Se celebra en Suiza, a 40 Km. de Zurich. Católicos y protestantes se reúnen para una celebración anual común en la iglesia católica. El tiempo es magnífico. La música y los cantos son una maravilla.
Me invitan a tomar la palabra y a presidir la Eucaristía. Una mujer pastor está allí cerca, en el coro.
El clima del encuentro me impresiona: se establece de entrada una relación de iguales a iguales. Sencillamente, un ser humano se dirige a otro ser humano, más allá de las máscaras, de los títulos, de las funciones. La experiencia nos muestra que no se puede dar testimonio del Evangelio desde una situación de poder, es decir cuando se trata de una relación de superior a inferior.
Sin embargo, cuando las relaciones humanas se establecen entre personas iguales, y si son verdaderas, entonces sí se podrá dar el anuncio del Evangelio. Es lo que ocurre en esta asamblea ecuménica.
El tiempo del diálogo, partiendo de las preguntas planteadas, pone de manifiesto una innegable apertura al mundo.
Yo decía para mí: « Estos sí son cristianos que miran hacia los otros, amantes de la justicia y de la paz. » Pero lo que me ha llamado la atención, por encima de todo, es esa voluntad de vivir en un mundo sin discriminaciones. Encontramos esta preocupación por la igualdad entre los humanos. Igualdad de derechos. Rechazo de la dominación. Católicos y protestantes quieren ser solidarios y fermentos de humanidad. ¡Un hermoso signo que nos alienta!