Mañana se cumplirá una semana de la muerte de Raimon Panikkar a los 91 años, en su residencia de Tavertet. Su peripecia vital fue, pues, larga y también compleja, muy llena: sacerdote católico desde 1946, tras pasar un tiempo en el Opus Dei Panikkar desplegó un pensamiento independiente y crítico. Su profundamente asumida experiencia vital (más de 30 años en contacto con la India, más de 15 como profesor en EEUU) hizo de él uno de los símbolos más destacados de la inquietud espiritual de nuestros tiempos.
Contrario a cualquier dogma, a cualquier visión simplista de la realidad, Panikkar defendió la unidad de la experiencia personal, que tenía que enriquecerse constantemente en el diálogo con otras experiencias y formas de vida. Panikkar era espiritual cuando hablaba de la materia y del mundo. Y no cesaba de hablar de ello cuando se refería a dios, a un dios que en ningún caso quedaba ligado exclusivamente a una religión, a una época, a una tradición. Porque también las religiones tienen que entrar en el camino del diálogo. Según Panikkar, no deben imponer la verdad, siempre incompleta, de sus doctrinas, sino que tienen que exponerse para que, entre todas, puedan favorecer que los humanos compartan experiencias y crezcan en sabiduría.
Han sido, y siguen siendo, miles las personas que, en muchos lugares del mundo, han escuchado la palabra radiante, original, de Panikkar y que han leído sus escritos. Hace ya tiempo que se ha iniciado la edición de su obra completa, en italiano y en catalán. Se están preparando también las ediciones inglesa y francesa. Él mismo era un políglota con una enorme cultura filosófica y teológica.
Panikkar ha recibido muchos reconocimientos. Uno de los últimos, el doctorado honoris causa de la Universitat de Girona. Con la muerte de Panikkar somos un poco más pobres; con su vida, mucho más ricos.