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¿Quién dice que los hiperricos no tienen sentimientos? Pues claro que los tienen. Ellos, pobrecitos, también sufren de ansiedad (por ansia), de miedo a que los expulsen del paraíso (fiscal) y de inquietud por si algún Robin Hood les sisa en su dorada caja de caudales.
Ha sido difundirse por televisión el abrazo de Pedro y Pablo, como símbolo del preacuerdo de gobierno progresista y de coalición, y acto seguido entrar en pánico los poderes económicos de aquí y acullá, como si se avecinara un terremoto que fuera a derrumbar los pilares del dogma capitalista.
Pero, como en la vida todo tiene su contrario, es necesario recordar que lo que para unos es motivo de preocupación para otros es ilusión y esperanza, como es el caso de las clases sociales más desfavorecidas que, apostadas a las puertas del Congreso, reclaman justicia social.
/Antoñán del Valle (León)