En un registro más discreto, pero activo, hemos de consignar las conversaciones de los
obispos con las diferentes formaciones y sensibilidades políticas. Están encaminadas a
registrar la situación, analizarla, escuchar a los interlocutores y hacerse escuchar por ellos.
Son a veces vehículo de demandas humanitarias que intentamos atender. Están abiertas atodos los responsables, aunque no todos muestran por desgracia, el mismo interés. Quiero creer que son «catalizadores positivos» del itinerario hacia la paz. Ocupan una parte no desdeñable de nuestro cerebro. Tenemos invertido en este quehacer un notable «capital afectivo».
III. REALIZAR GESTOS Y ACCIONES PACIFICADORAS
1. Es propio de la misión de la Iglesia
La mejor tradición profética, de la que es heredera la Iglesia, testifica que el gesto y las
acciones no son un simple ornamento de la palabra de los profetas, sino un componente
esencial de su mensaje. Oseas, Jeremías, Ezequiel son una muestra palmaria. En el NT se
sostiene que «si algunos son reacios al mensaje de salvación pueden ser conquistados no con palabras, sino con la conducta» (l Pe 3, 1) Evangelii nuntiandi subraya en muchos pasajes el carácter nuclear del testimonio cristiano. «Para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana» (n. 41). El anuncio del Evangelio se realiza con obras y palabras (cfr. Sant 2, 12). «Si escuchan al que enseña, es porque da testimonio» (Pablo VI).
2. Algunos gestos y acciones
La Iglesia ha recibido la misión de ser «tejido conjuntivo» en la sociedad. Mal podríamos
realizar este encargo si nuestra intervención se redujera a la pura palabra clarificadora y
esperanzadora. He aquí algunas maneras de responder a esta demanda del Señor.
Hay un primer nivel al alcance de pastores y fieles. Visitar a los familiares de los asesinados, dialogar con sinceridad y mansedumbre con los que disienten, reclamar de los políticos el primado de la paz sobre otros objetivos, acompañar a las familias de los presos, son expresión de nuestro hondo deseo de paz y pequeños mojones que vamos poniendo en el camino hacia ella. Estos pequeños signos, si no son selectivos y son numerosos, van sembrando una «cultura de la paz». Puedo certificar que no discriminan y son numerosos.
Todavía dentro de este primer nivel habríamos de consignar una iniciativa que,
lamentablemente, es todavía una realidad modesta, muy inferior a nuestros deseos. En nuestra Iglesia de Gipuzkoa convivimos creyentes que profesan opciones políticamente diferentes.
¿Nos atrevemos a dialogar sobre ellas entre nosotros? ¿No tendríamos que practicar este
diálogo con asiduidad, con libertad, con espíritu de concordia? Nuestras legítimas
pertenencias políticas, ¿son para nosotros algo más determinante que la fe y la pertenencia a la comunidad cristiana? ¿Tenemos toda la autoridad moral requerida para reclamar a los políticos que dialoguen si nosotros mismos no practicamos el diálogo? Desactivar por la palabra y la escucha las cargas de pasión ciega que a menudo acompañan a nuestras opciones, sería un ejercicio que anticiparía la reconciliación, tan necesaria para nuestra sociedad.
Comprendo que es un asunto delicado que puede abrir heridas en vez de cerrarlas. Pero, ¿no vale la pena intentarlo? Se intenta. Algunos resultados son admirables, aunque no todavía abundantes. Por temor a las tensiones se difiere una acción por la paz.
Las expresiones eclesiales públicas y multitudinarias en favor de la paz son un signo de
indudable resonancia social. La ascensión de jóvenes y adultos creyentes al santuario de
Urkiola y la marcha anual de muchos miles de cristianos guipuzcoanos a Aránzazu consolidan en los participantes su opción por la paz y transmiten a la sociedad un eco público de esta opción.
El encuentro interdiocesano que congregó en las campas de Armentia (Vitoria) a
50.000 creyentes fue un acontecimiento fuerte en el que resonaron las palabras de Juan Pablo II leídas en euskera: «Pake zale, pake egile, pake eskale. Sed amigos de la paz, constructores de la paz, orantes por la paz». Oración, reflexión, comunión y mensaje a la sociedad. Estas convocatorias mayores van acompañadas por una constelación de otras más modestas que se realizan en niveles más reducidos. La diócesis de Gipuzkoa tiene proyectado un extraordinario y masivo encuentro oracional para la próxima Cuaresma en la iglesia episcopal.
En un registro más discreto, pero activo, hemos de consignar las conversaciones de los
obispos con las diferentes formaciones y sensibilidades políticas. Están encaminadas a
registrar la situación, analizarla, escuchar a los interlocutores y hacerse escuchar por ellos.
Son a veces vehículo de demandas humanitarias que intentamos atender. Están abiertas a todos los responsables, aunque no todos muestran por desgracia, el mismo interés. Quiero creer que son «catalizadores positivos» del itinerario hacia la paz. Ocupan una parte no desdeñable de nuestro cerebro. Tenemos invertido en este quehacer un notable «capital afectivo».