Me paso por la gran mezquita de París, un día de semana, al caer la tarde. Empieza a hacerse de noche. Veo llegara a unos chicos precipitadamente. Es hora de la oración. ¿Tal vez lleguen de su trabajo? No pierden tiempo quitándose los zapatos y reuniéndose con el grupo de hombres que rezan de pie en torno al imam.
Me quedo en el umbral y miro. Otros llegan también rápidamente, se descalzan con la misma agilidad y se funden en el enjambre que no cesa de engordar.
También hay algunas mujeres, pero pronto desaparecen detrás de una cortina.
En mí surgen imágenes, de hace 50 años. Estaba en Argelia y por primera vez estaba en presencia de musulmanes en oración. Fue un choque. Unos hombres de otra religión me daban el sentido del absoluto de Dios. Charles de Foucauld, joven explorador en Marruecos experimentó este choque cuando vio a los musulmanes orando.
En el umbral de la mezquita, miro con admiración a esos hombres en oración. Oro en comunión con ellos. Soy su hermano. Un orante en medio de otros orantes.
Dios llama a todos los humanos a la oración. Dios me habla a través del Islam.