El seminarista del siglo XXI -- Gabriel Mª Otalora

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Ahora que el papa Francisco ha dejado abierta la puerta al celibato voluntario, es preciso recordar que la formación reglada del sacerdocio es relativamente reciente, pues solo se institucionaliza la creación de seminarios diocesanos a partir del Concilio de Trento (s. XVI). Si nos atenemos al Decreto sobre el ministerio y la vida sacerdotal (1965), el propósito del seminario es la formación de pastores desde el ejemplo de Jesús de Buen Pastor. Sin embargo, Jesucristo no perteneció a una clase social dedicada al servicio religioso y la práctica espiritual; ni siquiera pertenecía a la tribu de Leví, de donde provenía la casta sacerdotal, sino que era descendiente de la tribu de Judá, y le reconocían como un maestro (rabino); así le llamaban todos: Maestro.

El seminarista actual tiene mucho mérito porque todo parece venirle a contra corriente: la propia apuesta radical de célibe, exclusiva para los varones (lo que reduce el número) en medio de un contexto socio-religioso que no ayuda ni estimula a perseverar en esta apuesta vocacional. Pero lo esencial de la figura del sacerdote, aquello que solo un consagrado está capacitado y autorizado, es el sacrificio eucarístico y la absolución de los pecados. La reflexión me dice que la vocación presbiteral no puede sustentarse solo en estos dos sacramentos, teniendo en cuenta que también el número de sacramentos han ido variando en número e importancia hasta llegar a los siete de ahora. Más bien creo, a la luz del propio evangelio, que las bienaventuranzas son el verdadero carisma del cristiano, laico o célibe, hombre o mujer, y no los sacramentos, signos especiales de la presencia de Dios, a los que lejos de quitarles importancia, la percibo esencial a la luz de las bienaventuranzas.

Ni siquiera el sacerdote suplanta a Cristo en la eucaristía ni en el sacramento del perdón, pues el único ministro es el propio Cristo. Lo dice el Concilio: cuando el sacerdote realiza un sacramento, es Cristo quien lo hace. Y por mucho que los pastores administren algunos sacramentos en exclusiva, si no son testigos capaces de contagiar lo que transmitió Jesús, falta lo esencial de la Misión, lo único que puede mantener viva la fe en él.

Como afirma José Antonio Pagola, en medio de la oscuridad de nuestros tiempos necesitamos ?testigos de la luz??, creyentes que despierten el verdadero atractivo amoroso de Jesús y hagan creíble su mensaje. Por otra parte, los resultados actuales no producen feligreses adultos para ejercer su compromiso en el mundo -es decir, fuera del templo- a la manera de los seguidores que buscaba Jesús. Al contrario, tenemos exageraciones en el culto, grandes fastos y los príncipes de la iglesia, que añoran el pasado de poder eclesiástico y la facilidad para condenar en lugar de para sanar (perdonar) dando más importancia a la ortodoxia y a la institución eclesiástica que a la práctica evangélica. Afortunadamente, el papa Francisco parece empeñado en volver a lo esencial entre lo que no se encuentra el celibato. Ahora bien, de la mujer, ni hablamos cuando su situación en la iglesia sí que es algo prioritario a tratar.