Enrique Figaredo, conocido como el ‘obispo de las sillas de ruedas’ por su trabajo en Camboya con los mutilados por las minas antipersona, asegura que la ‘impunidad’ de las ONG se ha acabado, y recalca que ONG y religiosos no son los dueños de las ayudas sino sólo los intermediarios para que lleguen a sus destinatarios. ‘Quique’ Figaredo, que se encuentra dos días en España por cuestiones familiares tras haber participado en la reunión de Caritas Internationalis en Roma, ha reconocido en una entrevista con EFE que la solidaridad aumenta en los países ricos no sólo en cuestión material sino de personas que se comprometen en ayudar a los más pobres o necesitados en muchos lugares del mundo.
Señala que esta aparente contradicción de abandonar la práctica religiosa y del relativismo que se da en las sociedades occidentales, principalmente en Europa, y el aumento de la solidaridad (el equivalente al valor cristiano de la caridad), se produce porque la Iglesia católica, sobre todo en Occidente, no está adaptada a la realidad y ‘en muchos sentidos ha perdido el tren de lo social’.
‘Se está buscando en los márgenes, en la inmigración, en los barrios mas pobres y en los países más subdesarrollados… pero esa búsqueda en la vida de los sencillos llevará a la Iglesia a volver a renacer. Tenemos el pecado del orgullo y la soberbia, y si somos capaces y queremos aprender de la gente sencilla, volveremos a renacer’.
Es importante, agregó Enrique Figaredo, ‘volver a lo auténtico, a recuperar los valores del Evangelio y aplicarlos a la realidad cotidiana, porque nos hemos hecho un poco cómodos en la sociedad del bienestar’.
En Camboya he aprendido, agregó, ‘que existen valores y visiones nuevas de la vida… No podemos llevar con nuestra solidaridad los problemas y fallos de nuestro mundo, sino que hay que saber encauzar los esfuerzos y las voluntades en la cultura en la que nos encontramos, y al final son ellos los que nos salvan porque tienen mucha mas fuerza y dignidad a pesar de sus problemas, y nos están ayudando a despertar, a cambiar de paradigma y de realidad’.
El obispo de la diócesis camboyana de Battambang, que posee la Gran Cruz de la Orden Civil de la Solidaridad que le concedió el Gobierno español en el año 2004 por su trabajo y labor social en favor de las personas discapacitadas y los marginados de Camboya, señala que a pesar de que se ha avanzado mucho, todavía quedan muchas minas antipersona en tierras de Camboya que impiden su desarrollo.
La explosión de una mina, afirmó Figaredo a Efe, es un hecho terrible con el que nos seguimos encontrando cotidianamente, y esa situación no sólo es grave para el que la sufre y su familia, ‘sino también para la sociedad que ve frenado su desarrollo porque produce una reacción sicológica que deja a mucha gente paralizada’.
El dolor, añade, llega a todos y rompe el tejido social, y por ello, no sólo está el trabajo para conseguir limpiar el terreno de minas, sino que hay que prestar ayuda médica y síquica al que sufre una mutilación, y prepararle ante una situación que es irreversible.
Enrique Figaredo reconoce que la colaboración del Gobierno local y de los lideres religiosos de otras confesiones, como los budistas, es bueno y fluido en los proyectos en marcha y en los que van surgiendo para ayudar al desarrollo del país y en la atención educativa a los niños y jóvenes.
Sobre la relación con los budistas, el prelado afirma que es excelente, y en esta línea defiende la necesidad de seguir impulsando y avanzando en el diálogo interreligioso.
‘En el contexto camboyano, este diálogo es fundamental, reitera, para lograr una sociedad inclusiva, en paz, en la que nadie se quede fuera; es un tema de necesidad vital, y a mi me dan constantes lecciones los monjes budistas en esta realidad’.
Sobre los escándalos que han surgido en España, en los últimos meses en relación con algunas ONG por el destino que dan a las ayudas recibidas, el prelado se muestra tajante en el sentido de que ‘nos perjudican a todos’, aunque añade que mayoritariamente la gente está trabajando muy bien en el desarrollo y la dignidad de los países en los que desarrollan su labor social.
Hoy, afirma, las ONG ‘ya no pueden hacer lo que quieren; su impunidad se ha acabado porque existen muchos mecanismos para controlar que las ayudas llegan a las personas y proyectos para las que se han destinado; y nosotros, precisa, tenemos que hacer un esfuerzo de transparencia, relación personal e información con los que nos ayudan.