Algunos amigos católicos me escriben privadamente para deplorar amablemente mis escritos recientes sobre la visita del Papa. No quisiera ofenderles, no es mi intención hacerlo; siempre he procurado, donde he estado como periodista y donde estoy como ciudadano agnóstico y respetuoso con todas las creencias,conceder a los que no opinan como yo el mismo derecho que tengo yo a expresar mis puntos de vista.
Dicho esto, que acaso es innecesario por evidente, debo declarar con toda convicción que sí me parece ofensivo lo que ha hecho Rouco Varela en la preparación de esta visita papal. Ha anunciado el perdón para las que hayan abortado, que pueden acercarse a la confesión en el Retiro, en esa obscena tirada de confesionarios que la jerarquía eclesiástica ha preparado en una especie de orgía pública de la expresión de la intimidad. Por su propia naturaleza, la confesión (cualquier confesión, la de un amigo con un amigo, la de un hijo con un padre, o viceversa) ha de producirse en el ámbito más íntimo posible. Estéticamente, moralmente, esta exhibición me parece de un gusto deplorable.
Pero vayamos al asunto del perdón: sitúa el arzobispo a las personas que se hayan visto en la necesidad de abortar en el ámbito específico del pecado y de la culpa, de lo moralmente reprobable, y esta es una acusación moral a la que Rouco no tiene derecho; Rouco no puede hacer valer su probable influencia en la conciencia de los ciudadanos que comparten sus creencias para estigmatizar a personas que, utilizando los cauces que les otorga la ley civil, han decidido hacer con su cuerpo lo que han estimado pertinente, sin violentar a los otros, sin saltarse normas que nos hemos dado libremente los ciudadanos. La intromisión de la iglesia en la intimidad de las personas ofende, y Rouco, lo siento, debe pedir perdón porque ha ofendido y muy gravemente a los que no piensan como él.