Enviado a la página web de Redes Cristianas
Se ha organizado una buena movida con la irrupción, en bruto, del obispo de córdoba, D. Demetrio Fernández, a las declaraciones condenatorias de los obispos D. Juan Antonio Reig Pla, Obispo Complutense, es decir, de Alcalá de Henares, D. Joaquín Mª López de Andújar y Cánovas del Castillo, Obispo de Getafe, y D. José Rico Pavés, Obispo Titular de Mentesa y Auxiliar de Getafe, expresadas en una carta del 21 de marzo de 2016, pronunciadas contra la «Ley de Identidad y Expresión de Género e Igualdad Social y No Discriminación de la Comunidad Autónoma de Madrid», conocida como ley de Transexualidad.
El revuelo que se ha armado, del que he oído algo en «La Sexta» provoca en mí dos preguntas: ¿Por qué se ha armado este jaleo en estos calurosos días de agosto a una carta fechada en Marzo?, y otra pregunta más peliaguda, ¿por qué no se pusieron de acuerdo los obispos de estas dos diócesis sufragáneas de la provincia eclesiástica de Madrid con el arzobispo metropolitano de la misma, D. Carlos Osoro Sierra? Esta actuación de los dos obispos la que me merece la calificación, por o menos, de extraña, de rara, de insólita, y, ya en el campo de la conjetura y de la sospecha, de comprometedora, imprudente y hasta algo más, para peor, con respecto al arzobispo de Madrid, D. Carlos Osoro. Me quedo sin criterio solvente para calificar este despropósito, para mí, como he dicho antes, insólito. Tenemos la impresión de que los dos obispos de las diócesis sufragáneas de Madrid actúan como si el arzobispo no fuera el que es, sino otro, que no requiere mucha imaginación para saber a quien me refiero.
La carta bi-episcopal atiene una argumentación aparentemente sólida y bien fundamentada, pero farragosa y, en realidad, frágil y evanescente. Creo ver en ella la mente y la pluma del obispo auxiliar Rico Pavés, con fama de gran teólogo, entre las huestes tradicionales, preconciliares y anti-franciscanas, (no de Francisco de Asís, sino del papa Francisco, Bergoglio, como lo llaman con cierta displicencia). Explicaré, brevemente, por qué afirmo, al mismo tiempo, que la argumentación es a), aparentemente sólida y bien fundada, y b), en realidad, frágil y evanescente.
a), aparentemente sólida y bien fundada. Para los acostumbrados a la literatura eclesiástica, que no clásica académico-escolástica, de contenido filosófico-teológico, los doce (12) puntos y la conclusión de la carta tienen una progresión lógica impecable, del tipo que, al final, no tienes otro remedio, aparentemente, que admitir la veracidad y la solidez argumentativa del escrito episcopal. Pero hay un grave obstáculo para admitir esta lógica, y, por lo tanto, esa conclusión que se impone y es casi aplastante, (sin casi para muchos neo-escolásticos que mantienen el formato de los procesos mentales de la escuela, -en el buen sentido de escolástica-, pero han perdido su chispa, su irreverencia y su libertad de juicio y de argumentación. ¿O es que algunos han olvidado de las tentativas de condenación de profesores de la Sorbona en pleno siglo XIII, entre ellos el propio Tomás de Aquino?), y ese obstáculo del que hablo es el desfase cronológico, y el grave anacronismo de ese modo de pensar, que no es ni filosófico, ni teológico, ni científico, sino, ¡tan solo!, y, tristemente, eclesiástico.
La argumentación de la misiva episcopal sería aceptada, intelectualmente, es decir, filosófico-teológicamente, hasta los años 40-50 del siglo pasado, en los seminarios españoles, y en pocas más facultades con añoranzas de Cristiandad, y con desconocimiento del pensamiento crítico filosófico, del idealismo alemán, de la Fenomenología, y del Existencialismo. Por estar asentados en una anacronía bárbara, ese tipo de literatura desconoce, u olvida, la dos guerras mundiales, y en el caso español, hasta la guerra civil, además de todo el movimiento de la psicología moderna. No deja de ser sintomático que los grandes psicólogos, con Freud a la cabeza, son considerados personajes insignificantes y casi ridículos.
b), en realidad, frágil y evanescente. Los obispos de la provincia eclesiástica de Madrid, desgajados de arzobispo metropolitano, inciden en tres argumentos que para ellos son incuestionables, pero que ni son dogma de fe religiosa, ni de pensamiento, ni de obligada aceptación intelectual para fundamentar un instrumento de argumentación demostrativa. Estos tres argumentos son: 1º), el concepto de ley y derecho divinos; 2º) el concepto de ley natural; y 3º), la apelación al Magisterio de la Iglesia.
1º), el concepto de ley y derecho divinos; (no olvidemos que estos tres puntos los presento para demostrar el punto b) de mi crítica al documento episcopal). En un mundo pluricultural, pluri-ideológico, y de verdadera libertad de pensamiento, como es el que disfrutamos, ¿o algunos sufren?, en el año 2016, no se puede argumentar a partir de una realidad que no todos admiten: la existencia de Dios como explicación no sólo del Universo, sino también de las relaciones humanas, del valor de los comportamientos de los seres humanos, individuales y colectivos. (¡No se puede argumentar con la existencia de una estrella que muchos no detectan, ni perciben, ni conocen ni admiten!). Pero es que ni siquiera para los creyentes y religiosos vale esa argumentación porque no tenemos modo de llegar, aunque admitamos su existencia y presencia, a las preferencias de Dios sobre el comportamiento humano. (Con la excepción de la enseñanza diáfana de Jesús sobre el amor, el perdón y el amor al enemigo. Pero estos no son valores morales, sino cristianos y evangélicos, que es otra cosa). La Biblia no nos sirve para establecer criterios morales, ni individuales ni sociales, porque en ella se percibe la misma, o parecida evolución, de lo que llamamos valores morales a lo largo de la Historia de la Humanidad.
2º) el concepto de ley natural. De alguna manera, este concepto les sirve de coartada a nuestros obispos periféricos, porque sería válido, también, para los pensadores que no creen en Dios. Pero además de que esta aceptación podría considerarse plena, y casi universal, en el pensamiento occidental cristiano, hasta el siglo XIX, más o menos, existe una enorme porción de la humanidad, como es la de pensamiento oriental, que no maneja, necesariamente, este concepto de ley natural. Pero es que entre nosotros, occidentales cristianos, o de esta influencia, tampoco en los días que corren, y ya hace más de un siglo, este concepto ley-naturista, o ius-naturista, que viene a ser lo mismo, ni se impone por lógica ni por evidencia, (es decir, «ex evidentia non patet»).
La sociología moderna, la seria, no la que nos presentan a veces como elaborada por cantamañanas, ha demostrado de manera concluyente que el concepto de «ley natural» no se corresponde, ni se casa bien, con la evolución de la Historia de los comportamientos humanos, ni de la convivencia entre os hombres. (Ya he escrito en este blog sobre esto, al mencionar a Levy Strauss, y sus obras más importantes, como «Antropología estructural» (1958), «Estructuras elementales del parentesco», «Raza e historia» (1952), o «El pensamiento salvaje» (1962)). Lo que no se puede es seguir contando con los conceptos, conocimientos, ideas y procedimientos trasnochados, como si el mundo, y la Iglesia, hubieran parado en el Concilio Vaticano I, o para algunos, más puristas con las esencias, en el Concilio de Trento.
3º), la apelación al Magisterio de la Iglesia. Como afirmo en el título, este argumento de autoridad incluso entre los creyentes, lo tenemos que aceptar con muchas reservas. Y el motivo fundamental es, o debería ser, que el carácter de Magisterio de la Iglesia no puede depender solo, ni sobre todo, de quien lo produce, o propaga, o enseña, sino del contenido del propio Magisterio. Que un Papa emita un documento tan serio y solemne como la encíclica «Humnae Vitae» no convierte su contenido en Magisterio de la Iglesia, que se supone que tendrá que ver algo con la Revelación y la fe, si en vez de tratar , explicar, o examinar algún tema bíblico concerniente a esos misterios de nuestra salvación, el documento trata de temas biológicos, científicos, sociológicos, es decir, de otras disciplinas ajenas a la Revelación y a la Salvación. De hecho, el Papa Pío XII, como nos ensañaron nuestros profesores, se pasó de tema, y se entrometió, como tantas veces han hecho los papas, en otros jardines que son, por lo menos, discutibles. ¿O alguien consideraría a día de hoy la bula «Unam Sanctam» de Bonifacio VIII, un tratado político sobre la distribución del poder en las «dos espadas», como legítimo Magisterio de la Iglesia? Pues algo parecido deberíamos afirmar de la carta de nuestros ínclitos obispos, que más que tratar de nuestra salvación, se convierte en un tratado anacrónico de sexología, y socio-político-moral rancio y nada esclarecedor.