva más amplia que aquella que le dan en cada momento sus sentidos. Es esta capacidad de trascender lo que ve, lo que oye, lo que siente, lo que le da miedo o lo que le atrae en cada momento, lo que hace posible que analice las ventajas e inconvenientes de cada situación.
Teniendo lo anterior en cuenta no tiene sentido una espiritualidad única, monolítica, para todos igual, para siempre… y tenía razón quien hace unos días decía: «Para mí el Año Sacerdotal se ha clausurado ya a las vísperas de su apertura, cuando fue dada a conocer la Carta del Papa a los sacerdotes, en la que se enfatiza el papel de Juan María Vianney, el santo cura de Ars, a los 150 años de su muerte, haciendo hincapié en todos los aspectos de una teología y una espiritualidad a los que se debe precisamente la gran crisis en que nos encontramos como cristianos y como Iglesia católica. Quede claro que la culpa no es del cura de Ars, que ha sido hijo de su época, sino de quienes conciben o sugieren tales documentos»
En este número de TH propugnamos una espiritualidad de búsqueda. No existen caminos de validez universal. Bien es verdad que los grandes maestros espirituales nos han trazado unas pautas; pero vivir la espiritualidad exige que cada cual encontremos cómo dar respuesta a lo que vivimos, cómo situar lo que nos sucede, desde esa interioridad única e irrepetible que somos.
Como la mayoría de nosotros hemos recibido una educación dentro de una espiritualidad monacal: hemos sido educados para ser sacerdotes, no para ser humanos, no para ser cristianaos, por eso ahora anhelamos una espiritualidad laica, no monacal; e interreligiosa, no sometida a los dictados de una religión sino abierta a lo que todas pueden aportar.