Al principio de noviembre, desde el siglo VIII, honramos a todos los santos y difuntos. Antes era y sigue siendo la fiesta celta de Samhain, el fin de la época luminosa, cálida, y el comienzo de la época fría, oscura, en estas latitudes europeas.
El sol inclina su curso, los días se acortan, las sombras se alargan, el bosque se desnuda, la vida se recoge. Como se va la luz se fueron nuestros seres queridos. ¿A dónde se fueron, dejándonos tan solos? Los ojos se nublan, el corazón vacila. Pero, en cada latido, el corazón se expande hasta el umbral de la Presencia en la que todo vive, sobre todo los muertos. Y con flores de gratitud y de pena los recordamos junto a un mausoleo de piedra o una tumba de tierra, una humilde lápida o una pequeña urna de cenizas preciosas, o una simple cruz, la de Jesús el Viviente, la de todos los vivientes. Recordándolos, los acompañamos. Acompañándolos, nos acompañan. Presencia. ··· Ver noticia ···