El campo latinoamericano está sufriendo una gran revolución, pero no la que esperaban sus campesinos sin tierra. ¿Un ejemplo? El monocultivo de soja transgénica en Paraguay. Familias empujadas a dejar sus tierras, hambre, contaminación y enfermedades constituyen el legado de este nuevo colonialismo. A través del caso paraguayo, vamos a hacer un breve recorrido por las consecuencias de esta dramática invasión, en la que se entremezclan resistencias y motivos de esperanza.
El derecho a la alimentación, el derecho a la tierra
Paraguay es un país muy fértil. El 40% de sus habitantes vive ?vivía? de la agricultura. Sin embargo, sus campesinos tienen cada día menos parcelas para cultivar. Están viendo cómo peligra la madre tierra que les ha dado de comer, y con ella su medio de vida y el futuro de sus hijos.
Han organizado la resistencia, se agrupan en campamentos de protesta, ocupan campos de soja, defienden su derecho a cultivar la tierra y a decidir su modo de vida. Reclaman la propiedad de una tierra adjudicada ilegalmente, durante la dictadura militar, a muchos de sus actuales propietarios. Los latifundistas, por su parte, pasean sus armas junto a los asentamientos campesinos.
Las multinacionales, con Monsanto a la cabeza, han promovido el monocultivo de soja transgénica ?el oro verde del siglo XXI? que alimenta la codicia de los grandes propietarios de la tierra y de las empresas que controlan la alimentación del mundo. El destino de esta soja es convertirse en pienso para sostener el consumo (insostenible) de vacuno, pollo y cerdo del mundo desarrollado, y en combustible ?alternativo?? para los coches.
Paraguay se ha convertido en el cuarto exportador mundial de soja. Pero esta agricultura mecanizada y destinada a la exportación no ha mejorado el nivel de vida en el país. Hay más pobreza, los jóvenes se ven obligados a emigrar por falta de trabajo, los campesinos abandonan sus hogares y se van a los suburbios a vivir?? ¡de la basura!
En el suelo, en el agua, en el aire?? y en las personas
Como todo monocultivo, el de la soja requiere grandes cantidades de energía y de productos químicos. Pero los transgénicos van más allá de la ?revolución verde?? del pasado siglo, ahora la tecnología permite controlar ?y monopolizar? la producción de las semillas. Se han manipulado genéticamente para que la planta sea resistente a un herbicida, el glifosato, que produce la misma empresa. Monsanto vende así el paquete completo: semilla y herbicida, negocio redondo.
El herbicida se utiliza profusamente. Se fumiga, además, sin cumplir la legislación, no se respeta la ribera de los arroyos ni la proximidad de las casas. Se está envenenando el suelo, el agua y el aire. Las aguas subterráneas también se han empezado a contaminar. La fumigación de la soja acaba además con los cultivos próximos. El viento transporta el herbicida a las zonas habitadas. Aumentan los casos de niños y niñas con alergias y con problemas respiratorios. Aumenta la llegada al mundo de bebés con graves ?gravísimas? malformaciones congénitas.
Como todo monocultivo, utiliza muy poca mano de obra. Los campesinos sobran. El cultivo mecanizado de la soja implica un cambio cultural de 180 grados con respecto a la agricultura campesina tradicional del país, que era orgánica, en pequeñas fincas, sin agroquímicos y con abundante mano de obra.
Mirando al futuro con esperanza
El gobierno del presidente Lugo quiere hacer una reforma agraria nueva y justa, y recuperar las tierras del Estado que fueron vendidas irregularmente durante la dictadura militar. Los campesinos sin tierra están pendientes de este proceso que abre un camino de esperanza en su defensa de una agricultura basada en el respeto a la tierra y que busca una vida digna para las comunidades campesinas. Pero la reforma es urgente, si quiere frenar la invasión de los cultivos transgénicos.
MÁS INFORMACI?N
La guerra de la soja Programa En Portada www.rtve.es/alacarta/index.html?page=2#396881