El misionero inolvidable con la barba tan larga como el Che

0
65

Religión Digital

(Ultima Hora).-La predicción se cumplió, pero solo en parte. «Será obispo muy joven y luego será Papa», había pronosticado, 30 años atrás, Miriam de Abedrabbo mientras le servía el café al padre Fernando Lugo, por entonces párroco en Guaranda. Un sacerdote fuera de lo común. Tenía veintitantos, usaba sandalias, jeans, camisa bordada, boina. Había llegado de Paraguay a fines de 1976, poco después de haber sido ordenado sacerdote para su primera misión: ser educador en el colegio del Verbo Divino, en una ciudad andina de la serranía ecuatoriana, Guaranda.

Casi nadie lo recuerda con sotana o con la vestidura eclesiástica. Más de uno, en cambio, se acuerda que al poco tiempo de vivir en Ecuador se dejó crecer una barba tan larga como la del Che Ghevara, y que -a semejanza de él- recorría largas distancias en motocicleta.

Los fines de semana viajaba en moto para evangelizar los poblados recónditos de la provincia andina de Bolívar -sierra central ecuatoriana- donde el 28 por ciento de la población es indígena, y el 76 por ciento de los habitantes vive en situación de pobreza por necesidades básicas insatisfechas.

Entre semana era orientador vocacional y profesor de Filosofía en el colegio Verbo Divino, a cuya comunidad pertenecía.

Este plantel educativo acaba de cumplir 50 años de vida institucional a inicios de mayo. Y parte fundamental del anecdotario es el paso de Fernando Lugo como maestro y formador de juventudes.

En este colegio guarandeño encontrar sacerdotes extranjeros era algo común. Pero Fernando Lugo rompió el molde. «Se ganó a los jóvenes con el deporte, él era aficionado al básketbol y al vóleibol, cantaba hermosas canciones con sentido social y se acompañaba con la guitarra», evoca Galo Vásconez.

Este guarandeño, quien hoy tiene 45 años, fue parte del grupo de estudiantes que se graduaron del Verbo Divino a fines de la década de los 70 y que encontraron en Lugo un maestro y un guía espiritual.

«Estudiábamos por la tarde, pero en la mañana, muy temprano, él ya había oficiado misa en la capilla de La Auxiliadora. ?l implantó la costumbre de acompañar la misa con música popular, en lugar de música sacra».

A Mónica, ex alumna, le impactó haber recibido la eucaristía a campo abierto: hasta entonces se acostumbraba escuchar la misa en lugares santos. «Eso incentivó en nosotros un profundo sentido de espiritualidad, sentir a Dios en todas partes».

Pero no todo eran rezos. Ciertas tardes, se reunía con los jóvenes. «Nos pegábamos un trago de mate, fumábamos un cigarrillo y tocábamos la guitarra, no solamente canciones de protesta social, sino himnos románticos de la época, como los de Los Iracundos», recuerda Galo Vásconez.

Más de una vez celebraron los cumpleaños de los amigos cercanos «con un traguito de vino de consagrar». Y muchas veces vieron el atardecer andino desde el mirador del indio Guaranga, en una de las siete colinas que rodean a la ciudad de Guaranda.

Al menos cinco veces ascendieron al majestuoso Chimborazo, la montaña más alta del Ecuador, un volcán de pico nevado que se encuentra a pocas horas de Guaranda.

Y sus alumnos con frecuencia lo acompañaban en misiones. «Mi sobrino tenía menos de 15 años, pero vivía para viajar a las misiones con el padre», cuenta emocionada doña Leonor, tía de Galo Paz, uno de los seguidores de Lugo en Guaranda.

LA HUELLA DE LA DICTADURA. Por una coincidencia, cuando el padre Lugo llegó al Ecuador el país vivía en una dictadura militar. ?l había vivido en carne propia los excesos de los gobiernos de facto, y comentaba a sus alumnos que 11 miembros de su familia no podían volver a Paraguay por la persecución política del régimen de Stroessner.

En Ecuador los regímenes de facto no alcanzaron esas connotaciones. Y en 1978 se dio paso al retorno a la democracia. Todo eso lo vivió el padre Fernando Lugo, quien vivió durante cerca de cinco años en Guaranda y uno en Echeandía, un poblado subtropical a dos horas y media de distancia, al que amó por su clima cálido. Aquí fue párroco y sacramentó decenas de matrimonios y bautizos.

En Ecuador conoció a monseñor Leonidas Proaño, por entonces candidato al premio Nóbel de la Paz y conocido como el Obispo de los Pobres. Y esa experiencia le dejó una huella imborrable. «Más que comulgar con la Teología de la Liberación, él comulgaba con la doctrina social de la Iglesia, emanada del Concilio Vaticano II», aclara Galo Vásconez, quien bajo esa ideología empezó su vida política en Ecuador.

Hacia 1982 regresó al Paraguay y comentó a sus exalumnos y amigos que viajaría a Roma para estudiar. En 1990 les sorprendió una llamada suya: los invitaba a acompañarlo en su entronización como obispo.

Entonces se acordaron de la predicción de la señora Miriam de Abedrabbo, madre de Fernando, alumno destacado del Verbo Divino y muy cercano al padre Lugo. Se consagró como obispo muy joven, pero no llegó a ser Papa. En 2006 dejó la posición jerárquica en la Iglesia para convertirse en candidato presidencial. El resto es historia.

En Ecuador el triunfo de Lugo se festejó como si fuera un candidato propio. Y una delegación de 15 personas espera viajar a la posesión del nuevo Presidente. Su sueño es llevarle una banda presidencial con los colores de Paraguay, delicadamente tejida por las monjitas carmelitas, que verán la posesión por televisión, ya que no pueden dejar su vida de claustro.