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EL PAPA NO LES DIO LA RAZÓN.José Mª Castillo

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Religión Digital

Siempre se ha dicho que hay quienes son más papistas que el Papa. Esto se ha cumplido también con motivo de la reciente visita de Bendicto XVI a Valencia. Porque es un hecho que el comportamiento del Papa, en esta ocasión, ha dejado desconcertadas a muchas personas.
Sobre todo, a los que esperaban que Benedicto XVI viniera a darles la razón en sus furibundas declaraciones sobre la sociedad española y sus gobernantes. La semana antes de la venida del Papa se habían dicho cosas muy graves. Por ejemplo: «La sociedad española está moribunda» (Monseñor Blázquez); la familia es «atacada por una corte de becerros en el poder» (Mons. Gil Hellín); en España, se ha deshecho «jurídicamente el matrimonio» (Mons. W. J. Levada); «las leyes humanas… contrarias a la ley de Dios… deben ser consideras injustas» (Mons. Cañizares). Y lo más fuerte de todo: «El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando son contrarias a las exigencias del orden moral» (Mons. W. J. Levada). Quienes habían oído tales cosas se preguntaban ¿les dará el Papa la razón?
Esta pregunta es más seria de lo que algunos se imaginan. Es un hecho que la sociedad española está dividida. El enfrentamiento entre PP y PSOE ha fracturado la convivencia de los españoles. Y eso, como es lógico, ha roto también la unidad entre los católicos. Porque hay católicos del PP. Y católicos del PSOE. De ahí que, en España, los católicos se ven obligados a convivir en «comunión de fe y de vida» (como quiere la Iglesia), siendo así que unos y otros están divididos en cosas que son determinantes en la vida. Con el agravante de que, muchas veces, la división y la crispación es fomentada por altos dirigentes eclesiales y sus medios de comunicación, que cada día atizan el fuego del desprecio y del insulto.

Así las cosas, ¿por qué Benedicto XVI no ha dicho en Valencia lo que algunos obispos (y sus portavoces) querían y esperaban que dijera? La respuesta a esta pregunta hay que buscarla en otra cuestión más de fondo. Me refiero a una cuestión que mucha gente jamás se ha preguntado: ¿por qué tiene que haber un Papa en la Iglesia? Más aún, ¿para qué está el Papa en la Iglesia? Pues bien, el Proemio de la Constitución «Pastor Aeternus», del concilio Vaticano I (a. 1870), dijo con toda claridad que el Papa está en la Iglesia «para que se mantenga la unidad y comunión de toda la multitud de los creyentes» (DS 3051). Y el concilio Vaticano II reafirmó esta misma enseñanza: «El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad» (LG 23, 1).

O sea, el Papa está en la Iglesia para mantener a los católicos unidos en la fe. De forma que en las cuestiones que no son de fe, porque se refieren a asuntos relacionados con la política, la misión del Papa es mantenerse al margen de lo que divide y fomentar lo que une a los creyentes en Cristo.

Esto es enteramente razonable. Porque en una institución de ámbito mundial, como es la Iglesia, inevitablemente se presentan a veces problemas y situaciones que no se pueden resolver a nivel local. Y entonces hace falta una instancia superior (supranacional) a la que se pueda recurrir y que resuelva, con más altura de miras, con imparcialidad y objetividad, lo que en el ámbito reducido de lo local o lo nacional resulta muy difícil (quizá imposible) resolver. Con frecuencia nos quejamos de la ineficacia de la ONU para resolver conflictos locales, por ejemplo, el conflicto entre judíos y palestinos. La ONU es ineficaz, en estos casos, porque no tiene ni autoridad ni poder para resolver casos así, ya que en el Consejo de Seguridad tienen derecho a veto los cinco países más poderosos del mundo. Lo que significa que todos los demás estamos a merced de lo que los poderosos decidan.

En la Iglesia no es así. Porque hay una instancia última, el Papa, que es inapelable. Eso tiene el peligro evidente de que si el Papa de turno es un hombre que no sabe estar en su sitio, entonces pasan cosas de las que con razón nos quejamos o incluso nos escandalizamos. Pero eso también tiene la enorme ventaja de que cuando el Papa es un hombre que sabe estar donde tiene que estar, entonces ese Papa es capaz de poner a cada cual también en su sitio. Y eso, ni más ni menos, es lo que ha hecho Benedicto XVI en Valencia, diciendo lo que ha dicho y callándose lo que se ha callado.

Porque esto es lo que ha pasado en la reciente visita del Papa a España. El Papa ha afirmado, con sobriedad y claridad, lo que un Papa, hoy por hoy, tiene que afirmar: la enseñanza fundamental de la Iglesia sobre el matrimonio. Pero no se ha metido en otras cuestiones que no son dogmas de fe y que con, ardor y hasta destemplanza, son defendidas, a veces, por algunos obispos. Pero, lo mismo que ha defraudado a esos obispos y sus aliados políticos, ha sabido dejar plantados a los imprudentes que innecesariamente organizaron dos bodas gays y una manifestación provocativa que venía a crispar más a sus oponentes. En cuanto Benedicto XVI lo supo, dejó a todos plantados, enfiló hacia el aeropuerto y se despidió de Valencia antes del final programado.

No estoy de acuerdo con los gastos y fastos desproporcionados que se han hecho en Valencia para recibir al Papa. Pero, a pesar de todo, el Papa ha sabido estar en su sitio. Y ha puesto a cada cual en el suyo.

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