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Tiene razón José Manuel Vidal, director de Religió Digital, (RE) al afirmar en su artículo de RE, (19/01/2020), que «No es de recibo la opacidad y el misterio en la Iglesia y, menos, en tiempos de Francisco». Se refería a lo que él mismo describía como «degradación» del obispo titular de Ibiza, monseñor Vicente Juan Segura, de 64 años, muy joven para los parámetros clericales, y qué decir tiene de hace quince años, que, cuando fue promovido a la sede ibicenca, con 49 años, era uno de los más jóvenes prelados de la iglesia española. Todo indicaba que le esperaban grandes vuelos, a pesar de que a su llamativa juventud se sumaba la imagen que de él corría por los mentideros clericales, y que no resultaban especialmente favorables para él, que llegaron hasta la Nunciatura, y a la romana Congregación de obispos, sin que hubiera reacción por ninguno de los dos lados.
De esta suma de factores, se desprendió fácilmente la idea de que gozaba de altas influencias, o, digámoslo menos políticamente, de muy buen predicamento. Por eso llama tanto la atención que un obispo con estos antecedentes, y a su edad, acabe de esta manera degradado de su titularidad episcopal, a la del refugio en una sede, la de Valencia, que algunos han llamado «refugium pecatorum», por éste, y por otros casos anteriores, de dos obispos que han hecho el mismo recorrido de «rebajamiento», y que se encuentran en el obispado de la ciudad del Turia.
En las informaciones que he podido recabar, nadie del mundo periodístico que informa de temas de Iglesia ha insinuado, siquiera, la solicitud de una información exhaustiva que significara un dejación de la protección de los datos de la vida privada, que hoy resulta tan protegida en una sociedad libre y democrática como la nuestra. Nadie, pues, está por la labor de provocar un «escarnio» del protagonista de esta situación tan insólita y desagradable. Pero lo anterior no es un tema que impida que se den algunas explicaciones razonables de un despeñamiento tan brusco y vertiginoso. El «Pueblo de Dios», en este caso, los fieles de Ibiza y Valencia, tienen derecho a estar informados, sin lesionar la justa exigencia de buen nombre, que a todas personas se les debe.
Desde Roma, de la Congregación de los obispos, han llegado algunas explicaciones, que algunos han catalogado de tomaduras de pelo, porque significan un desprecio a la inteligencia de los fieles, algo demasiado frecuente em el estilo de desinformación enojosa con la que la Jerarquía eclesiástica desinforma, mientras ellos piensan que regala buenas noticias, ¿generosa y educadamente? a sus sufridos fieles. Este es un tema sangrante, demostración palpable del que, según el Papa, es el mayor problema de la Iglesia: su clericalismo. Pero cada vez es más sangrante, y nos llena de perplejidad, el fenómeno inexplicable de que los que hasta hace muy poco amenazaban y reprendían severamente a los que, según ellos, no obedecían al Papa, ahora son los que, abiertamente, y esto quiere decir, que a la luz del día, y sin ningún tapujo, desobedecen las directrices papales, no hacen caso de sus llamadas a la equidad y a la prudencia evangélica, y se comportan, cada vez con más encono, como supremos e insuperable ¿clericalistas?
Es profundamente chocante, por ejemplo, que en la diócesis de Madrid, a la que pertenezco, los más asiduos respetadores y uniformados de todo el protocolo y aparato clerical no son los más veteranos, como sería de esperar, sino los más jóvenes, recién salidos del seminario, muchos de ellos todavía a la espera de las órdenes sagradas. A los que, perece, no les ha llegado, ni sus formadores les han hecho llegar, las diatribas anticlericales del papa Francisco.
Ya lo he escrito varias veces, pero nunca es excesivo recordar una de las mayores contradicciones de la Iglesia institución con la esencia del Evangelio, y de las primeras experiencias de la Iglesia primitiva. Y me refiero ahora, exactamente, a la transparencia que vemos ha faltado en el episodio que estamos comentando, del traslado del obispo titular de Ibiza a la diócesis de Valencia como obispo auxiliar. Como tantas y tantas veces, -me atrevo a decir, como la mayoría de las veces en casos similares-, y en general, en los modos y estilos de comunicación de los debates y discusiones de la Conferencia Episcopal Española, (CEE), en la información de la Jerarquía de la Iglesia no sólo a los fieles laicos, o seglares, sino incluso, a los presbíteros, colaboradores directos de los obispos en la obra de evangelización y santificación. En todo ese proceso lo que percibimos es n abuso de poder, clara y meridianamente. Y esto es una vergüenza, porque denota una nula convicción de la cercanía, casi paridad, de los niveles del sacramento del Orden Sagrado.
Y el escándalo a que me refiero es el siguiente: nos han insistido en los seminarios del mundo entero en que la Iglesia primitiva es el paradigma perpetuo para inspirar el comportamiento de la Iglesia de todas las épocas. Pues parece que nuestra Jerarquía no ha leído ni los evangelios, ni los Hechos ni las Cartas de los apóstoles. Y lo digo, y afirmo, y reafirmo, porque en toda la literatura neo testamentaria llama poderosamente la atención la limpia y exquisita transparencia en la comunicación de los fallos de los dirigentes, de la violencia verbal en las polémicas, de la claridad en la reprensión de unos a otros, y de la sinceridad en la información, incluso notariando por los siglos de los siglos estas diferencias en las páginas sagradas de la Sagrada Escritura.
Ejemplos preclaros de lo que estoy diciendo: Pedro nunca ocultó que negó al señor en una noche tremenda y terrible de debilidad y de pavor; tampoco corren una espesa cortina ante el comportamiento desleal de Judas; Pablo no se detuvo ante la denuncia del comportamiento hipócrita y cobarde de Pedro con los cristianos de Antioquía procedentes del paganismo; no ocultan el enfado, injustificado, de Pablo ante la tardanza de Marcos para sumarse a una de las misiones apostólicas del apóstol de las gentes, pues Marcos no tenía ninguna culpa de la tardanza de su barco, y así un montón de ejemplos. (Y retrotrayéndonos al Antiguo Testamento, es gratificante y conmovedor cómo del rey David, el personaje más querido en el mundo y la historia bíblica, no tapan, ni esconden sus pecados, errores, como rey y como persona).
Pues que aprenda nuestra Iglesia jerárquica: desinformando, como hacen, solo provocan que los fieles hagan suposiciones que, con seguridad, son menos benévolas con los problemas de sus prelados que si conocieran algo racional y proporcionado de los mismos. Y dudo de que esos errores achacables a los miembros de nuestra jerarquía alcancen las cotas de gravedad de las que leemos en el Nuevo Testamento, o en la historia de David. ¿Por qué, pues, tanta prudencia, o tanto miedo?