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Desde que empezó la práctica de la llamada «democracia», que no lo ha sido nunca de verdad, surgió la costumbre de denominar a los contendientes políticos con los términos de «derecha» e «izquierda». Dando a entender que la derecha defendía una actitud conservadora, de ir continuando más o menos tal como se hacía (que ya era bueno, o por lo menos aceptable, lejos de cambios con los cuales nunca se sabe qué puede pasar). Y, en cambio, entendiendo que izquierda quería decir cambiar las cosas, las leyes, para hacerlas más justas.
Del mismo modo que la democracia era, y es, una trampa (puesto que, con una propaganda enorme y cara, se conseguía que los pobres votaran opciones conservadoras, convencidos de que, si se hacían cambios, podía ser peligroso y que incluso podía ser que todavía vivieran peor), también era, y es, una falacia, denominar derecha y conservadores a la población rica.
La población rica, que muy a menudo lo es porque ha robado, no de la manera que se entiende para robar (coger físicamente un objeto y llevárselo), sino de maneras disimuladas y a menudo muy organizadas y presuntamente legales, porque están de acuerdo con unas leyes ya hechas adrede, se viste con unos nombres que parecen correctos, e incluso normales y, a veces, bonitos. En absoluto merecidos.
En Catalunya tenemos un ejemplo que todos los ciudadanos/as tendrían que conocer y recordar. Explicado de la manera más breve: en nuestro siglo XI, unos militares, establecidos en unos castillos estratégicamente situados para la defensa del territorio, y por ello llamados «castellanos» (nada que ver con Castilla), en un momento de descontrol de los condes, empezaron a usar la fuerza (que tenían para luchar contra los musulmanes) para atemorizar, y someter, a nuestros campesinos, a veces robándoles literalmente las tierras, en la mayor parte de los casos imponiéndoles cargas y pagos injustos.
Nuestro siglo XI vivió el salto de Catalunya a una sociedad dividida en clases (hasta entonces no lo era, o no plenamente). Pues aquellas personas que cometieron tales abusos, no se conformaron con ello, sino que también se autodenominaron con nombres respetables, tales como «señores» y «nobles». ¡No eran ni una cosa ni la otra!!! Pero así fueron denominados durante siglos, y, todavía hoy se habla así. (Igual que en Catalunya pasó en otros muchos lugares.)
Hoy, quienes roban, quienes se han hecho ricos robando, no usan palabras tan altisonantes. Pero de manera más adecuada a los tiempos, son conocidos como inversores, dirigentes, técnicos (no me refiero a los técnicos de verdad) y palabras por el estilo.
Esto encaja con el hecho de que, políticamente, se les llame «la derecha». Y, pues, la derecha y la izquierda pasan para ser dos categorías diferentes, pero tan legítimas la una como la otra, dignas de alternar entre sí en relación con las aspiraciones ciudadanas. Las dos muy legítimas. Casi todo el mundo aceptaría que es así.
Y sin embargo, es mentira. Unos cometen injusticias de manera bastante habitual, y pretenden que las cosas sigan estando montadas de tal manera que las puedan continuar cometiendo. Es tan habitual y así ha sido siempre, que ya lo consideran como si fuera «un derecho». Y si se les privara de ello, lo llegarían a considerar como que «se lo quitan».
Así que, ser de derechas o ser conservador quiere decir, en realidad, querer «conservar las injusticias». Algo del todo inmoral, ni lo más mínimo legítimo, equivaliendo a ser ladrón. Cosa que tendría que avergonzar.
Pero es que, encima, hay algo peor: a veces, la gente y los grupos de derecha no conservan las injusticias, sino que, cuando pueden, las empeoran: tal ocurrió en los años posteriores a la crisis económica de 2008, con los popularmente llamados «recortes». En Catalunya, muchos millones de euros fueron extorsionados de nuestra sanidad pública y de nuestra enseñanza, y, lo más gordo, todavía no ha sido devueltos.
No es verdad que la derecha sea igual de legítima que la izquierda. Y no se la tendría que continuar denominando con este nombre.
Compañeros y compañeras: no digáis ni consideréis más que son de derecha, sino que son componentes o, mucho más frecuentemente, auxiliares, de la red de los ladrones.