Enviado a la página web de Redes Cristianas
Es natural que nos escandalicemos y nos indignemos con lo que que vamos sabiendo sobre el comportamiento del rey emérito. Ahora bien, no olvidemos que sus tropelías -amorosas y financieras presuntas- no se hubieran dado sin los privilegios legales y, por qué no decirlo, de la anuencia y silencio complice de las instituciones y de los diferentes gobiernos y gran parte de los medios de comunicación de este país.
Por tanto, no pongamos el foco en el comportamiento vergonzante del rey Juan Carlos, que también, sino, sobre todo, en la cohorte que lo sustentó y protegió a sabiendas de su traiciones y deshonor. Un jefe del Estado no está para enriquecerse y servirse de su cargo y posición privilegiada, sino para servir al pueblo que representa con entrega y honestidad. Se diga lo que se diga para justificar semejante dislate, una democracia no puede ser completa cuando la ley no es igual para todos y el pueblo no puede elegir o destituir en libertad a su jefe del Estado.
/ Antoñán del Valle (León)