Enviado a la página web de Redes Cristianas
La economía se ha convertido en una matraca que ocupa buena parte de la actualidad para mal, por la crisis. Finanzas y economía real comparten espacio con la corrupción generalizada y cada vez más obscena. Unos tratan de convencernos de que incrementando la globalización y la cesión de poder real a la Unión Europea, mejoraríamos todos. Otros nos recuerdan con sus desmanes y abusos, que el modelo económico actual funciona cada vez peor, precisamente por el exceso de poder económico-financiero ajeno a un control democrático parlamentario. Esto desvela dos realidades inquietantes y una evidencia: el que los ricos cada vez son más ricos; y que las rentas de capital incrementan su peso a costa de las rentas del trabajo. La evidencia es que este sistema económico no puede funcionar si desaparecen los paraísos fiscales.
Estos verdaderos paraísos en la Tierra esconden los dineros de los particulares, las empresas e incluso el de los propios Estados. En ellos, el dinero legal defrauda al fisco; y el ilegal es producto de la prostitución, el tráfico de armas, terrorismos varios o el narcotráfico. Lo que no pagan estos señores de lo negro, lo cubren a escote vía impuestos los sufridos ciudadanos, quedando en el aire servicios básicos a falta de la necesaria financiación. Para hacernos una idea, se calcula que al menos una cuarta parte de la riqueza mundial está depositada o gestionada desde paraísos fiscales.
Sin embargo, la opacidad informativa en torno a esta realidad está protegida por las prácticas legalistas, que no permiten el intercambio de información para propósitos fiscales con otros países para conocer a quienes se benefician de estos burladeros. Tanto hablar de la crisis, de las dificultades de la recuperación económica, del paro tan alto, de la deuda imposible de pagar, del déficit público, de lo que peligran los derechos básicos?? Y al final, a nadie con poderes para hacerlo se le ocurre plantear la necesidad de cepillarse esta estructura opaca e inmoral que socava la redistribución de la riqueza.
No es creíble un modelo económico que necesite de los paraísos fiscales opacos para sobrevivir. Y menos si parecen amparados por quienes nos dirigen desde Bruselas. Países enteros viven en buena medida de esos paraísos fiscales y del dinero sin control alguno. De los más de 50 paraísos fiscales, algunos están bien cerca: Andorra, Suiza, Malta, Liechtenstein, Mónaco, Luxemburgo, Gibraltar. Encima, son lugares pintorescos para pasar unas vacaciones, pero con el 12% del PIB del reino de España en negro, es como para reflexionar sobre la urgencia de poner en cuestión la existencia de estos paraísos y a quienes nos hablan de legalidades y más Europa, mientras los amparan, y vaya usted a saber si los utilizan.
Pero es que hay más: la crisis desatada en 2008, reveló que las instituciones financieras tenían cuentas de empresas domiciliadas en paraísos fiscales, muchas de las cuales eran ficticias. Estas cuentas contaminaron los balances de muchos bancos y provocando la fragilidad del sistema financiero. Este efecto perverso es mucho más agudo cuando no hay soberanía monetaria, puesto que los paraísos fiscales incentivan la fuga de capitales hacia ellos. Y por decirlo todo, los paraísos fiscales debilitan el sistema político de los países pequeños, facilitan la corrupción e impiden fortalecer la democracia, lo cual afecta el desarrollo de todo lo que no es Primer Mundo.
En definitiva, los paraísos fiscales suponen un obús contra el principio de supremacía del ser humano sobre el capital porque atentan contra el principio de progresividad (el que más tiene, más paga) y contra el principio de priorizar impuestos de rentas de capital (impuestos directos). Si nadie tiene algo mejor que decir sobre estas pozas negras, aquellos que nos exigen más recortes y precariedad, se retratan como colaboradores necesarios en la existencia de estos paraísos y de sus objetivos. Un retrato a base de injusticia, inmoralidad e hipocresía que desparrama toda credibilidad.