Cuando las situaciones comienzan a hablar y las personas escuchan sus voces, entonces emerge el mundo sacramental»
El título va en plural porque la marginación siempre provoca, por desgracia, nuevos escalones cada vez más degradantes que nos incomodan, nos inquietan y nos desestabilizan… Esta reflexión es de mi cosecha y no quiero adelantar conclusiones. Empiezo por el principio.
Según quedamos, me voy a la pequeña empresa familiar de mi amigo Pepe. ?l me había dicho:
-Lo peor que te puede pasar es apuntarte a la asociación «Andújar contra la droga»… Te enganchas y no hay manera de desliarte.
Eso le ha pasado a él. Se apuntó para echar una mano, pero resulta que allí faltan todas las manos habidas y por haber. Pepe se ha enganchado «y, además, de verdad». Me empieza a desgranar temas, incidentes, reflexiones, tragedias y esperanzas. Voy a intentar resumir lo que yo he ido captando en esa conversación y en otra que tuvimos por la tarde también con Pepe y con Encarna, la trabajadora social.
Todos los jueves van a la cárcel. Lo que cuenta de esas visitas es una mezcla lacerante de desolación y de esperanza. Hemos echado mucho de menos a Paquita, la presidenta de la asociación. Ella no ha podido estar en esta entrevista por razones de salud. La conozco desde hace muchos años. Siempre he admirado en ella que la experiencia de un hijo drogadicto le ha dado una hondura humana, una mezcla explosiva de ternura, de compasión, de lucidez y de coraje que da sopas con honda a personas especialistas de muchos libros, pero que han pisado poco «suelo».
Sigo con la cárcel. ?»Vamos a Jaén todos los jueves. En la cárcel se considera esta visita como actividades socio-culturales. Se avisa en los módulos y va quien quiere. En verano se acerca más gente, aunque sólo sea para escapar un poco del calor sofocante de los módulos». (No destapo ningún secreto si trascribo lo que el sindicato de prisiones dice con grandes letras en su página web: «las prisiones andaluzas están masificadas al 173%). A esas visitas-charlas suelen acudir entre 10 y 15 personas de Andújar que estén en prisión por motivos relacionados con la droga. La visita dura dos horas.
Pepe me habla de una especie de «división del trabajo» entre las cuatro personas que van a esa visita. Aquello es muy variado, pero los técnicos lo llaman «terapias de grupo». Paquita, la presidenta, les habla como una madre. Durante la semana se ha puesto en contacto con las familias. Les da noticias, consejos. Anima a la gente. Transmite, sobre todo, interés hacia cada persona, ternura, cariño, cercanía humana que tanto necesitan. Hace poco, una reclusa le decía en una carta: «Vd. me ha enseñado mucho y me ha hecho ser otra persona. Mi vida ha cambiado para bueno desde que voy al curso de Andújar contra la droga».
Otro componente del grupo es Ángel, el trabajador social. Informa a cada persona de cómo va su caso, de las gestiones hechas o por hacer, de las dificultades y complicaciones, del abogado de oficio, de los retrasos desesperantes, de la impotencia… Todo eso que tanto interesa a quien está allí dentro y que sólo tiene esa ventana hacia fuera. Porque hay un dato añadido: los padres «pasan» de sus hijos drogadictos. ¡Resulta asombroso! De hecho, es un problema de sólo las madres y, más bien, de las abuelas, como ocurre en esta asociación.
A la visita van también Pepe y su hija Nadia, estudiante universitaria. ?»Les comentamos noticias de los periódicos, les llevamos rompecabezas, discutimos: -¿Cómo va el marido de la Pantoja? Ha estado aquí con vosotros. ¿Lo habéis visto alguna vez? Pues ya está fuera… Y a ti que quedan 10 años… ¿Has robado más que él?» Se trata de picarlos y hasta de cabrearlos para que adquieran o recuperen su dignidad como personas. Analizan su vida desde que eran chicos. Cómo han vivido rodeados de droga, en familias desestructuradas y con carencias de todo tipo. «Siempre terminamos con algún chiste para dejarles buen sabor de boca.»
Los temas se agolpan y se entrecruzan en nuestra entrevista. La gran preocupación de la asociación es la primera inserción o la reinserción laboral de estas personas cuando salen de la cárcel. ¡Un reto complicadísimo! Porque ¿qué empresa admite a trabajar a un ex-drogadicto y, menos aún, a un drogadicto? Pero la cruda realidad es que el trabajo es el mejor instrumento para recuperar la autoestima y, claro está, para sacar adelante a la familia. La propia asociación se ha convertido en empresa social que intenta por todos los medios buscar empleo para estas personas. Por ejemplo, han hecho un convenio con el Ayuntamiento para que trabajen allí dos personas, aunque les paga la asociación. Se sienten satisfechos de que, al menos, cuatro familias han recuperado la normalidad porque los padres trabajan, con ayuda del Fondo Social Europeo.
Mientras espero a que Pepe se deslíe de sus compromisos, tengo frente a mí a una de estas personas rehabilitadas y empleadas en la empresa familiar. Siempre he admirado esas manos que tornean el barro: la suavidad con aprietan en este o en el otro punto para estilizar o abombar el tiesto que se va configurando ante mi vista. En poco rato han «nacido» tres cacharros.
Oficio noble y bizarro entre todos, el primero.
Que en el oficio del barro
Dios fue el primer alfarero
y el hombre…
¡el primer cacharro.
Este trabajador, a quien llamaré Manolo, se ha sentado con nosotros. Tímido, al principio, se ha ido soltando poco a poco. Nos va desgranando esa penosa historia de los consumidores de droga que venden para poder seguir consumiendo.
La situación es tan cruel que los utilizan como conejillos de Indias. «Me ofrecieron un viaje a América. Pasaporte y todo libre». Allí en Colombia descubrió una inmensa pobreza y una descarada corrupción policial. Todas fueran facilidades. Volvió sin problemas, pero «como estaba enganchado, los dineros me duraron ná y menos». Otro nuevo viaje. Esta vez lo trincaron en Holanda, con 4 kilos. Le cayeron 23 meses de condena y cumplió 15 meses, dos tercios.
Manolo nos cuenta la diferencia entre las cárceles holandesas y las españolas. Allí se trabaja tres horas diarias y te pagan 20 ?? semanales. Puedes trabajar seis horas y, entonces, te dan 40 ?? semanales. Con ese dinerillo mejoras mucho tu vida. Por ejemplo, alquilar una tele o un frigorífico te cuesta 2 ?? a la semana. Vives en celdas independientes. Sólo hay una comida caliente al día. Lo demás son bocadillos y embutidos, pero con tu frigorífico y el dinerillo del trabajo te puedes organizar la vida un poco mejor. Fumador empedernido, Manolo compraba esas pastillas de tabaco que son frecuentes en Holanda. Liaba su tabaco y le salía bastante más barato.
En ese contexto, Manolo tomó una decisión asombrosa: se quitó de la droga… ¡a palo seco! Recuerda como una pesadilla los quince días que se tiró sin poder dormir y con unos calambres terribles: «¡¡Qué noches»!! Al salir de la cárcel, le dan 50 ?? y apáñate como puedas. Su hijo le envió dinero para poder volver a España. Y ahora viene lo que podemos llamar «la desolación de la libertad». No tiene dónde ir, duerme en la calle, ninguna perspectiva de futuro. «Me recogió mi ex-suegra. Un hijo mío vivía con ella». Me entero de que su ex-suegra acoge en su casa a un hermano, discapacitado, a su ex-yerno y a varios nietos de distintos hijos que siguen en la droga… De nuevo me viene a la mente esa SANTIDAD PRIMORDIAL de la que tanto habla Jon Sobrino.
Aquí entra de lleno la asociación. ¿Cómo recuperar a esas personas? ¿Cómo conseguirles trabajo? ¿Cómo hacerles descubrir su propio sentido de dignidad personal? ¿Cómo normalizar su situación? Tarea ingente. Pepe deja claro que él no es ni siquiera socio de la asociación, sino voluntario. Pretende mantener su capacidad de iniciativa frente a la inercia desesperante de los poderes públicos que necesitan protocolos, informes técnicos, comisiones… frente a urgencias que no pueden esperar ni un solo día. Por ejemplo, ayer tarde se presentó Pepe en el Pleno municipal acompañado de un matrimonio con su hijo de 4 años. Denunció públicamente que esta familia lleva bastantes días viviendo en el hueco de una escalera. Ya nos imaginamos el cabreo de los responsables políticos. Pepe les había informado del caso, pero mientras no se hace público, la gente se puede morir. Ya decía el viejo Kant que la publicidad es consustancial a la democracia.
Cualquiera de estos casos lleva detrás una o varias tragedias pavorosas. Y desembocamos en esa instancia política que es la responsable de que se hagan efectivos los derechos humanos. ¿Qué pasa? Pues que el tema de la droga no da votos. Más bien los quita, podemos decir. Nadie quiere un centro de rehabilitación en su calle ni en su barrio. Que les ayuden, por supuesto. Pero lejos de nosotros. La asociación se queja de los pocos puestos que existen para rehabilitación. La Junta de Andalucía, me dicen, tiene puestos concertados con otras instituciones. Pero, claro, hay que cumplir los dichosos «protocolos». Por ejemplo, alguien decide: ¡Quiero quitarme! Pues te colocan en la lista de espera y pasan dos meses hasta entrar en un centro de rehabilitación… ¡Se ha perdido la oportunidad!
En este tema, la asociación es un lince. Ese mismo día, con la decisión en caliente, la persona ingresa en un centro. Los «evangelistas», como ellos los llaman (Iglesia Evangélica de Filadelfia), tienen más 20 centros y en alguno de ellos encuentran sitio. Hay que pagar 60 ?? o, a lo más, 100 ?? a la entrada y nada más. Allí reciben el tratamiento que necesitan. Se financian con trabajos que realizan y con subvenciones. Ya se entiende que a estos centros va la gente que no tiene dinero, porque los ricos no necesitan de la asociación. «Hombre, tienen la cosa de que hay que rezar, pero ya se sabe que eso está así».
Todo este mundo es casi inabarcable. Por ejemplo, nos dice Encarna que la gente no quiere ver el problema. Hay niños de 12 años que ya están «empastillaos» (como dicen por mi barrio) hasta las cejas. Las nuevas drogas son mucho menos visibles y las consecuencias van a aparecer dentro de unos años, con mucha mayor incidencia sobre la salud mental y física. También subrayan que no existe relevo generacional. A esta lucha contra la droga se apuntaron las madres de entonces. Los padres, ¡nunca! Pasan los años. Aquellas madres, ya convertidas en abuelas, llevan todo el peso familiar, todo el cuidado de los nietos, cuando las hijas o hijos están enganchados… «Son guerrilleras natas». Pero ha desaparecido el dramatismo y la movilización que acompañó a aquella primera época en que empezó a introducirse la droga en los barrios. La situación actual es más silenciosa y más diluida, pero más abundante y, quizá, más peligrosa.
Parece imposible que tan poca gente sea capaz de sacar adelante tantas actividades: tres equipos de fútbol para niños del barrio (dos de futbito y uno de fútbol-sala). La escuela de madres para elevar su nivel cultural y para favorecer un espacio de comunicación y desahogo en libertad. Taller de informática, que es bastante goloso para la gente…
La charla con estas personas me ha dejado bastante «machacao». Percibo en sus ojos una confianza absoluta en el ser humano. A veces, contra toda esperanza. Personas así van construyendo calladamente la gran utopía de la fraternidad humana, la apuesta empedernida contra todas las formas de exclusión y de marginación. Resulta gratificante y esperanzador porque, desde instancias muy diversas, infinidad de gente trabaja por ir haciendo realidad la sociedad alternativa.
Personas así van construyendo calladamente
la gran utopía de la fraternidad humana, la apuesta empedernida
contra todas las formas de exclusión
y de marginación.