Las palabras sabias de mi amigo, Miguel Álvarez, de México, residen siempre en mis pensamientos. Se refería a los zapatistas en Chiapas, y a los visitantes de fuera. Parafraseo: Las gentes vienen por una semana, piensan que pueden escribir un libro sobre el lugar, se quedan un mes, y entienden que solamente podrían escribir un artículo. Cuando se quedan un rato más largo, empiezan a entender lo profundo y complejo de la situación, y piensen mejor no escribir nada.
Entonces ¿qué podría decir yo sobre Haití, que visité por 24 horas, o de la República Dominicana, donde fuí graciosamente atendida por cinco días? Les voy a referir unos analistas mejores:
http://otramerica.com/especiales/haiti-seismo-colonial/el-buen-negocio-de-reconstruir-haiti/1225
Lo que ofrezco acá son mis impresiones, mis reflexiones sobre un tiempo breve de profunda bendición y de grandes aprendizajes para esta presbítera y teóloga, su humilde servidora. . .
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El avión rebota entre las nubes, y bajamos, pasando agua, aterrizando en agua. Está lloviendo a cántaros. Por supuesto, no llevo chumpa para la lluvia, pero no importa. No estoy hecha de azúcar. Y allá está Julín, esperando, calmado, siempre paciente, y también Soledad. Corremos al carro, Julín con una bolsa de plástico amarrada en la cabeza, Soledad me cubre con su paraguas temblón.
Aquí estoy, como copresidenta de SICSAL, Servicios Internacionales Cristianos en Solidaridad con América Latina – Oscar Romero. Pronto será el 32 aniversario del martirio de nuestro querido San Romero y estamos juntándonos para celebrar al testigo del Dios de la Vida, en este lugar y en todo lugar.
Nunca antes he estado en la República Dominicana, ni en la Isla de la Española, ni el Caribe. Pero sé que en el litoral noroeste de la isla, hoy Haití, es donde Cristóbal Colón primero pisó tierra, después de pasar la mar azul y no caer de la orilla del mundo. Y luego uno de sus barquitos se hundió, la Santa María, entonces se tuvieron que quedar algunos de los europeos y fundaron La Navidad, la primera colonia (que por cierto fue de poca duración.)
Vinieron buscando riquezas y poder, vinieron trayendo espada y palabra, la Biblia — y acá la profanaron. Usaron nuestra Santa Historia como un instrumento de tortura, no como un misterio sagrado, revelado por el Cordero dócil, el Dios que sufre, el que vino a deshacer el primer pecado – el asesinato de Abel, por su hermano Caín – pero quien fue asesinado él mismo por estos mismos idiotas llenísimos de codicia y miedo. Trajeron al dios del hombre blanco, y con sus propias manos, con su acero, y sus enfermedades, construyeron el infierno. Violaron la tierra, quitándole el oro. Y los que aquí vivían, murieron.
Así empezó la historia tortuosa de este hemisferio, la destrucción de los habitantes originales que vivían en estas islas, y en los continentes que quedaban más allá. En 1492, había en ‘La Española’ un estimado de 250,000 pobladores taínos cuya lengua era el arawak. En 1517 sólo quedaban 14,000. Entonces los europeos secuestraron africanos y los trajeron como esclavos. En 1572, había 1000 españoles en La Española, y unos 12,000 afro-descendientes. El trato era tan malo que los africanos se morían a muy temprana edad, y así seguía siempre, el negocio de vender humanos.
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Entramos por un camino al lado del océano invisible, pasando por la lluvia atronadora, y llegamos a la ciudad. Agacho mi cabeza por vergüenza cuando pasamos las pintas, “¡Fuera minera Barrick!” Me hace recordar que aquí – de nuevo – somos nosotros, los canadienses, los que nos portamos igual que los primeros invasores, saqueamos los bienes y dejamos a cambio el desastre. Aquí estamos, cargados de codicia y destrucción, ahora envueltos en la mentira sucia del ‘desarrollo’. Ellos saben, y nosotros sabemos, todo es cosa del oro; los nativos les valen un pepino.
Julín es tan gentil, se preocupa, a pesar de que llevo ya dos almuerzos en dos aviones y que vamos a cenar en dos horas, insiste en darme de comer aún más. Entonces nos sentamos al lado del mar de agua, bajo de un techo de palma, y me cuenta como en esta misma ruta fue asesinado por fin en 1961 el Generalísimo Rafael Trujillo, en una emboscada. El General mandó por 30 años, y unas 50,000 gentes de la isla perdieron sus vidas, incluyendo entre 20,000 y 30,000 haitianos de la frontera en la Masacre del Perejil en 1937. El Corte. Ay, Dios.
Nos acomodamos en el hospedaje manejado por el Padre Darío y los hermanos de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús (tres de cuyos misioneros fueron mártires en el Quiché: P. Juan Alonso, P. José María Gran y P. Faustino Villanueva). Y luego salimos a visitar al Padre Edwin, un presbítero anglicano haitiano que fue en la administración previa en Haití, el ministro encargado de los haitianos de la diáspora. Pasamos una larga tarde ecuménica, mientras los dos sacerdotes, católico y anglicano, compartieron sus historias de más de treinta años de lucha por la vida y por justicia en la Isla. Después hablamos de la iglesia en general, y luego la conversación torna a la política, la política haitiana-dominicana, y me voy aturdiendo… veo que estoy nadando fuera de mis aguas.
Al día siguiente vamos conociendo Santo Domingo, por la mañana, y en la tarde se juntan los amigos. Su Gracia, Telésforo Isaac, Obispo Emérito de la Iglesia Anglicana Dominicana, y P. Darío, y yo, hilamos algo de la escritura, la tradición, y la vida cotidiana, y hablamos de los pueblos de Cristo crucificados, de los testigos sagrados, y de la violencia profana. Luego nos juntamos jubilosos a dar alabanzas, y después a comer plátanos y más.
Aquí están Vicky, mi amiga querida, y su esposo Chano, y toda una banda viene de Barahona en el lado sur-oeste, y el esposo de Soledad canta hasta hacer relumbrar las paredes. Al fin nos vamos por la carretera, entrando en la noche húmeda, cambiando los olores de la ciudad por la fragancia oscura de la tierra, y nos dirigimos a la rica costa del azúcar donde los haitianos cañeros viven como esclavos doscientos años después de su liberación. Llegamos por fin a Santa Cruz de Barahona. Allá por el valle seca de Neiba, pasando el lago salado de Enriquillo, y más allá espera Haití.
El día siguiente, y el siguiente, me meto de lleno en la vida de este pueblo, vamos de arriba a abajo visitando los proyectos que Vicky y Chano y el P. Julin, y un sinfín de otros, han iniciado. Más que todo, visitamos a las haitianas y haitianos que viven en bateyes, asentamientos de cortadores de café y caña. Aquí somos testigos del trabajo inmenso del des-aprendizaje de la violencia que realizan los y las promotoras de prevención de violencia familiar, y todas las cosas maravillosas que hacen en Casa Caribe con haitianos y dominicanos pobres. Están aprendiendo hacer candelas, y bisutería, plomería, y trabajo de electricidad. Matas de gandul crecen en todo el patio (guardo unas semillas para el jardín en la Casa de la Paz, en Quiché) y me cuentan que este edificio fue hospital después del terremoto. Vicky es una trabajadora contagiosa de milagros, una trabajadora de la viña, y la cosecha es verdaderamente maravillosa. Recientemente 23 mujeres y 3 hombres terminaron su curso de seis meses, y unos corren a traer su diploma para enseñármelo, Lideres y Lideresas en Prevención de Violencia. Qué día más bello.
Y por fin me tiro de cabeza al agua, que es más cristalina que un río de montaña, de color turquesa y azul, y quiero quedarme por siempre flotando en este agua dulce y salada, y nunca salir, más que para tomar agua de coco y comer más plátanos fritos. . . pero al fin, salgo a la fuerza. Vamos paseando, conociendo la iglesia chiquitita y hermosa del Padre Julín, y de veras me quedo, me quedo, les digo a Vicky y Chano. Vamos a misa al día siguiente, y ¡qué importa si estamos en cuaresma! la alegría sigue, y hacemos mucha bulla, y hay ritmo mientras alabamos.
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Respiro profundo dos veces, una y otra, y en las últimas horas de la mañana vamos hecho pistola en la carretera que pasa por el valle, la terrible legendaria falla, la misma que partió y se abrió al infierno el 12 de enero de 2010.
Julín, un tipo pacífico y silencioso, habla mientras vamos, tejiendo nuestro camino entre chuchos y cabras flacas, parando entre el polvo a comprar papayas y mangos para más tarde. Julín sabe todo. Ha sido sacerdote aquí por la frontera, en varios sitios, por más de treinta años. Me cuenta que conoce los caminos enredados, a pie y en bestia. Habla perfectamente el Kreyòl y el francés. Un sinfín de haitianos han buscado y encontrado posada en su iglesia o en la casa parroquial, cuando huían de las dictaduras duvalieras, o después de los golpes de estado en contra del único buen presidente en la historia de Haití, Jean-Bertrand Aristide, amigo del pobre, teólogo de la liberación en práctica y en la vida.
Julín se ha topado con la furia tanto de obispos duros como de matones sinuosos, en su lucha por atender las necesidades de los trabajadores por la justicia, en ambos lados de la frontera. En un momento fue metido preso del lado haitiano, y escapó con apenas un hálito de vida. . . ah, con su playera celeste y su modo tan tranquilo ¿quién se hubiera imaginado?
En la frontera lo conocen, los hombres oficiales y los no oficiales, y todos lo aprecian, “Pére, Pére, Pére Julín. Pasamos en menos una hora, y tomamos el camino a Port-au-Prince. La misma isla, otro planeta.
Haití. ¿Qué podría decir? En menos de un minuto la tierra colapsó y 300,000 murieron. Julín estaba aquí. Amontonaban a los muertos a lado y lado de las calles, dice, bajando su voz, esperando sin esperanza, al gobierno, a que algo pasara, hasta que se hizo evidente: nadie vendría, y enterraron a sus muertos en los desagües, o donde fuera. Han pasado más de dos años, y yo, por lo menos, no vi ni una sola estructura en reconstrucción (con excepción de un hotel de lujo), y hay más de medio millón de personas viviendo en carpas temporales. Se ve cuadra tras cuadra de escombros, derrumbes, inmundicia, basura, y por todos lados, en cada espacio, gente, gente, y más gente. Vendiendo, comprando, haciendo la vida, porque no hay más qué hacer.
Fueron prometidos miles de millones de dólares. Pero no apareció todo lo prometido, y mucho que sí llegó fue chupado por las empresas de construcción extranjeras con claro afán de lucro, y por obesas ONGs. El capitalismo del desastre. Hay quienes se enriquecieron. Un centavo de cada dólar que vino a estas tierras, terminó en manos de haitianos. Lo demás sólo vino a dar la vuelta, y para afuera otra vez. Aquí está la desigualdad pelada, a plena luz, nada oculto. ¿Será que así es la vida? ¿Será que así lo quiere Dios? ¿Por qué, por qué? ¿Por qué tanta muerte y sufrimiento?
SICSAL—Haití nos espera, Edrix, Pére Frantz, Sonia. ¡Qué alegría! Vienen de nueve organizaciones y comunidades e iglesias, incluyendo Abel, un líder tradicional vudú. Yo, completamente abrumada, recibo una invitación para hablar, y ¿qué puedo decir a estos amigos?
Platicamos, y compartimos el pan, y luego los haitianos cantan Tan Grande Eres, y el canto perfecto se levanta al Cielo, la armonía refinada, y las voces llenas y fuertes. De repente me veo, con mi pésimo francés, cantando con gran voz también, sin himnario. Me veo, testificando a los testigos de la resurrección. Ni barato ni fácil, aquí hay un milagro, tan profundo y cierto que cuesta hablar de él.
Poco a poco despierta en mí esta historia.
Aquí estamos siendo testigos de una lucha, feroz y del espíritu, por la vida a pesar de la presencia de la muerte que lo empapa todo. Acá, en la tierra de la muerte y del sufrimiento eterno, también está a plena vista la dignidad y el camino largo a la plenitud de la vida. Aquí estamos ya en el paraíso, el Reino ya ha brotado entre nosotros.
Después de una tarde de revelación, pasamos de nuevo por la ciudad en ruinas. Visitamos el sitio donde antes estaba la casa del Pére Frantz. Nos enseña la única habitación que sobrevive, pequeña, como una cueva, y las camas amontonadas. Aquí vive aún, y comparte el espacio con otras 16 personas. “Probablemente podría ir a otro lado,” dice Pére Frantz. “Pero no puedo dejarlos.” Y nos cuenta la historia de cómo la casa se hundió y colapsó, y luego me cuenta, ingenioso, casi con alegría, de las otras siete veces que escapó de la muerte. . . más cuentos de aquellos mismos matones, los que destruirían toda vida, los que han destruido a tantos, pero aquí y allá los sobrevivientes siguen adelante, maravillándose y gozando en su ser. De alguna manera, habiendo escapado de las garras de la muerte más de alguna vez, no tienen el más mínimo miedo.
Luego subimos, arriba, arriba, arriba en las montañas altísimas, donde hay frio, y todo es verde y bello. Edrix maneja, y escuchamos sus relatos y a veces su silencio, el milagro de su sobrevivencia en el terremoto, y su sueño de tener un huerto con tomates acá en los cerros. Y al fin bajamos a la ciudad a encontrarnos con el Padre Julín en un comedor oscuro a la orilla de la carretera, donde comemos estofado de cabra con cinco grados de chile, y champagne haitiano (7-up con cerveza), y nos agarra un aguacero, casi nos arrastra una inundación de la calle, y el agua lengüetea por la puerta del carro y entra a mojarnos los pies. Incongruentemente, pasa una mujer hasta la cintura en el agua, guareciéndose con un frágil paraguas.
Al fin, a la mañana siguiente salimos de Port-au-Prince. Entonces, pregunto a Julín y a Vicky mientras maniobramos por la ciudad, pasando las mansiones que le cagan encima a las casas de cartón y plástico en camino a la RD, dónde chingados está Dios en todo esto.
Me cuentan una historia, que en realidad no había entendido, pero que me enciende el corazón aún más con amor por el pueblo haitiano… es la historia del Bon Dieu, el Buen Dios del Amor y la Esperanza. Este Dios de la Resistencia clásico y eterno, quien vio a su pueblo esclavizado, quien vio el sufrimiento de su pueblo, y los llamó a la libertad. En el pueblo haitiano vive el germen mismo de la resistencia, nacido en los días de la doble lucha contra la esclavitud y por el fin del dominio imperialista francés.
En agosto de 1791, en Bois Caimán, el esclavo autodidacta fugado Dutty Boukman, nacido en Jamaica, condujo una ceremonia religiosa, junto con Cecile Fatiman, en la que hicieron el llamado a la libertad que lanzó la revolución haitiana. Usaron por primera vez en público el idioma Kreyòl, que tenía codificado internamente los términos para la resistencia. Para 1804 nacía la República de Haití, el primer país del hemisferio en liberarse del yugo europeo, y el único país que emergió de una rebelión de esclavos.
El Bon Dieu, como el Dios del pueblo de Israel, vio el sufrimiento de Su pueblo, y no se quedó en la indiferencia. El Dios de la Vida no manda ni glorifica ni celebra el abuso sistemático de parte alguna de su Creación para la ganancia de unos pocos cuantos. Bon Dieu ha estado al lado de los haitianos en todos sus tiempos de prueba: los siglos de la esclavitud, el horror de la ocupación gringa (1915—1934), las dos dictaduras de los Duvalier (1957-1986), que chuparon hasta secar toditas las riquezas del país, y las siguientes intervenciones gringos para sacar a Aristide (1991, 2004), y el horroroso terremoto de 2010, con todo su acompañante filantro-capitalismo.
El Bon Dieu sigue viendo con favor a los olvidados en su sufrimiento, empujados al margen por el pecado escandaloso de la codicia y el desprecio total por la vida. Entonces, los haitianos, en su poder del aguante, en su plena lucha por existir, a pesar de estas catástrofes hechas por humanos, están (junto con mi muy sufrido y querido pueblo de Guatemala) entre los más amados y apreciados por Dios. Acá, donde los viles oligarcas y los ricos insaciables del norte, con los poderes gemelos espantosos de los militares y los narcotraficantes, han hecho correr tantas veces la sangre de vida de los pobres, el Dios de la Resurrección ha florecido, una y otra vez.
Así me cuentan Vicky y Julín, quienes aman de verdad a sus vecinos hasta el fin. Y así lo creo también. Estamos trabados otra vez en la frontera. Es día de mercado. El lugar está lleno, rebosante del poder de la vida.
Buen Dios que has creado la tierra y el sol que nos da la luz, que agitas los océanos, que haces rugir al trueno, escúchanos Buen Dios, oculto tras las nubes. Tú que todo lo ves, y sabes lo que hacen los blancos. Su Dios les ordena el crimen, aunque nosotros queremos y pedimos el bien. Por eso nuestro Buen Dios ordena ahora la venganza. El nos conducirá, El nos asistirá. Destrozará la imagen del Dios blanco que nos ha hecho sufrir. Escuchemos adentro nuestro, el llamado de la libertad.
Koute vwa la libète kap chante lan kè nou.
La Oración de Dutty Boukman, lanzando la Revolución Haitiana