Cuando iba a llevar unos libros a un preso, como es mi costumbre voy en metro de cercanías y luego en autobús. Un recorrido bastante largo que a menudo favorece los encuentros. ?ste fue el caso con un africano de unos cuarenta años que vino a sentarse frente a mí. « Me gustaría recibir un consejo de su parte porque no estoy nada bien. Lo estoy pasando muy mal e incluso pensé en suicidarme. »
Lo escucho procurando no hablar. Su rostro inspira simpatía. Sus ojos están como un poco velados. « Tengo lepra », me confiesa. Me sobresalto. « ¿La lepra? » «Sí. Tenía el virus desde unos veinte años. Se despertó como un volcán. Mis ojos están afectados, me salen manchas en la piel. Tengo un buen tratamiento». Me enseña los medicamentos que acaba de ir a comprar.
Encontrarme con un leproso es un choque para mí. Mi compasión crece hacia este africano. Habla nuevamente. « Mi mujer va a dejarme. Pide el divorcio. En tiempos ella era una inmigrante sin papeles. La recogí de la calle. La acogí en mi casa. Hice de todo por ella. Se convirtió en mi esposa y tuvimos dos hijos. Hoy se marcha.»
Me toca apearme del metro. A él también. Nos montamos en el mismo autobús. Se llama Romuald, es originario de la República de Congo. Al pasar delante del hipermercado « Carrefour », me dice: « Ahí es donde trabajo ».
« Soy creyente. A veces leo los Salmos y le rezo a Dios en la calle y también en mi casa. Y le digo: « ¿Por qué me ocurre todo esto? ¿Qué quieres de mí? ¿Cuál es tu proyecto para mí? »
Romuald se siente liberado por haber hablado conmigo. ¡Acostumbra a estar tan solo! Sus hijos pequeños se dan cuenta y le dicen: « ¿Papá, no te encuentras bien? »
Ambos nos apeamos del autobús. « Sigue confiando en ti mismo, Romuald. Y también en Dios. El futuro no ha terminado para ti»