¿Elogio de la economía? -- Manfred Nolte. [El Correo]

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Cristianismo y justicia

Las sucesivas encuestas de opinión publicadas en España en los últimos meses certifican un suspenso generalizado de la clase política, un estamento donde abundan los corruptos o burócratas, más dispuestos a perpetuar su posición -o la del partido- en el laberinto institucional, que a la ofrenda desinteresada en favor de sus electores. Basta teclear el vocablo ?politización? en el buscador Google para hallarlo vinculado al inventario de todas las actividades humanas: politización de las Cajas, politización de la cultura, politización de la emigración, y así hasta el infinito. En todas las entradas ?politizar? reviste un sentido peyorativo, y es sinónimo de ?degradar? o ?pervertir?.

El tema de la desafección política no es nuevo, pero lo es, en parte, debido a la creciente sustitución de parcelas tradicionalmente monopolio de la política en favor de planteamientos de tipo económico.

Hay que achacar a los efectos de la gran crisis en curso la difusión del discurso económico entre la población. Casi seis millones de desempleados se constituyen en jueces obligados del horror que nos rodea. Otros actores productivos, empresarios, autónomos, clases pasivas o funcionarios del sector público comparten el mismo espanto. La economía, la administración de la casa propia y también de la colectiva, se constituye en forzado y primerísimo objeto de interés.

A su vez, el fuego del discurso económico se ha visto atizado con el sorprendente advenimiento de los nuevos practicantes. Juristas, lingüistas, politólogos y hasta filósofos sociales debaten regularmente la oportunidad de las medidas de estímulo o los perjuicios de los recortes, atacan o enaltecen al banquero Draghi según la medida de turno, u opinan del beneficio o contraindicaciones del posible rescate de la economía española. Todo ello acrecienta la notoriedad del debate económico.

Cabe recordar que el enaltecimiento de lo económico -sobre cualquier otro valor social, incluso el político- tuvo su antecedente más espectacular en el slogan de campaña que dio la victoria a un joven Clinton sobre el veterano George Bush en las presidenciales de 1992 : ?Es la economía, estúpido?, proclamó el candidato, que era otra forma de sensibilizar al votante estadounidense sobre la importancia de las reformas económicas por encima de la tibieza de su oponente. El eslogan cautivó al electorado USA y Bill Clinton fue proclamado 42º presidente de los Estados Unidos.

La progresión del discurso utilitarista económico en detrimento del político se entiende mejor con algunos ejemplos más. Los dos primeros se citan en una reciente conferencia pronunciada por ese prometedor economista que se llama Jesús Fernández Villaverde.

Primero: Lower Merion es una ciudad de 60.000 habitantes de clase media-alta profesional en la afueras de Filadelfia (USA), el equivalente a Majadahonda de Madrid. Al frente de su alcaldía no hay ningún alcalde sino un ?City Manager?, que estudió administración de empresas públicas, y que lleva toda la vida trabajando en puestos relevantes de la administración y cuya filiación política se desconoce y no importa a nadie. Lo único que cuenta es que es un gestor eficaz.

Segundo: Mary L. Schapiro es la actual Presidenta de la SEC, el equivalente americano a nuestra Comisión Nacional de Mercado de Valores presidida por la popular Elvira Rodríguez. Su currículo académico y profesional es sencillamente espectacular. Pero lo relevante a nuestros efectos es que en los últimos 32 años ha sido nombrada para cargos relacionados con la regulación de los mercados por R. Reagan (republicano), G.Bush (republicano), B.Clinton (demócrata), G.Bush hijo (republicano) y finalmente B.Obama (demócrata) en 2009. De la biografía oficial de la SEC no puede desprenderse la filiación política de la Sra. Shapiro, y tampoco importa a nadie. Lo único que cuenta es que es una gestora probada en su responsabilidad institucional.

Tercero: El protagonista es Mario Monti. Para las próximas elecciones italianas de Febrero, Monti ha aireado una ?Agenda? que contiene el decálogo de su gestión de gobierno, pero sin presentarse como cabeza de partido político alguno, confiando que el grupo que asuma sus postulados le devuelva las llaves del ?Palazzo Chigi?, la residencia del Presidente del Consejo de ministros de Italia. En Monti lo político se subordina a lo tecnocrático. Nuevamente su filiación política ?inexistente- no interesa a nadie.

Los anteriores ejemplos transmiten eficacia y parecen convincentes. La gran objeción que pueden plantear los anti-economicistas es si tras la subversión de los principios políticos tradicionales, en particular su primacía social, no hay un sibilino ataque a la representación popular y en última instancia a la democracia. Si así fuera, llegaríamos a la conclusión de que tras el elogio de la economía se esconde un déficit de legitimidad, esto es, un déficit de la denostada actividad política. Pero no está muy claro.