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Fuente: Amerindia
Renacer profético
Medellín, Romero, Francisco
Santiago de Chile, octubre 12 al 14 de 2018
En la mañana del sábado 13 de octubre se presentó un panel con tres testimonios. A continuación, la transcripción (no revisada por su autor) de la exposición de Eugenio de la Fuente, sacerdote, párroco de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, en Quinta Normal, Santiago.
Muchas gracias por la invitación, por estar acá y realizar esto que nos hace tanta falta: juntarnos, conversar y decir las cosas por su nombre. Tantas veces no lo hemos hecho y es bonito poder hacerlo en un ambiente de libertad interior y de cara a Dios.
El testimonio que yo voy a dar está vinculado al contexto actual de la Iglesia en los temas de abusos. Mi nombre es Eugenio de la Fuente, yo fui víctima de grave abuso de conciencia de Fernando Karadima. Gracias a Dios no le gusté al personaje parece, así que sólo de conciencia. Fui un esclavo de conciencia de ese personaje durante 19 años. No sé cómo todavía estoy parado porque podría estar con una depresión tremenda. Pero Dios es bueno.
A partir de esto he conocido a muchísimas víctimas con quienes me he vinculado: sacerdotes, religiosas, de distintos ámbitos de la vida de la Iglesia. Pertenezco a una red de sobrevivientes de abuso sexual, de la cual estoy muy orgulloso.
Primero quisiera decir una palabra sobre lo que es ser víctima y ser revictimizado. La sensación de una víctima de abuso de conciencia o abuso sexual, están íntimamente vinculados, es de un profundo dolor, destrucción interior sicológica; al despertar se tiene la sensación de una gran estafa, de una gran mentira, en el nombre del mismísimo Dios, en el espacio más sagrado que puede haber. Gente que entra buscando honestamente desde su juventud, un espacio en el que se le promete vida plena, encuentra muerte plena. Por tanto, es incomparable el abuso que se sufre en cualquier otro contexto, en su gravedad porque aquí se usan dos espacios máximamente sagrados: el nombre de Dios y la plenitud de vida, y eso es extraordinariamente grave.
Cuando muestran promedios de abuso en la sociedad y dicen que en la Iglesia no es tanto, para mí es simplemente bestial.
En segundo lugar, viene todo el proceso de revictimización. Cuando uno sale del abuso y habla, todos hemos sido revictimizados. No se nos cree, a todos se les dice ‘cómo tú no te diste cuenta’. Anteayer, mi obispo dijo que no comprendía cómo gente inteligente había caído en lo de Karadima y que yo le había contado mi propia versión al Papa. Esto es revictimización, hiere y duele profundamente.
Además está la sensación de indolencia ante el relato de uno, como si fuera un relato más. Una indolencia que, de verdad, hiere profundamente. Y las quejas comunes: ‘se les pasa la mano’, ‘hasta cuándo van a hablar del mismo tema’. Duros, con una costra enorme para comprender y empatizar con lo que significa el abuso. Se muestran casi molestos: ‘hasta cuándo van a seguir con esto’.
De ahí brotan cosas graves: yo perdí la voz por casi tres años, pasé por 5 fonoaudiólogos, por 4 laringólogos y llegué a un gastroenterólogo quien me dijo que no era a causa de la garganta, sino de una depresión. Yo no podía decir eso ni a mi familia, ni menos a Karadima, porque me habría retado. Por tanto, me quedé callado con mi depresión y con mi voz. Me he encontrado con muchas víctimas que sufren problemas por la misma causa: reflujos, gástricos, en los huesos, angustias, soriasis, dolores articulares. Muchos estamos tomando los mismos calmantes.
Las consecuencias y las esquirlas que deja son incomprensibles y muy difícil de entender hasta qué punto llega el nivel del abuso. Por eso le dije al Papa tomando sus palabras: ‘usted dijo que la iglesia tiene que ir a las periferias existenciales, tenemos una periferia aquí, en la nariz. Dentro de la iglesia. Son todas las víctimas de abuso que no han sido consideradas y que no son prioridad. Usted habla también de la iglesia como hospital de campaña, pero los que hemos querido llegar a ser enfermeros en ese hospital, hemos entrado y hemos contraído un virus hospitalario que nos ha matado la vida. Los que llegan cojos, salen con cáncer al páncreas y mueren pronto. Esa es nuestra iglesia en este momento y estas son las periferias que debemos atender’.
Yo no iba chinchoso a hablar con el Papa. Quería decirle cosas. Él fue muy enfático, escuchó muy atentamente y le agradezco muchísimo que se haya dado el tiempo y lo haya hecho.
A partir de eso le pregunté a algunos amigos y amigas víctimas, qué esperan de la iglesia hoy día, ¿qué te da esperanza hoy? Me dijeron algunos testimonios realmente jugados, otros no mucho. Pero la mayoría tiene poco o nada de esperanza porque ven que el poder está corrompido, se olvidaron de la fe y algunos tienen una actitud soberbia.
Pregunté también a víctimas que han sido católicas: ¿quién te robó la esperanza? La actitud de los obispos, mantener la cultura, la victimización. Lo difícil de esta lucha es estar siempre contra la corriente, siempre sintiendo una angustia porque en lo que uno va a decir hay un riesgo, por la cultura de encubrimiento y de protección mutua. Muchos son reacios a la justicia civil del país, hay una sensación de muchas palabras, pero nada concreto. Una recriminación permanente, una tendencia a proteger al agresor y que no se sienta vergüenza, auténtica vergüenza.
Luego pregunté: ¿qué te daría esperanza? Me dijeron: avanzar en una iglesia con el esquema del Vaticano II, que se vayan todos los obispos de Chile, equipos de verdad importantes en las diócesis que miren a la cara a las víctimas y se encuentren con ellas y escuchen su rabia, su dolor, su sufrimiento. Cara a cara.
Una persona me dijo que habría que dar pena de excomunión por abuso sexual. Para ella es mucho más sagrado que un sacerdote o religiosa abusen por su autoridad en nombre de Dios con un menor de edad. A ellos habría que aplicar la excomunión latae sententiae. Habría que llevar todo a Fiscalía siempre y que la Conferencia Episcopal de verdad reconozca la verdad.
Esto es lo que recogí del sentir de víctimas que traigo aquí porque las escuchamos poco. Tenemos opiniones de muchos expertos, pero esto que acabo de decir son opiniones de víctimas que han sufrido el abuso, es su sensación, como se perciben.
En base a esto, en todo este tiempo he dado muchas vueltas al tema y he llegado a ideas que quiero compartir aquí, porque esto es algo que nosotros hemos provocado como institución eclesiástica.
Primero, tomar conciencia de verdad del daño que hemos causado. Que la iglesia y sus ministros han abusado en nombre de Dios, tomando el anhelo de niños y jóvenes que honesta e inocentemente están buscando vida en Dios y que a partir de eso se ha abusado de ellos. Eso es extraordinariamente grave porque se les ha destruido su existencia. Son gente que han quedado destruidas, incapaces de muchas cosas: de generar espacios normales, de vida familiar, profesional, relaciones con la autoridad, generar relación afectiva.
Conociendo ese dolor y el de la revictimización, hago un llamado a dejar de cuidar la imagen de la Iglesia. Jesucristo ha prometido que las puertas de infierno no van a prevalecer. Dejémonos de cuidar la iglesia, la cuida Jesús. Nosotros debemos cuidar a las personas. Benedicto XVI dijo que esta actitud ha producido más daño que siglos de persecución.
En segundo lugar, cada abusador tiene un lado A, siempre se dice de ellos que hacen tanto bien. El problema está cuando se abusa usando eso. El daño es siniestro, no se puede sacar promedios, mediar, porque eso es asqueroso. Todos los que están abusando son eso: abusadores. Lo que esperamos de la Iglesia es que se ponga del lado de las víctimas y deje de mirar de qué lado era este. Categorías que no sirven. El hombre es el camino para la Iglesia, la Iglesia es para el hombre y no el hombre para la Iglesia. Por tanto, de alguna forma siento que nos falta muchísima indignación entre los laicos, en las parroquias, en las comunidades religiosas. Esto uno lo echa mucho de menos, como víctima uno se siente solo.
Es importante mirar a Cristo para salir de la crisis, volver al Evangelio. Revisar el uso de la autoridad, revisar tantas afirmaciones aberrantes que se hacen y que no corresponden con el Evangelio. Esto no pasa sólo por hacer justicia, aplicar protocolos, frases fáciles. Lo que importa es convertirse a Cristo.
Hay que revisar el ejercicio de la autoridad que está completamente engrasado en la iglesia. Se nos enseña cómo obedecer, pero nadie nos enseña a ser autoridad como Jesús, hacer surgir a las personas, no aplastarlas bajo mi autoridad. Hace falta aprender a ejercer una real autoridad, sobre todo desde el Evangelio.
Finalmente, el tema de la afectividad en la formación de los consagrados. Ahora solo se demoniza la afectividad, lo que facilita el abuso. Está sumamente dañada. Cuando se combina el ejercicio del poder autoritario con una afectividad poco madura, es el caldo de cultivo para el abuso. Muchas gracias.