Enviado a la página web de Redes Cristianas
En las noches ventosas y gélidas de inverno, me gusta escuchar el silbido del viento acurrucado en mi cama. Sentirse a salvo de las inclemencias y rigores del invierno, bajo la protección de un techo, es una sensación de confort, intimidad y seguridad indescriptible; sobre todo, para quienes hemos sufrido alguna vez las severidades del invierno sin las condiciones adecuadas para soportarlo.
Quizá por ello, en esos momentos de regocijo, no puedo dejar de acordarme de la desdicha de los desahuciados, de los arrancados de sus hogares por las mismas instituciones de un Estado que se supone los debería proteger. Tampoco puedo dejar de imaginarme a los sin techo que deambulan por nuestras ciudades, parapetados tras unos humildes cartones o acostados a los pies de un cajero automático. Intento ponerme en su lugar y, el frio que intuyo en sus famélicos cuerpos, me duele. Me duele con la misma intensidad que disfruto de mi tibio y confortable refugio.
Y, al final de esta sucesión de pensamientos y emociones contradictorias, me acurruco de nuevo, aprieto la ropa contra mi cuerpo y sueño con un mundo más justo, más templado y humano.
. Valladolid