España duele -- Jaime Richart, Antropólogo y jurista

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Para los que necesitamos escribir como el comer a cam­bio de nada y siendo España como es, este sistema y este país son una mina para el crítico y para la crítica. Ya me gustaría, no obs­tante, no tener tantas oportunida­des, pues eso me permitiría prestar atención a otros as­pectos más atractivos de la realidad y menos incompati­bles con ese montón de estridencias y de di­sonancias que nos golpean el alma a los que conservamos in­tacta la sensibilidad tanto individual como social.

El sistema no tiene arreglo. Así es y así será hasta que una si­tuación extrema en todo el planeta (clima+demografía) desem­boque en una dictadura uni­versal. Pero mientras vivamos aje­nos a ese futuro, burla burlando, España, una vez más, duele. Y duele mucho por culpa de unos ejércitos de ladrones que se in­filtraron en la política de un partido que ha gobernado en mayo­ría absoluta en multitud de pueblos y ciudades, y go­bierna aún con ella en el poder central. Ese haber estado y estar fuera de todo control eficaz, hace más execrables sus actos de despil­farro y de expolio, y su cobardía más repulsivos a sus miem­bros. Los ladrones de otras fac­ciones son casi testimo­niales y comparables en número a los que pueda haber en cual­quier otro país que pueda parecernos digno de imitar…

Pero es que en España, por si fuera poco, el modelo produc­tivo asociado a lo que llamamos «el sistema» en tantos aspectos odioso, funciona con arreglo a unos en­granajes chirriantes le­gados en más o en menos por el dictador y llevados a una Constitución y a una forma de Estado que favorecieron todo lo que de escandaloso ha sucedido y que ahora se sabe. Los de­más países que gravitan en torno al sistema capitalista asu­men el modelo con cierta prudencia y discreción, pero en España lo exaltan justo los mismos que con su com­portamiento lo pros­tituyen con el único objeto de exten­der cortinas de humo y de paso denostar a los países que se rigen por un socialismo más o menos ajustado.

Por eso, así como en unas naciones (por ejem­plo las nórdi­cas) el sistema puede justificarse porque la des-igualdad en ellos es casi irrelevante, no se conoce la pobreza y la indigencia acaso pueda ser voluntaria, en España, alar­dear de que éste es el menos malo de los sistemas posi­bles no puede ser más hiriente y ofensivo para grandes sectores de población. Pues ya quisieran millones de personas tener menos libertad y a cambio vivir sin de­pender de la caridad, de la generosidad ajena o de la fi­lantropía. Habría que preguntarles, además, de cuánta libertad sienten disponer aquí como no sea la de quitarse de en medio o incendiarse con todo el país…

Un sistema en el que la libertad de mercado es una qui­mera, donde el mérito y el esfuerzo son espejuelos, y donde la inicia­tiva privada, que en otro tiempo pudo te­ner sentido y mordiente en los países del Nuevo Mundo por serlo, ha perdido todo su razón de ser desplazada o expulsada por la iniciativa de casino. Destructivo, histé­rico, hipócrita y cínico a un tiempo, si el ca­pitalismo fue siempre estructuralmente injusto, en España no ya el in­dustrial sino el financiero resulta especialmente ultra­jante actualmente al menos para un tercio de la pobla­ción…

Así resulta que las contradicciones, los engaños y las oportu-nidades para los desaprensivos, para los ladrones de lo público y para los antisociales en esta sociedad es­pañola en tantos as­pectos infantilizada y primaria por­que no ha llegado a cuajar una verdadera educación cívica atacada desde todas partes, si­guen siendo colosales.

Los contrastes son de corte casi medie­val. Junto a retribuciones fabulosas de personajes de la política en activo cuya única funciona­lidad se reduce a charlatanear (y a menudo mal), y de otros ya retirados pero largamente retri­buidos cuyo pa­pel se reduce a figurar, los salarios, es decir, las retribu­ciones irrisorias de las que incluso carecen en absoluto millones de personas, son propias de siervos de siglos para ol­vidar; los derechos, los privilegios, las canonjías y las preben­das que disfruta una parte de la sociedad en contraste con los que niega a la otra parte, son tan es­candalosos que sólo los ri­cos y los patrioteros de maga­zin pueden atreverse a justificar. España, por todo esto y por otros aspectos que requieren aten­ción aparte, social y políticamente está a la altura de los países del mundo más disparatados. Y los nuevos gobiernos locales tienen ahora por delante la misión ingente de superar un sinfín de obstáculos, remontando contratos cerrados, presu­puestos comprometidos y un modo de entender y de hacer política pro­pio de sociedades descompuestas en las que un nutrido grupo de salteadores disfrazados de políticos se han pasado décadas ideando y trabajando sólo para ver cómo podían desvalijar a este país… y consiguiéndolo. Por todo esto es por lo que Es­paña duele…

10 Agosto 2015