ENTREVISTA CON EL JESUITA JUAN MASIA.

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El País

El sexo apenas ocupa espacio en las teo­rías biogenéticas del profesor Juan Masiá. En realidad, el sexo fue un asun­to desprovisto de importancia en­tre los primeros cristianos. Pero ha sido el sexo -sus tesis sobre el preservativo- lo que le ha costa­do la dirección de la cátedra de Bioética en la Universidad Pontifi­cia de Comillas a este jesuita de 65 años, que estos días, tras ser casti­gado por la jerarquía, vive de con­ferencia en conferencia, y reclama­do por editores y periodistas. Aca­ba de viajar a Japón, invitado por el cardenal de Tokio, Seiichi Shira­yanagi, para inaugurar un simpo­sio sobre bioética «Como ve, un cardenal me da la patada, y otro me invita como conferenciante», comenta con socarrona displicen­cia, en referencia al presidente de la romana Comisión para la Fami­lia, el cardenal Alfonso López Tru­jillo, y al cardenal de Madrid, An­tonio María Rouco.

Pregunta. ¿Qué hay en Tertu­lias de bioética que no estuviera en sus libros anteriores?
Respuesta. Es un resumen de todas las cosas que he publica­do, el menos denso de mis libros.
P. ¿Por qué entonces la censu­ra, y tanto revuelo?
R. Lo peor de lo ocurrido es que todo se ha hecho sin el debido procedimiento. No me han dado razones por escrito.
P. ¿Y si las hubiera habido?
R. Si las hubiera habido, me sentiría atado. Pero no las hay.
P. ¿Tendrá algunos indicios de por qué le castigan?
R. Dicen que el libro y algunos artículos míos causaron malestar en la Conferencia Episcopal. No existe ni una nota por escrito; to­do de palabra, al parecer.
P. ¿Roma ha hablado?
R. De Roma, nada. Ningún cas­tigo, ninguna carta. Con toda la mala fama de Ratzinger cuando era responsable de la Congrega­ción para la Doctrina de la Fe, allí funcionan mejor. A mí me han in­vestigado tres veces en Roma por denuncias desde Japón, y nunca me dijeron nada. Ratzinger, ante las denuncias, preguntó a la dióce­sis, estudió y sus respuestas son siempre responsables, con el debi­do procedimiento.
P. Aquí, su libro salió con «li­cencia eclesiástica» de la diócesis de Santander, donde radica la edi­torial Sal Terrae. ¿Dónde surge el problema?
R Imagino que el enfado se produjo por la serie de conferen­cias y artículos. El libro sale en oc­tubre [del año pasado] con las de­bidas licencias, y me dijeron algu­nos: «Va a pasar algo». Efectiva­mente, en octubre, Romero Pose [obispo auxiliar de Rouco y res­ponsable de la Comisión Doctri­nal en España] le dice al rector de la Pontificia de Comillas que lo del libro de Masiá «o lo arregláis vosotros o lo arreglamos noso­tros». Esa frase es voz común, la han oído otros, yo no. Pero nadie me dice nada; sí a la editorial por lo de la licencia eclesiástica y la prohibición de reeditar el libro.
P. Pero se va a reeditar.
R A mí, el autor, mientras no me llegue una carta… Así que la editorial Trotta, después de confir­mar que Sal Terrae no reedita, me contacta y decide publicarlo. Sale ahora, estos días.
P. Los obispos no han dicho na­da por escrito contra usted, pero la Compañía de Jesús, sí.
R Por escrito, sólo hay una car­ta para apartarme de la cátedra, y porque la pedí yo, para proteger al rector; una carta consensuada, en la que no se me podía decir que ce­saba como director de la cátedra de Bioética por presiones de Rou­co, ni nada de eso. Simplemente, se me dice que ceso en la cátedra, y que pasado este curso no me con­tratarán ni seré renovado después de mi jubilación. La carta termi­na: «Esta decisión no es ajena a tus tomas de postura en cuestio­nes de bioética».
P. ¿Qué posturas?
R. La biótica es amplísima, abarca desde el comienzo de la vi­da hasta el final de la vida ¿La ver­dadera razón, aunque tenga me­nos morbo? No se puede afirmar que me castigan por decir sí a los preservativos. Por esa razón, no; hay muchos teólogos, muy conoci­dos e incluso archiconservadores, que sostienen lo mismo que yo.
P. Tendrá alguna conjetura so­bre el enfado- episcopal.
R Hay tres razones de fondo. Primera, ni Rouco ni Romero Po­se, ni Martínez Camino [portavoz de los obispos] ni Cañizares [car­denal de Toledo desde hoy] tole­ran el pluralismo. Piensan que qué es eso de disentir en la Iglesia siendo Iglesia.
P. Según eso, la teología no es una ciencia.
R Claro, es teológicamente in­sostenible decir una cosa así, citan­do a Pío XII, a Juan XXIII y al Concilio Vaticano II. Pero no lo aceptan. Si no hubiera Comillas es­tarían encantados. El otro punto es político, más dificil de formu­lar. Es claro que una parte de los obispos es beligerante contra el Gobierno y está con la oposición. Eso es muy visible. Lo que sosten­go va contra esa línea.
P. ¿Le acusan de ser pro PSOE?
R. El otro día discutimos un día entero el caso del hospital Se­vero Ochoa de Leganés [acusa­ciones de sedación ilegal en enfer­mos terminales]. Me dijeron: «No vayas», y yo repliqué: Mire, voy porque hay que estar presente en un debate tan terrible como ese. No soy ni PSOE ni PP y voy a ha­blar con toda libertad, estoy obli­gado éticamente. Se está criminali­zando a unos profesionales impru­dentemente. Ya salió una primera sentencia sobre el tema, pero el mal está hecho. Tras el debate, la gente quedó contenta. Claro, no los crispadores.
P. En cuestiones de bioética es donde más se nota que hay dos iglesias, una progresista y otra con­servadora. Por ejemplo, en los te­mas de contracepción.
R Sí, dos iglesias, dos teologías y, lo que es peor, dos biologías. Es el tema que más les crispa, que les pone malos. En el comienzo de la vida hay una posición muy estáti­ca y otra muy dinámica. Una que dice: aquí, en un óvulo fecundado, está todo metidito, si se toca eso es aborto. Ahí no hay problema de ética ni de teología. Hay dos biolo­gías distintas y dos filosofias. Ha­blan de los genes como se hablaba antiguamente de los homúnculos, cuando decían que en una gotita de esperma había un homúncu­lo, un homunculito, y no hay más que inflarlo y ya está, ya sale. Es­tán hablando de los genes exacta­mente igual. Respeto a las perso­nas, pero las ideas se discuten. De­cía días atrás un obispo que mani­pular los embriones que no se han implantado es un bioadulterio y un incesto genético. Esas ideas me producen vergüenza precisamen­te porque soy también iglesia.
P. Si estuviera fuera de la Igle­sia, ¿qué diría?
R. Si estuviera fuera… Pero es­toy dentro, y esas tonterías no se deben tomar en cuenta, no me puedo callar esas barbaridades: bioadulterio, incesto genético, o hablar, como hace Camino [Juan Antonio Martínez Camino, porta­voz episcopal y jesuita como Masiá] del bebé medicamento o de matanza de un hermanito para salvar a otro. ¡Esas expresiones! No puedo estar de acuerdo, no es teología, no se sostienen.
P. ¿Le gusta el proyecto de ley de reproducción asistida que pro­mueve este Gobierno?
R. Hay detalles que hay que perfilar, discutir y perfeccionar to­davía. Eticamente no hay que po­ner tantos reparos; hay que poner condiciones, eso sí. En Japón, aso­ciaciones de discapacitados, que allí son muy fuertes, nos echaban en cara que, aunque en teoría to­do es posible, dada la discrimina­ción que hay contra ellos, les preo­cupa que se extienda la mentali­dad de que una persona así no de­bería nacer. Esa reflexión me da que pensar. No digo que deba pro­hibirse, pero sí que hay que pen­sarlo muy bien.
P. Un caso concreto: María (nombre supuesto) tiene una ni­ña de siete años con anemia de Fanconi. Le han dicho que para que no muera su hija hay que transplantarle la médula espinal de un hijo previamente seleccio­nado. María está embarazada a los 41 años. ¿Qué le dice la bio­ética?
R. Hay una parte de la Iglesia que se opone. Yo no me opondría. Diría que hay que hacerlo respon­sablemente. Llamarle a eso bebé médicamente es prejuzgar que esos padres no tienen ningún cariño por el hijo que va a nacer o que será un mero medio. Seguro que lo van a recibir con todo cariño. Y que su hermana mayor lo agrade­cerá toda su vida. Y que el niño, cuando crezca, estará muy conten­to por haber servido para que su hermana viva.
P. ¿Y el resto de los embriones desechados?
R. Que los embriones no im­plantados no son personas es un punto de discusión que no toleran en mi libro. Ellos dicen que sí son personas. Es una mentalidad está­tica: cosas simples, quietas y aisla­das. La otra teoría es Zubiri: la es­tructura dinámica de la realidad. No cosas simples, sino complejas; no aisladas, sino en relación; no quietas, sino en movimiento. Ahí tiene dos teologías y dos filosofias.
P. María pensará que no va a dejar morir a su hija por una discu­sión teológica
R Es verdad. Evangélicamen­te, lo primero es la compasión. Ha­blar de bebés medicamento o de que se ha matado a tres hermani­tos… Ese es un lenguaje brutal y re­tórico, que prejuzga la cuestión.
P. ¿Por qué la Iglesia romana es, dicen, avanzada en lo social y tan inmovilista en la moral se­xual?
R Sí. Y en bioética es más avan­zada en el final de la vida que en el principio. ¿Por qué? Pues porque en el final de la vida no hay sexo. En el momento que entra la sexua­lidad, la Iglesia pierde la paciencia. El sexo es una piscina en que la Iglesia no hace pie.
P. ¿Por qué? En el principio del cristianismo no fue así.
R. No son tontos. Lo del preser­vativo es una ridiculez, ese no es el problema, ni los otros anticoncep­tivos. Pero saben que después de la cuerda viene el borrico. Que refor­mar eso les obligaría, por coheren­cia, a revisar toda la moral sexual. Es a eso a lo que tienen auténtico pánico.