Estamos en la mitad del tiempo de las Olimpíadas. Países grandes y países chicos que apenas aparecen en los mapas del mundo compitieron en diversos deportes, y nos han dejado a los latinoamericanos a la altura del último palo del gallinero. Pero lo importante no es ganar sino competir, como dicen los perdedores. Yo eché de menos al Vaticano. Es pequeñito pero podía participar, sin lugar a dudas; porque es un Estado soberano, una monarquía absoluta y extraña en comparación con las otras oligarquías del planeta tierra, una verdadera nación con territorio, ciudadanos, leyes propias, guardia suiza a modo de policía, embajadores ante otros Estados.
Digo Vaticano, no digo iglesia católica que no necesita territorio porque es de pertenencia universal, sus ciudadanos son todos los bautizados del redondo mundo, ni necesita leyes propias sino solamente vivir el mensaje del evangelio de Jesús que se sintetiza en esa frase: no quieras para los demás lo que no quieres para ti, ni requiere policía porque la conciencia de cada cual es la regla suprema de moralidad, ni tiene embajadores ante otros poderes porque no defiende más intereses que los de la dignidad del ser humano y la vivencia de la fraternidad: todos hijos de Dios sin distinción de raza, credo, color, nación, condición de vida, cultura, sexo ni posición política.
Hagamos campaña para que las próximas Olimpíadas se enriquezcan con este nuevo aporte. ¿Se imagina al canal EWTV trasmitiendo competencias deportivas en lugar de los somnolientos, azucarados, deslucidos y poco motivantes rituales de culto o cambiando a los esperpénticos comentaristas de la cosa religiosa por locutores gritones?