Enviado a la página web de Redes Cristianas
Andamos revueltos ante la posibilidad cercana de la entrega de las armas por parte de ETA. Es una fruta madura, aunque siempre nos quedará el regusto de que la noticia debió de producirse mucho antes. Cada día que pasa sin dar el paso, resulta un día perdido. En un contexto más amplio, Carmen Torres Ripa reflexionaba en su artículo “Sin Stop para el destino” sobre la decisión de ETA de “prohibir el perdón de los militantes a sus víctimas”: el colectivo descarta mostrar arrepentimiento y pedir perdón tutelando así los futuros pasos de los reclusos en el nuevo escenario ¿Qué desmesura irracional es esa tortura de no dejar que descanse el alma asesina? Es tan incongruente que no es de extrañar el rechazo que los vascos podemos producir fuera de nuestra tierra. Algo falla y no acaba de encajar en esta locura, afirma Carmen Torres.
Son las reflexiones descarnadas de alguien que padeció el asesinato de su marido, pero necesarias para desatascar tanta humanidad atrapada en este proceso final de ETA en que se tocan las fibras más profundas de cada persona y de la comunidad sociopolítica. Porque humanos somos los que generamos violencias y los que necesitamos ser rescatados de ellas en medio de una estrecha relación entre el empeño colectivo por acabar con toda violencia y las diferentes visiones que se tienen del ser humano. Y aquí, el perdón se hace invitado imprescindible a esta fiesta desde el reconocimiento humilde del daño causado. La izquierda abertzale está proclamando que su listón llega hasta reconocer el daño cometido. Pues dicho así, no es más que constatar algo que todos sabemos, una manipulación verbal que trata de pasar página cuanto antes a pesar de que en el Acuerdo de Gernika que auspiciaron y firmaron, recoge “la necesidad del reconocimiento, reconciliación y reparación de todas las víctimas” que deben ser tratadas por igual.
En este contexto, el perdón es inherente a la reconciliación, tanto el perdón demandado como el ofrecido por ser dos partes de un todo que además alcanza a la propia reconciliación del victimario consigo mismo.
Como dice Juan Mª Uriarte, una falsa conciencia de inocencia puede inducir a que el victimario se sienta más agredido que agresor. Y añade que tenemos que ayudarles a desmontar este entramado deshumanizado, cosa nada fácil, aunque está demostrado que el perdón es capaz de liberar y sanar. Que se lo pregunten a los de la Vía Nanclares y a sus víctimas. O a quienes participaron en la iniciativa de Glenncree. Pero mal empezamos al afirmar que “El perdón es un concepto que pertenece al terreno de la religión” (Maribi Ugarteburu, portavoz de la IA, entre otros) dando a entender que la ética no tiene cabida en la política. Sin embargo, en mil procesos de paz y reconciliación en otros escenarios del mundo, muchos de sus protagonistas tampoco eran cristianos.
En realidad, el perdón tiene su recorrido paralelo diferenciado al del cristianismo en clave de ética laica. Baste recordar a Pitaco, Rey de Mitilene (640-568 a. C), que dejó en libertad al asesino de su hijo, convencido de que “El perdón es mejor que el castigo”. Las personas que honestamente buscan la salida de la violencia, deben reflexionar con urgencia que la ética no se reduce a una cuestión privada ni subjetiva; aun más, que la ética y la política han sido, son y deberían seguir siendo conceptos inseparables. Que Aristóteles (s. IV a.C.) ya afirmaba que el hombre es un “animal político” (Zoon politikon) como sinónimo de ético, de ahí que se puedan juzgar las acciones humanas, también políticas, en el ámbito público. Por no recordar a su famoso tratado de Ética a Nicómaco en el que ya se habla claramente del perdón sin la religión de por medio. La ética laica existe y nos obliga a todos.
Estamos en un momento en que los valores abstractos se muestran insuficientes, por edificantes que estos sean, al no ser capaces de asumir y superar el pasado trágico ni de crear una identidad colectiva humanizada a la altura de las expectativas compartidas por la mayoría de la población. Ya no se trata sólo de hacer justicia, en genérico. Es preciso, además, cerrar las heridas del pasado y caminar en un nuevo tiempo dignificando la política con hechos, como sinónimo de ética, para superar nuestra realidad dañada. El rencor y los agravios históricos no verbalizados ni aceptados como injustos son incompatibles con un futuro de libertad. Al fin y al cabo, el futuro deseado sin ETA se crea a base de muchos presentes trabajados en la línea correcta. Y el perdón ha resultado ser el camino más liberador de todos.