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El Vaticano juega fuerte en Euskadi

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El Correo

El Vaticano consuma su estrategia para reconducir a la Iglesia vasca. La Santa Sede mueve ficha y anunciará hoy el nombramiento de José Ignacio Munilla, tal y como había adelantado EL CORREO, como nuevo obispo de San Sebastián en sustitución del carismático Juan María Uriarte. No se trata de un movimiento normal en la estructura de la jerarquía católica, sino de un giro radical que va a afectar de una manera sustancial al futuro de la institución en Euskadi, muy abierta en términos eclesiales y con una presencia social y política marcada.

Munilla, nacido en la capital guipuzcoana hace 48 años y euskaldun, se convirtió en prelado en 1996 tras haber conseguido los galones episcopales de una manera sorprendente. El actual obispo de Palencia había ejercido como sacerdote en la parroquia de El Salvador, en Zumarraga, casi apartado del trabajo conjunto de la diócesis y sin ninguna sintonía con sus responsables. En esas circunstancias, que Roma se fijara en él y le ascendiera fue interpretado como «un bofetón» a la jerarquía guipuzcoana. Y como una señal de que el Vaticano se preparaba para un golpe de timón.

Porque, además, Munilla se alinea con la corriente más integrista del Episcopado español, ahora liderada por el cardenal Antonio Rouco Varela. «Roma ha sido implacable», resume un cualificado miembro de la Iglesia vasca, para quien los líderes guipuzcoanos «no han sintonizado con los aires que han llegado en los últimos años desde el Vaticano».

En efecto, los esfuerzos de Juan María Uriarte para pactar un candidato de consenso han resultado baldíos. El obispo vizcaíno ha movilizado a personalidades con peso, y de purpurada influencia, en la curia vaticana, pero el lobby vasco ha perdido fuelle en la ciudad eterna.

Su ofensiva ha resultado infructuosa y no ha conseguido parar las presiones tectónicas que han provocado este tsunami eclesial. Observadores romanos apuntan que el pulso ha sido de alto voltaje, con choques de acero, pero Rouco, con el apoyo esta vez de Cañizares, ha desbaratado todas las estrategias.

«El Vaticano se ha rendido a las consideraciones políticas de Rouco, que anunciaba grandes males si no se cambiaba la singladura de la diócesis guipuzcoana», se lamenta un sacerdote ‘pata negra’ donostiarra, abatido porque «el cardenal ha ganado a nuestro obispo». «No se puede pisotear así a una diócesis. Munilla escogió escapar porque no estaba conforme con nuestra línea y ahora vuelve como si fuera el rey de la Creación», critica antes de invocar esa máxima de la tradición de la Iglesia que establece que no se puede hacer «nada sin el obispo y sin los presbíteros».

El destierro de Uriarte

El Vaticano es lento, pero firme. Muchos creen que la operación viene de muy atrás y que la primera señal se produjo en octubre de 1991, cuando monseñor Uriarte, entonces auxiliar en Bilbao, fue ‘desterrado’ a Zamora. Uriarte ya mandaba en plaza y todos daban por hecho que sustituiría a Luis María Larrea, a quien se prolongó el mandato pese a estar muy enfermo. Pero el Vaticano dejó claro que Uriarte no era su candidato y lo alejó de Euskadi. Toda una metáfora por cuanto el enclave castellano-leonés albergó en su tiempo la cárcel concordataria en la que se recluía a los sacerdotes rebeldes con el régimen franquista, muchos de ellos vascos.

Es cierto que Uriarte regresó nueve años después a San Sebastián, pero en una operación de aliño de José María Setién, que cedió el báculo antes de tiempo a cambio de que el prelado de Fruniz le sustituyera para asegurar una transición tranquila.

Otra señal se había producido en 1995, con el nombramiento de Ricardo Blázquez como obispo de Bilbao. «Fue un movimiento fino, como un sirimiri que fuera calando poco a poco hasta que las cosas estuvieran más maduras», analiza un eclesiólogo.

Al poco tiempo se produjo el cambio en el arzobispado de Pamplona. A Fernando Sebastián le relevó Francisco Pérez, que había sido arzobispo castrense y se encuadra en la nueva hornada de obispos muy conservadores. Es cierto que en la última etapa de monseñor Sebastián se habían roto ya muchos puentes entre la Iglesia vasca y navarra y que cada vez había menos cartas conjuntas, pero con Pérez la distancia se agrandó.

Hace ahora un año, tras la muerte de Carmelo Etxenagusia, había que nombrar a un nuevo obispo auxiliar en Bilbao. Y pese a que en la diócesis se esperaba la promoción de alguien «de casa», el Vaticano volvió a fijar su mirada fuera de Euskadi. Y eligió a Mario Iceta, nacido en Gernika y euskoparlante, pero formado al margen de la Iglesia vasca.

¿Ha acelerado el calendario el hecho de que el socialista Patxi López accediera a la Lehendakaritza e interrumpiera 30 años de gobierno nacionalista? Algunas fuentes creen que el nuevo clima político ha ayudado a la hora de tomar la decisión, pero otras las desligan con rotundidad. «Los argumentos son pastorales y no ideológicos», aseguran, pese a admitir que la ‘era Setién’ imprimió una impronta muy fuerte a la línea de la Iglesia guipuzcoana, que la marcó de manera muy especial.

El caso es que con el nombramiento de Munilla queda claro que el Vaticano juega fuerte. Y de que no se trata sólo de despolitizar a la Iglesia de Euskadi, que también, sino de apostar por una pastoral «más abierta y de que la pluralidad llegue al ámbito religioso». En Roma quieren atajar «los males de la Iglesia vasca: la falta de vocaciones, el aumento del secularismo y la poca representatividad de los nuevos movimientos», describe un ex miembro de la curia, para quien este diagnóstico es «muy injusto y muy ideológico» en una Iglesia con «un mercado muy vivo y un laicado muy comprometido».

En Guipúzcoa se defienden con la justificación de que la ausencia de vocaciones y la secularización es un fenómeno generalizado, pero sus detractores contraatacan con el argumento de que «aquí no ha habido un retroceso, sino un hundimiento. Esto es un páramo porque se ha descapitalizado la herencia religiosa de Euskadi», denuncian convencidos de que «ha habido un escoramiento de manera sectaria y un fracaso de objetivos».

Cortar por lo sano

Lo cierto es que Roma ha dejado a un lado las soluciones contemporizadoras y ahora quiere cortar por lo sano. Se trata de una apuesta muy radical que, según algunos observadores, amenaza con arrastrar a Ricardo Blázquez. «El obispo de Bilbao ha pactado, ha contemporizado y no ha extirpado», señalan en referencia al análisis de los padrinos de esta operación.

Muchos consideran que el giro que ahora se ha producido «es muy brusco» y que «no será bueno para la Iglesia». El regreso de Munilla a San Sebastián ha sido acogido en distintas instancias «con mucho dolor», porque están convencidos de que se trata de «una involución», de un retroceso en el discurso progresista de la Iglesia.

La Iglesia vasca se ha batido el cobre en la búsqueda de la paz, y Juan María Uriarte ha hecho bandera de esa causa, pero en ese recorrido las incursiones en el terreno político han provocado muchas heridas. El nacionalismo se ha sentido cercano y reconfortado por determinados pronunciamientos y las víctimas del terrorismo creen que la jerarquía ha llegado tarde, como otros estamentos, a su encuentro.

Pese a que Setién y Uriarte, los dos grandes líderes de la Iglesia vasca, cada uno con sus matices, han gozado de prestigio en el Episcopado español -ambos han formado parte de la Permanente, el primero, y de la Ejecutiva, el segundo- lo cierto es que con los años se ha ido abriendo una brecha. De hecho, San Sebastián se ha desmarcado de documentos sobre la unidad de España como bien común o sobre el nacionalismo con el argumento de que no se trata de doctrina eclesial. Con Munilla, un hombre de Rouco, la sintonía va a ser absoluta.

¿Qué va a ocurrir ahora? «No habrá rebelión», enfatiza un analista, consciente de que la fuerza del clero se ha debilitado en los últimos años. «Cada cual trabajará en su parroquia. Munilla reunirá a media docena de sus discípulos, tendrá presencia pública y meterá ruido. Dará imagen de una nueva Iglesia, pero que está llamada a ser marginal, porque la sociedad va por otro camino. Luego también habrá que pedirles cuentas a ellos», sostiene. En cualquier caso, sí parece que el Vaticano da por clausurado este periodo de la Iglesia vasca.

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