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Ante el desafío de Putin en Crimea, la actitud de la Unión Europea y Estados Unidos no presagian nada bueno. Primero, la UE obliga a Ucrania a decidir entre ?papá y mamá?? desatando un conflicto de partición que estaba dormido ante los enormes intereses económicos. Y después, la reacción rusa les ha pillado a todos los implicados a contrapié. Pero como en casi todo, existen antecedentes cercanos que deben provocar una reacción diplomática en otra dirección mientras la diplomacia sea posible.
Los Sudetes forman una cadena montañosa en el centro de Europa, entre las actuales Chequia y Polonia. Antes del último conflicto mundial se asentaba allí una población de origen alemán (los sudetes), que en 1938 pertenecía a Checoslovaquia, un Estado nacido a raíz de la disolución del Imperio Austro-Húngaro. La mitad de la población era checa, y el resto eran minorías, principalmente alemanes (casi un 23%) mayoritariamente germanófilos. En octubre de 1938 los alemanes ocuparon la zona y expulsaron de allí a la mayoría de la población checa.
Checoslovaquia tenía una alianza con Francia y la URSS. Francia se achantó y frente a las amenazas germanas, buscó el apoyo del Reino Unido antes de socorrer a su aliado. Pero el gobierno británico no estaba dispuesto a defenderlo. La tensión se incrementó cuando Hitler decidió prestar todo su apoyo militar a los sudetes, en su afán por conseguir la secesión del Estado checoslovaco. Mussolini, a instancias de Hitler, irrumpió en el escenario proponiendo una conferencia entre Alemania, Francia y Reino Unido, con el aparente propósito de zanjar la crisis. Pero lo que se firmó aquél 30 de septiembre en Munich fue la anexión del territorio de los Sudetes a Alemania, convirtiéndose sus habitantes en ciudadanos alemanes.
Estos acuerdos de Munich fueron declarados nulos por Checoslovaquia, que alegó no haber estado presente en las negociaciones. Tampoco los aceptó la URSS, al considerar que Francia y Reino Unido habían sido demasiado condescendientes con los regímenes totalitarios. Esa es la razón por la que muchos checos, al término de la Segunda Guerra Mundial, sintieran cierta simpatía por los soviéticos en lugar de las potencias democráticas que le traicionaron en el Pacto de Munich. Meses más tarde, en marzo de 1939, la mayor parte de Checoslovaquia fue incorporada a Alemania y convertida en el Protectorado de Bohemia y Moravia. La crisis de los Sudetes constituyó un jalón más en la política agresiva de los nazis y fascistas, alentada en gran medida por la debilidad y miserias de las democracias europeas.
Ahora es Putin quien, al oler la debilidad del enemigo, ante la mirada atónita de Europa, clava su zarpa en su ansiada Crimea. Obama ni Merkel ni la UE deberían olvidar lo caro que pagaron las democracias occidentales su mediocridad ante la ocupación nazi de los Sudetes. Es necesario no repetir aquel error.
Posdata: Para no tener que rasgarse ahora las vestiduras éticas ni jurídicas, mejor hubiesen hecho los mandamases europeos en calcular mejor los efectos de la independencia unilateral de Kosovo, tan aplaudida en Bruselas. Y ahora, con algo similar en Crimea, ¿qué? Contradicciones interesadas que debilitan la credibilidad política; y mucho.